jueves, diciembre 18, 2008

Tokyo

Le encanta sentarse en el banco del parque. A media tarde, cuando el sol comienza a ponerse perezoso. Allí cierra los ojos y se imagina que está en Tokyo. Con sus miles de luces de neón en todas las esquinas de la ciudad; con sus enormes pantallas de televisión en las fachadas de los gigantescos edificios. Y canta canciones en un karaoke desde el que se divisa toda la ciudad. Todas las imágenes son como viñetas de un manga, como si alguien las pintara para ella. Lo vive, aunque nunca haya estado allí. Al menos físicamente. Acodada en la barra de un minúsculo bar disecciona con la mirada a la gente. Tan distinta a ella. Tan distinta a todos. Y siempre es de noche. En su Tokyo el sol no se encuentra en la ciudad. La luz está conformada a base de grandes destellos luminosos, de faros de miles de coches, de carteles de clubs y tiendas de todo tipo. Y hay mucha gente. Personas que recorren la urbe formando auténticas riadas. Es una ciudad en ebullición. Sin freno. Colecciona misterio. Al final abre los ojos y todo se desvanece tan despacio que puede paladearlo un instante más. Guardar las sensaciones para poder recobrarlas al día siguiente, en el mismo banco, desde ese punto y seguido.


Escuchando: Cigarettes - Russian Red

jueves, diciembre 11, 2008

Desaparecidos

Ahora fuma un fortuna tras otro en el cómodo sillón de una residencia de primera, con todas sus necesidades cubiertas. Pasa las horas muertas, masticando un secreto ya duro como una piedra. Nunca lo hubiera imaginado, más aún después de cómo sucedieron las cosas. Pasar sus últimos momentos en libertad, lejos de las acusaciones y los insultos. Libre. Olvidado. Nunca tuvo duda de la importancia que su trabajo tenía, y lo llevó a cabo con entrega y dedicación. Nada de contemplaciones. En aquel trozo de terreno, en aquel caserón, lejos de la ciudad. Algunos le llamaban mano de hierro. No puede evitar que una sonrisa aún se dibuje en su rostro.

Por aquella precaria instalación pasaron personas de todas las edades. A todas se les dio el mismo trato. Hombres, mujeres. Primero la habitación. Eficaces métodos para desmoronar resistencias subversivas. Llantos, gritos, vómitos. Él sereno, amenazador, pitillo en mano, pie en tierra. Elementos inservibles y dañinos. Un muro frío, aislado, comido por las malas hierbas. Salpicado por miles de pequeños agujeros. Una ráfaga y fin de la historia. Después a la fosa. Una cerilla. Otra vez ese olor tan desagradable. Capaz de retar a la conciencia. La idea fue suya. Un cuerpo, un neumático. Perfecto.

En la sala, con un ventanal hacía el campo, más de treinta años después, se recrea una vez más en la idea de que la impunidad es el premio concedido a su impagable tarea. El tronco de la conciencia, tieso como antaño. Inasequible a los ataques y a los intentos de convertir todo aquello en un crimen. ¿Un crimen? Sólo hizo lo que debía. De vez en cuando, una pequeña luz de arrepentimiento: debió usar una forma más efectiva. Hacer desaparecer para siempre los huesos. “Sos un boludo”.


Escuchando: Human - The Killers

martes, diciembre 02, 2008

Septiembre

Me enteré de que M había desaparecido justo en el momento en que la segunda torre se venía abajo. Quizás por ese motivo lo recuerdo todo con una tremenda claridad. Las sensaciones. La incredulidad. Llamó J cuando el presentador del telediario era incapaz de transformar en palabras lo que estaba sucediendo. Después de colgar, el plato de macarrones continuó ahí, sobre la mesa. En la pantalla, una y otra vez, puntos negros cayendo desde las alturas acristaladas, como si fuera un juego de consola. Hacía calor. Supe que ya no vería más a M. Corazonadas. El teléfono sonaba sin parar. Imaginé más de una vez que podía pasar. La falta de aire es el peor enemigo de las almas libres. Las cifras comenzaban a aumentar. Desconcierto. Ahora la isla era una nube de polvo en mis pupilas. A M siempre le gustaron los helados y las noches de otoño. Aquella tarde tuve claro que se había ido como llegó. En los canales, sólo muerte y rabia; en la calle, sol y niños jugando. R y S vinieron a casa, hicieron preguntas, bebieron vino, se marcharon. Yo no hice nada. M era como una de esas torres. Ninguno le volveríamos a ver. Probablemente conoceríamos a más gente, intentaríamos encontrarle en otros flequillos, en otros vaqueros, en otra pose de músico atormentado. Entonces, la imagen de aquel avión estrellándose contra el coloso hecho de espejos. Tan irreal. Y después, por fin, las lágrimas.


Escuchando: This modern love - Bloc Party

martes, noviembre 25, 2008

Gris


“Mi vida fuimos a volar con un solo paracaídas.
Uno solo va a quedar volando a la deriva”.


Una valla metálica que separa todo de la vía del tren. Dos raíles oxidados invadidos por la mala hierba, siempre húmeda por el rocío constante. Apenas pasa un tren al día, uno de mercancías, amarillo, lento, como perezoso. El maquinista siempre me ve asomado a este balcón, acodado en la barandilla. Me mira con desconfianza, sin simpatía. Un par de niños que sortean la valla a través de un agujero juegan a tirar piedras a las ventanas de mi destartalado edificio. El vagabundo, fiel a su cita, escarbando en los contenedores, amasando bolsas de basura con nombres de supermercado. Ávido por encontrar su mundo, perdido en las brumas líquidas. Quizás ahí esté la solución. Busco el mechero y enciendo un cigarro. Observo como las volutas de humo se mezclan con la neblina. Vecina constante. Más allá, en el horizonte, líneas de casas. Cientos, miles, de edificios fantasmagóricos rompiendo las nubes, como enormes gigantes de otra época imaginada. Tiempo por delante y por detrás. Detenido. Agobiante. Enterrado en vida. Una sombra acechando desde la barandilla. Una vida estrangulada por el gris.


Escuchando: Pequeño rock & roll - Quique González

miércoles, noviembre 05, 2008

Monstruos

Ella piensa que son sus ojos. Que le duele porque le mira, porque fija sus pupilas hasta que supuran los lagrimales. Y muchas noches no puede dormir y abraza fuerte la almohada mientras un miedo atroz le agarra los tobillos. Lo recuerda bien, las noches en aquella casa de enormes ventanales, cuando estrechaba con fuerza su muñeca para que el monstruo del armario no se la llevara y la dejara allí sola, perdida otra vez. Ahora es igual y la respiración le traiciona cuando está lejos, cuando sus pupilas no pueden hacer blanco. Porque una foto no es lo mismo. No lo es. Sabe que llorar para no llorar no tiene buena pinta, igual que el miedo a perder para no perder. Pero no lo puede evitar porque cree que el monstruo ya no habita en aquel armario y puede estar en cualquier lugar, acechando su felicidad, esperando para arrancarle el nuevo hilo que la ata al mundo.


Escuchando: Time is running out - Muse

jueves, octubre 23, 2008

Bloqueo

La culpa de todo la tuvo la corbata. ¿Qué hacía ahí, colgando de su cuello, flácida, de ese ridículo color naranja salmón? ¿Qué sentido tenía? Es difícil imaginar cómo se puede pasar de la incomprensión del sentido de una simple corbata a la desorientación vital más absoluta. Pero eso fue lo que le ocurrió a Ray mientras terminaba de rellenar de palomitas uno de esos combos de cartón. Se quedó parado, con la pala de metal en la mano, perdido en un punto intermedio entre su sitio y el de la cuarentona con gafas que le observaba perpleja desde el otro lado del mostrador. Ni siquiera el empujón de su jefe, alertado por la mujer, y por toda la cola de gente, que ya alcanzaba la puerta y, por extensión, la plaza en la que desembocaba, le movió ni un ápice (mentalmente, se entiende). Era como si algo en su interior se hubiera desconectado, dejándolo sin alimentación. La gente comenzó a arremolinarse alrededor del mostrador, curiosos, como si estuvieran ante la jaula de un animal en el zoo. El jefe, con ojos de alucinado, comenzó a zarandearle mientras le gritaba órdenes cada vez más atropelladas que no obtuvieron ninguna respuesta, ni física ni verbal. En el momento en que la situación comenzaba a parecerse a una escena de una película de Berlanga, Ray abrió la boca para decir algo. El silencio se hizo absoluto y todos contuvieron la respiración mirándole con los ojos como platos a la espera de una explicación. Lo que escucharon a continuación no se le olvidará a más de uno en el resto de su vida: “Las quieres con sal o sin sal”.


Escuchando: Bujías para el dolor - Enrique Bunbury

viernes, octubre 17, 2008

Coyote

La paciencia es un bien valioso pero escaso. Eso piensa mientras se tumba en la cama y aprieta el botón de encendido del mando a distancia. En la televisión aparece un viejo episodio del Coyote y el Correcaminos que no ha visto. Encuentra gracioso que, como en su propia vida, eso importe poco porque, al fin y al cabo, ya conoce el final. Mientras apura el vaso de whisky desea con todas sus fuerzas que el dichoso bicho con alas se rompa una pata o tropiece con una de esas rocas que salpican el camino y, de una vez por todas, el Coyote consiga comérselo, sin concesiones, con violencia, haciendo justicia por fin. Pero sabe que no será así porque hay finales escritos que no se pueden cambiar, que son invariables pase el tiempo que pase. Así que se levanta y se sirve otra copa. Ya conoce el final.


Escuchando: Standing next to me - The Last Shadow Puppets

viernes, septiembre 26, 2008

En un segundo

En la calle llueve de forma torrencial cuando Elena sale de su casa y se dirige a la parada del autobús. Encima es lunes, piensa mientras esquiva un enorme charco. Ha pedido la mañana libre porque tiene una cita con el médico. Le pesa el mundo y lo último que quiere es tener que estar esperando un par de horas en la asfixiante sala de espera del ambulatorio. En la parada coincide con gente como ella, trabajadores legañosos, con la vista perdida en el pavimento y sin un ápice de ilusión en su gesto. Durante el trayecto en el atestado autobús, a Elena le entran ganas de vomitar. Pero no es una necesidad procedente de un malestar físico, sino anímico. Le pesa el mundo y le duele el alma.

El autobús le deja frente a la puerta del edificio, blanco y aséptico como su interior. Pese a saberlo, el hecho de encontrarse la sala de espera abarrotada no hace sino empeorar su ánimo y su estado. Un mareo aprieta su estómago como un puño cerrado. Sentada en una silla de plástico duro, naranja como una bombona de butano, espera su turno mientras observa un reloj de esfera perfecta colgado frente a ella. Las manijas avanzan tan lentas que cree que el tiempo se ha detenido. Alrededor de ella, casi todos son ancianos que se cuentan unos a otros sus múltiples dolencias, entrando en un concurso para discernir a quién es al que más le duele.

Tras algo más de una hora, Elena entra en la consulta. No está su doctora, sino un hombre de unos cincuenta años, enjuto hasta la endeblez y con unas gafas de metal en sintonía con él. Tras explicarle el porqué de su visita y verle un par de minutos tecleando en su ordenador, le observa torcer el gesto y levantarse de su silla. Acompáñeme, le escucha decir Elena mientras le guía hacía una sala anexa a la consulta. No entiende a qué viene todo aquello y pregunta insistentemente si ocurre algo mientras entran en la nueva estancia, pequeña y consistente sólo en una mesa de madera artificial con dos sillas, una a cada lado. El hombre, con un gesto tan educado como lento, le indica que se siente en la más cercana. Ella escruta su rostro, intentando descubrir qué esconde dentro de esa menuda cabeza. Los nervios y la incertidumbre empiezan a aumentar la intensidad de sus náuseas. El médico mira por unos instantes al suelo, como si hubiera perdido algo que necesita con urgencia. Entonces, levanta rápido la cabeza, como un ave, y se dirige a Elena: “Señora padece usted un cáncer de estómago”.

La cara de su abuelo, sonriendo sentado en el porche de su casa en el pueblo, con su chaqueta negra de lana, es lo primero que le viene a la mente de una forma transparente, como si de verdad lo tuviera delante. Después siente una calma extraña, una insensibilidad totalmente incompatible con el momento que le lleva a cerrar los ojos y abandonarse en la oscuridad. Tras un rato imposible de cuantificar, se levanta de forma delicada de la mesa y, en el momento en que el doctor intenta retomar la conversación, se lleva el dedo índice a los labios y con una mueca de complicidad abre la puerta. “No diga nada más doctor. No hay nada que decir”.


Escuchando: On the Floor - We are Standard

lunes, septiembre 15, 2008

Isobaras

Si lo tienes en la mano, para qué lo sueltas. Para qué te arriesgas a que aprenda a volar y no regrese. Es lo que se pregunta sentado en ese balancín color azul cobalto en el centro del parque. La mano se desplaza lentamente, marcando un semicírculo en el aire que desprende aroma a café y galletas, hasta rozar su mejilla. Lo hace con una delicadeza que le eriza hasta el último pelo de su cuerpo. El recuerdo es tan claro como el cielo sobre su cabeza, pese a que aquel hombre oscuro y desagradable predijo en el telediario que llovería. Todo el mundo se equivoca, claro. Hasta él. Porque abrir la mano y soplar fue un error tan grave como interpretar mal las isobaras. Y ahora se mira los pies y los ve excesivamente pequeños, y tiene miedo de levantarse, no vaya a ser que no le sostengan.


Escuchando: Read my mind - The Killers

jueves, septiembre 11, 2008

Jack

Jack era un tipo muy antisocial, gruñón y bastante desagradable. Se pasaba las horas en su taller y, cuando echaba el cierre, se metía en su casa para no volver a salir más hasta la mañana siguiente. Tuvimos muchos altercados con él porque ponía la música muy alta y despertaba a la niña. Más de una vez las ruedas de nuestro coche aparecieron rajadas, o las ventanas cubiertas de barro. Nunca dudamos de que había sido él. Pero a mí marido y a mí nos daba demasiado miedo, con aquella pose suya de pistolero. Me cayó mal desde el primer día en que apareció en el barrio, aquella mañana en la que llegó con su sucia camioneta. Yo le calé al primer vistazo.

Me acosté con él en más de una ocasión. Hace mucho de aquello. Le había visto alguna vez por el bar y le había servido más de un whisky. Rápido me fijé en cómo me miraba las tetas. Me gustó su cicatriz en la barbilla, era morbo lo que sentía, sí, ahora estoy segura. Siempre fue en mi casa porque nunca permitió, y en ningún momento me quiso decir por qué, que fuéramos a la suya, pese a que le avisé de que en cualquier momento podría aparecer mi marido. Pues le mataré, me decía. Nunca le creí.

Conocí a Jack en mi primer viaje a Texas. Por aquel entonces yo era un comercial de una empresa de alimento para ganado que se ganaba la vida viajando de manera continua de un lado para otro. Con una carpeta negra bajo el brazo iba por todas las granjas de la zona que me hubiera tocado intentando convencer al lugareño en cuestión de que, con nuestros productos, sus reses serían las más grandes y sanas. Siempre había querido para mí esa libertad, esa sensación de apátrida que me acompañaba por aquel entonces. Pues bien, aquella noche, cuando le conocí, le vi matar a sangre fría a un pobre anciano. Sin dudar, sin pestañear, con sus propias manos. Desde entonces tengo pesadillas. Sueño que se cuela en mi habitación y me estrangula con sus sucias manos.

El desgraciado me robó aquella noche. Debió hacerlo cuando yo me marché. A la mañana siguiente la ventana de mi despacho estaba rota y el dinero que yo guardaba detrás de la librería había desaparecido. El muy cabrón debía de haberme estado espiando. Me tuve que haber fiado de mi primera impresión, cuando entró con ese ridículo sombrero que se ponía siempre. Tenía aspecto de perro apaleado, y nunca me han gustado, se las saben todas y jamás vuelven a aceptar una mano tendida. Debí cortármela antes de ofrecérsela.


Escuchando: Te favorece tanto estar callada - Niños Mutantes

lunes, septiembre 08, 2008

Certezas

Cuando suena el cierre debajo de mi ventana significa que el día ha comenzado. No lo marca la salida del sol, ni la marcha de la oscuridad, sino ese hombre con bigote abriendo su cafetería. Pienso en lo extraño del hecho de identificarse hasta esos extremos con un sonido que se convierte en habitual, en un elemento más de tu panorama. Y la clave es la repetición, la costumbre. Y, a fuerza de ella, uno acaba teniendo certezas que entierran hipótesis. Me gusta pensar que estas certezas sólo tienen una lectura positiva, que lejos de ser un problema pueden ser una solución. Los domingos este barrio es muy familiar. Padres e hijos aprovechan para pasear al amparo de estos últimos rayos de un septiembre que ya coquetea con el viento. Con el periódico bajo el brazo apuran los últimos minutos antes de pensar en papeles, atascos y la vuelta a la realidad que significa cualquier lunes. Yo, mientras corro de nuevo la cortina, sé que tengo otra certeza más.


Escuchando: Normandie - Shout Out Louds

lunes, septiembre 01, 2008

La dama muerta

Sentir que la noche se dobla, como una servilleta, en dos mitades idénticas, sobre ti, sobre todo. Y su peso aumenta y aumenta. Pesa infinitamente más de lo que recordabas. Mucho más que la última vez. Lo dulce, lo salvaje, lo estimulante se torna dañino, depresivo, tedioso. Vierte la memoria caras dolorosas como punzadas en lo más oscuro del alma, dentelladas a un presente humillado por el pasado. Ha derivado de refugio seguro y fiel en recipiente de frustraciones y deseos obsesivos. Ha escondido las estrellas y las ha sustituido por sombras desvaídas, oscureciendo sin concesión todos los caminos. Pierde por siempre su espíritu único a favor de una monotonía de instantes cada vez más prescindibles. Dicen que la mató el mismo que liquidó a la esperanza.


Escuchando: Ciudadano A - Iván Ferreiro

martes, agosto 12, 2008

Fácil

Cuando llegó a esta ciudad, estaba huyendo y lo sabía. Pero no le importaba porque no tenía duda de que era la única opción que le quedaba, o que quizás le habían permitido tener. Así que, y ahora lo tenía más claro que nunca, fue la mejor opción, pese a lo que hubiera podido ocurrir si no lo hubiera hecho. Ahora, sabe bien que todo lo que tiene es un regalo: su pequeño apartamento céntrico, sus zapatillas amarillas con los cordones blancos, la americana algo raída pero elegante, el monótono trabajo vendiendo fruta en la tienda del barrio. Sí, no hay duda, es un privilegiado. Así que prefiere no complicarse la vida. Lee y escucha música a todas horas. Todo lo que cae en sus manos. A veces lo comparte con su vecino de portal, dos pisos más abajo. Es con el único con el que pasa algo de tiempo, casi siempre en el bar, o en los bancos de la plaza, bebiendo cerveza y despellejando a los modernos que se creen que han inventado todo esto. Nada más, porque huye de las complicaciones como el que se esconde en un bunker a la espera de que pase el ataque. Y sabe perfectamente en que forma se presentan, sabe muy bien cuáles son sus nombres y su tipo de oratoria. La vida es mucho más fácil y hace mucho tiempo que se dio cuenta.


Escuchando: No puedo más contigo - Niños Mutantes

lunes, agosto 04, 2008

Fragmentos

Mientras cepilla sus botas negras, Andy piensa en los trenes y en la idea de que el bueno sólo pasa una vez y, cuando lo hace, nunca vuelve. Hace tiempo que él ha admitido que el suyo lo perdió, pero también tiene claro que ya no hay arreglo, por lo que desestimó desde el primero momento ir buscándolo por estaciones desconocidas. Así que cogió sus cosas y se lanzó a la carretera a hacer autostop. El imprevisible destino, o quizás el azar, le llevaron hasta Ucrania. Ahora, mientras cepilla sus botas, ve a través de la ventana la helada estepa, tan distinta a lo que dejó atrás.


Parada frente al espejo, desnuda, se coloca y descoloca el pelo. Tiene en la mente cómo era y ahora trata de conseguir ese peinado que solía llevar, aquél con el que se paseaba por el campus o con el que consiguió acostarse con el chico más deseado por todas. Pero no lo consigue. Lo estira, lo riza, lo vuelve a soltar. Le provoca rabia, angustia. La edad. Sus pechos ya no son turgentes, se desmoronan como dos calcetines secándose al sol. Se abraza a sí misma, se aprieta fuerte, se araña, se retuerce, trata de volver a sentirse ella. Después se masturba con más ganas que acierto y se queda tumbada en el suelo, sintiendo sus muslos húmedos, pensando que quizás fue por ahí por donde se le escapó todo.


Escuchando: Ballas en Dallas - Manos de Topo

miércoles, julio 23, 2008

Tónica

Que por la ventana sólo se vea un muro color hollín coronado por trozos de vidrios verdes ya no le importa demasiado. Ha perdido la vista desde hace tiempo. O, de otra forma, ha seleccionado lo que quiere ver. Una pequeña mesa, una silla de plástico amarillo con la marca de una tónica estampada en el respaldo y una estantería llena de botellitas de cristal con líquido de mil colores. Alrededor no tiene nada más, ni lo quiere. El murmullo de la ciudad, que se esconde al otro lado del muro, apenas se escucha, amortiguado por la distancia y el aislamiento. El problema llega el día que, a través de esa ventana casi tapiada, se cuela un balón de plástico. Es rojo y llega arrugado como una uva pasa. Los cristales del muro lo han desgarrado.


“Yo he trabajado para el partido comunista y para Danone. Las reuniones con sus líderes eran muy diferentes: los comunistas contaban con un sueño, equivocado o no, con poesía; los ejecutivos de Danone sólo pensaban en manipular a la gente para vender lo máximo posible en el menor tiempo posible”. Amén hermano francés, dijo para sí. Encendió un cigarro mientras un mendigo dejaba en su mesa una poesía garabateada en un papel gastado. Echó una mirada a aquellas líneas. Cuando estaba terminando, el mendigo extendió la mano a la vez que hacía una reverencia. Ignorándolo y deplazando el papel de la mesa, se giró y gritó: otro Tanqueray con tónica.


Escuchando: Mammoth - Interpol

lunes, julio 14, 2008

Adulto

Creo recordar que era así. Tardes azules en parques amarillos. Sin más; sin menos. Horas enteras para ser llenadas de sueños y patadas a un balón. Minutos con sabor a cocacola y olor a la niña que se sienta a tu lado y a la que miras con una mezcla de extrañeza y pasión. Mente en blanco y palabras tan lejanas como vacías: préstamo, cáncer, coito, trastorno, crisis. Mundo a salvo, concentrado, delimitado, con una brújula siempre atada a tu muñeca. Son los raíles lo que me falta, ahora estoy casi seguro. Resulta imposible delimitar el momento, recortar la parte de la secuencia temporal en la que el descarrilamiento es inevitable: las guías desaparecen. Echo de menos el olor a café por la mañana, saber que mamá me iba a recoger a la salida, escuchar a papá abrir la puerta de casa, reconocerle a él y al yayo entre la gente el día del partido. Echo de menos. Ya sólo sé echar de menos.


Escuchando: Rue des Cascades - Yann Tiersen

miércoles, julio 09, 2008

Descanse en paz

Hoy ha muerto Sergio Algora. Sin duda, siempre se van los mejores...
Descansa en paz Niño Gusano.

martes, julio 08, 2008

Pisar fuerte

Vacías las manos, te las limpias. Fuerte. Con jabón. Con estropajo. No quieres ni una molécula de aquello. Te aseguras por todos los medios de que vas a poder salir a la calle a salvo, sin miedo. Ya lo has hecho otras veces, pero el fracaso ha sido tan rotundo como el posterior trauma. Así que en esta ocasión no quieres alimentar ni una duda. Pisas fuerte, con rotundidad, espalda recta, pecho fuera. Te comes las esquinas, miras penetrando. No sabes cuánto va a durar, pero te aferras a ello con todas tus fuerzas. Porque en el fondo sabes que volcarte ha sido la peor idea. Que te prefería despistado, indeciso, sin las ideas claras. Es seguro que no le gusta estar cómoda; el sufrimiento le hace vivir, la estabilidad le entierra. Y entonces sólo sabes decir que a veces ella, que a veces yo, que a veces nadie. Y que la tierra, en esta ocasión, no giró para que os encontrarais. Ni hoy, ni nunca.


Escuchando: Starlight - Muse

martes, julio 01, 2008

Ventana abierta

(La ventana abierta de Natalia)


No me digas cosas mientras tus labios dibujan movimientos que marcan otras palabras muy distintas. No me susurres nada mientras ese cielo se da la vuelta otra vez. No lo hagas porque me conoces mejor que nadie y sabes que los días de sol me hielan y ya ni tú puedes evitarlo. Así que mejor déjate llevar, deja que muramos en paz, sin fingir, sin volar. Porque ahora sé que hay clicks que significan algo más que un corte de luz, comprenden en sí mismos una sutura de sentimientos, taponan un flujo que te ha desangrado demasiado tiempo, debilitándote, pero que ya ha sanado de forma definitiva dejando sólo un par de pequeñas manchas rosadas que recuerdan que ahí, una vez, hubo un sentimiento que no sabía mentir.

Al abrir los ojos, la puerta estaba cerrada pero, junto a ella, había una ventana abierta. Y al otro lado se veía azul.


Escuchando: Alta fidelidad - Lori Meyers

miércoles, junio 11, 2008

Sino

Se infla y se desinfla. Sin ninguna norma establecida, sin ningún ritmo marcado. Simplemente lo hace. Es lo que permite que una mañana me levante y quiera morir abrazado a tu cintura, pero que al caer la noche los párpados no se me cierren y sólo quiera perder de vista tu cara y tu espalda. Es así de incomprensible. Porque yo siempre quise ser un brazo firme y enamorado, sin fisuras, sin tembleques. Pero hoy soy el capitán de un ejército de dudas liderado por una certeza que se empeña en desobedecerme, una y otra vez. Una certeza dolorosa, puntiaguda. Una certeza siempre relacionada contigo, y contigo, y contigo, y contigo también… Unida a todo lo que sé que nunca podré tener, porque si algo aprendí en los libros de la escuela es que el sino es inmutable e irrompible. No hay más. Ahora, la sintonía que lo envuelve todo versiona de forma sobrecogedora, revelando el estado de mi yermo interior. Una imagen del Einstein de la música y su discípulo más aventajado sentados, ejecutando a la perfección. Ellos también son presa de su sino.


miércoles, junio 04, 2008

Sentidos opuestos

Mientras la luz se filtra por los listones de la persiana pienso en cómo dos tiempos pueden correr siempre en sentidos opuestos, como si se repudiaran. La diferencia entre tu mano y mi rechazo; entre mi lágrima y tu frialdad. Es el tiempo que se desliza siempre ocultándose de la felicidad, escondiéndose de ella mientras le hace burla y le saca la lengua. Es la desilusión y la daga voladora, afilada como el borde de tu rechazo. Es la imposibilidad de lograr acompasar los pasos: siempre que yo voy tu vuelves, y nunca viceversa. Como el caminar al sol sin que tu sombra te siga porque elige el camino contrario. Siempre. Tan desesperante como correr intentando alcanzar algo y no lograrlo nunca. Nunca. Porque tú eres nunca y yo soy siempre. Tú eres derecha y yo soy izquierda. Tú eres frío y yo soy llama. Tú eres yo y yo soy tú.


Escuchando: (El amor no es lo que piensas) - Deluxe

lunes, junio 02, 2008

Navegar

Nadé a deshoras sobre las sábanas, húmedas por el rocío de mis ojos. Y vi muchas cosas, quizás demasiadas. Es parte de la vida –y de la muerte- remar, hundirse, volver a remar y volver a hundirse. Y así en un círculo que amenaza con eternizarse y que al fin y al cabo termina consiguiéndolo. A uno le cuesta trabajo tomar cariño a ese sube y vuelve a bajar, a esa suerte de autopista del alma. Pero todo tiene una pequeña etiqueta pegada, con unos números que marcan el inicio de su futura -o ya presente- decadencia, y si uno sabe comprender esto terminará por dominar ese submundo de las ilusiones y los besos en callejones serenos como el sueño de un niño. Conviene, pues, coger la brújula y adentrarse definitivamente, no en vano, es el sino de todos. Y no hace falta cuchillo entre los dientes, ni botas de cuero negro, basta con ser uno mismo y no mirarse sólo el ombligo, sino también el corazón. A veces se verá preocupantemente azul, pero en el siguiente recodo rojo como la sangre más pura. Quise hacerme con ello sin entender que a las noches, como a los corazones, hay que dejarlos navegar.


Escuchando: Luces de neón - Lori Meyers

lunes, mayo 26, 2008

Devenir

Una carretera comarcal, de noche. La oscuridad engulle todo menos los faros encendidos del coche, orillado en el arcén. Dentro, Andrés permanece inmóvil, con la frente apoyada en el volante de cuero. No se escucha nada, tan sólo la naturaleza nocturna en plena efervescencia. Un mundo que es ajeno a él, por completo. En la mano izquierda sostiene un teléfono móvil y la derecha le tiembla a espasmos irregulares sobre la palanca de cambios. La luna regatea a una nube y baña de blanco el escenario.


En la maleta no va a entrar todo, y lo sabe. Así que trata de filtrar las cosas suyas que hay en esa casa, hasta ese día su isla, su fortín. No sabe muy bien qué debe llevarse y qué no. No sabe muy bien nada. Jerseys, bragas, zapatos, una fotografía que deberá cortar por la mitad después, en el tren. Un libro con una dedicatoria que ahora siente vacía, sin significado. Le parece mentira tener que estar huyendo de su sitio, de su lugar. Apátrida a la fuerza. Vértigo, nervios. Se sienta en el borde de la cama, la mirada perdida en una foto colgada de la pared dentro de un marco verde. Sus ojos azules se reflejan en el cristal que la cubre, el que salva una vida muy lejana. Demasiado.


Olor a pólvora. Fuerte, denso. Una pequeña columnita de humo, apenas visible con la poca luz reinante. El relámpago aún vibrando en las paredes, resonando a su alrededor, en su interior. De rodillas, sobre el duro y polvoriento suelo, aún con el hierro en la mano. Caliente, tanto que siente como se le clava en la carne, como si fuera una res y estuviera siendo marcado antes de volver al redil. Lo merezco, piensa, debería quemarme entero, desaparecer. Aún gotea, poco a poco, ese líquido que desde cerca parecía rojo, pero que ahora es de un negro atroz, como su interior. Como su corazón. Sólo una imagen en su cabeza: él, de pequeño, con no más de siete años, con una pistola en la mano, plateada y brillante, apuntando a otro niño. Apuntándole a la cabeza. Y disparando. Y volviendo a recargar la flechita roja de plástico. Para rematarlo.


Escuchando: 1979 - The Smashing Pumpkins

martes, mayo 20, 2008

Desesperanza

Cierra los ojos por un instante, cuando ella no mira. Lo intenta con todas sus fuerzas. Se concentra con tanta energía que le duelen las pupilas. Son sólo unas palabras, se dice. Él, que las domina con facilidad. Pero no aparecen. Intenta concentrar sólo cuatro o cinco, las apropiadas, las que pronunciadas una detrás de la otra obren el milagro, cambien los sentimientos de ella, su opinión, de un plumazo. Busca que, al pronunciarlas, ese vacío que siente en el estómago diga adiós y que desaparezcan para no volver esas ganas de verterse por los lagrimales. Pero no lo consigue y deja caer su cabeza sobre el colchón, exhausto. Entonces ella se gira y sus miradas se encuentran, momento en el que a él sí le brota una palabra, sólo una: desesperanza.


Escuchando: Superman - Stereophonics

lunes, mayo 12, 2008

Restos

Pues sí, lo escribí yo. Aunque ahora te pueda parecer mentira e incluso pienses que te estoy tomando el pelo. Sí, lo escribí yo. Y además recuerdo el día como si fuera ayer. Por entonces vosotros aún no lo sabíais, pero ya hacía tiempo que aquello se sostenía en pie por sí solo. En realidad me daba vergüenza hacerlo, ya sabes, por el qué dirán, por el miedo a que lo descubrierais todo, a que lo descubrieran todo. Pero me pareció bonito. Y, sí, lo hice. En el muro blanco que circunda el colegio de las monjas. Por la tarde, al caer el sol, con el corazón saliéndose de mi pecho, y no sólo por la situación. Aún hoy sigue allí. ¿A que es increíble? Cómo puede haberse mantenido todo este tiempo, por encima de los grafitis, del afán de limpieza de las monjitas y del tiempo, que por aquí en invierno no tiene respeto por nada. El otro día pasé por delante y lo vi. Hacía mucho que no pensaba en ello, pero fue bonito recordarlo aunque fuera por un momento. Recordé la sensación exacta que tuve mientras lo escribía: Te quiero en mi camino. Y me reconfortó. De verdad que lo hizo.


Escuchando: Yankee go home - Clap your hands say yeah

viernes, mayo 09, 2008

Soñar...

Ayer soñó que la Gran Vía volvía a amanecer llena de luces y pinos de plástico adornados; de gordos vestidos de rojo con sombreros de borla y tres tipos sobre camellos hasta arriba de regalos. Soñó que tenía de nuevo ante sí todas las posibilidades, y una chica que creía y en la que él, esta vez, sí creía. Soñó, sobre todo, que sabía identificar la oportunidad, que era capaz de darse cuenta de lo que tenía ante sí. Y no lo dejaba escapar. Lo valoraba y lo abrazaba. Pero los sueños no dan más de sí, y fuera de ellos no existen las máquinas del tiempo para que pueda reciclar todos estos meses hasta volver al punto donde pudo agarrar su destino y no lo hizo. Pero así es la vida, cosida a base de trenes desperdiciados y estaciones vacías.


Escuchando: Reckoner - Radiohead

martes, mayo 06, 2008

Baldosas

Al contrario de lo que podría creerse, cuando estamos vacíos no nos volvemos más livianos, sino que pesamos un quintal. En todos los aspectos. Eso es lo que siente J esa tarde. Lluvia, tráfico, paso frenético, tiendas atestadas… Todo aquello le rodea mientras él se deja llevar por el gentío. Sin dirección. Sin rumbo. Su mirada no se posa en ningún sitio, sino que flota sobre la neblina de la ciudad, deslumbrada por los faros de los coches, rápidos e ineducados como adolescentes. Ahora, frente a él, una gran pantalla monocolor muestra a un caballero, excelentemente vestido, tomando un trago de un whisky que, según el anuncio, te hará ser el más popular de la ciudad. Bendita mierda, consigue pensar, rompiendo levemente la cortina que le oprime la mente. Después se para en un soportal, limpia el agua de sus gafas con un pañuelo, se sube el cuello de su abrigo y sale de nuevo al río que enloquece a la ciudad.

La silla es dura. Es lo primero que piensa al sentarse frente a ese desconocido. Es atractivo, se reconoce después, mientras él se levanta a pedir a la barra, custodiada por una rubia con unas tetas que podrían competir con las de una vaca de los pastos gallegos. Al principio no le pareció mala idea, pero según fueron pasando los minutos y la conversación viajó por temas insulsos y vacíos, comenzó a maldecir el momento en que había aceptado la invitación. Así que, fiel a sí misma, se levantó de la silla, argumentó un mal estar general y abandonó el bar dejando tras de sí una estela tan fría como la noche que la aguardaba fuera. La reconstrucción no será fácil; nadie dijo que lo fuera.

La gota cae sin remisión. A intervalos regulares. Cada medio minuto ha calculado. El suelo está formada por baldosines idénticos, salvo por la diversidad de puntos que conforman su interior creando dibujos. Un lagarto. Un carro. Una pistola. Un preservativo. Un coche. Todo un mundo en ese suelo. La sangre comienza a subírsele a la cabeza, pero no le importa. Lo cierto es que no tiene nada mejor que hacer y si quisiera tampoco podría hacerlo. La gota sigue marcando el tiempo, con una precisión que ya quisieran para sí los suizos. Por debajo de su cabeza, pasando por encima del preservativo, una cucaracha. Del negro más puro. Avanza con poca decisión, como si en realidad no quisiera ir a ningún lado. Piensa que a lo mejor no ha reparado en su presencia y por eso no trata de huir. Intenta soplar, pero el aliento no le alcanza para tanto. Así que observa como el bicho continúa su lento caminar, más parecido a una procesión que a un simple paseo. Siete gotas después, la cucaracha ya es historia.


Escuchando: Japonesa - La Costa Brava

miércoles, abril 30, 2008

There will be blood

La habitación es pequeña y apenas cuenta con una cama, una mesilla y un mueble sobre el que descansa una minúscula televisión que no tiene pensado emitir ni un guiño en forma de imagen. El suelo está cubierto por una alfombra que parece ser roja, aunque es difícil saberlo. Las paredes, de un desagradable amarillo, sólo están adornadas por un cuadro que representa una cacería de zorros, escopeta en mano. Las cortinas, rojas y gruesas como una manta, sólo dejan entrar un leve rayo de luz en el punto que se unen sus dos alas.

Allí, tumbado sobre una cama que rechina como si fuera a romperse en mil pedazos repasa los retales que aún permanecen en su memoria. Todo está bastante gris, pero los salivazos no. Lo que le recibió nada más volver a ver aquel cielo azul y tremendamente cegador. No es que él hubiera esperado aplausos y palmadas en el hombro. Sólo quería descansar, pero más mental que físicamente. Y aquello fue peor que volver a las trincheras, peor que ver a niños desangrados por las cunetas.


De repente lo que consideraba pasajero ya no lo era. Su cabeza había desconectado y las noches eran pesadillas realistas. Las granadas y ametralladoras hacían vibrar el suelo una y otra vez, de nuevo, y la sangre de aquel niño goteando inundaba sus ojos. Mientras, en la calle, la gente clamaba contra él, sólo contra él. Y por qué, lograba preguntarse en los pocos momentos luminosos. ¿No debería ser un héroe? Un héroe.

Y, ahora, su cabeza ya no distingue nada. Ante sus ojos sólo ve un punto negro que obedece a una voz que le acompaña siempre, allá donde va. Así que está en esa lúgubre habitación, con una pistola en la mano, para llegar a un acuerdo con su compañera: quitarse de en medio o, por el contrario, vengarse de todos los desagradecidos. There will be blood.


Escuchando: Rebellion (lies) - Arcade Fire

jueves, abril 24, 2008

Mesas

Una mesa de metal negro, al lado de un ventanal con vistas a la gran plaza llena de viejos con bastones de madera que acuchillan el tiempo como puñales oxidados. Ella los mira mientras da vueltas a la cucharilla que remueve el azúcar dentro de su negro café hasta que se disuelve por entero, pasando a convertirse en la misma cosa: un café dulce. Curiosa metáfora, piensa, mientras guarda de nuevo la foto en su cartera.

La mesa está fría, mármol blanco. El libro descansa sobre ella, robusto, sabio como pocos. Lo subraya distraídamente, al igual que el obrero coloca la masa sobre el ladrillo. Ocupando las hojas, integrales, variaciones, con y sin repetición. Fuera, el afilador toca su flautilla inconfundible. Se pregunta qué pasaría si saliera a que ese hombre roñoso le afilara el lápiz. Quizás con esa punta fuera capaz de derrotar de una vez por todas toda aquella maraña de números, de domesticarlos para convertirlos en poemas de amor o cartas sin remite.

Se ve igual aquí que allí. Es lo mismo. Igual material, igual forma, igual tamaño. Una mesa. No importa que ahora las paredes que la rodean sean de color salmón. Antes eran blancas y su aspecto era el mismo. Tampoco el aire es igual. Aquí pesa más, quizás sea por el mar, o simplemente por el mal humor. Nunca se sabe. Aquí nada es lo mismo y la nostalgia es capaz de nublar cualquier ambiente. Pero los muebles no saben de sentimientos. Si ellos pudieran hablar… Si esta mesa pudiera hacerlo.

Cuando Roads llena mi atmósfera me da igual que a través de esta podrida ventana se vean sólo tipos grises y coches de policía. Cuando Beth se lanza yo me contraigo sobre la mesa en un ovillo que no tiene nada que ver con este mundo. Ni con esta habitación. Ni con esta jodida y horrible ciudad, tan opresiva. Simplemente cuando ella canta, yo no estoy. Al menos aquí. Estoy con ella, bailando las dos en un café de aquel otro sitio. Al que me llevaste ese día y en el que, después de relatarme la teoría del caos, me hablaste de ella y me dijiste que me la ibas a presentar, aunque fuera a través de los altavoces. Sólo fue otra promesa más no cumplida. Ahora Beth es mi compañera, mi aliada. Se alistó en el ejército que formé para liquidarte, para anexionarme tu vida y dejarte fuera de cualquier cosa, para derrotarte sin concesiones. Ella me está ayudando a conseguirlo. Así que, tío, échate a temblar.


Escuchando: Krafty - New Order

viernes, abril 18, 2008

Música

Sólo es cuestión de ajustarse bien los auriculares. Entonces el mundo es otro. Las mesas, los ordenadores, el jefe, la mierda que te corroe por dentro pasan a estar fuera, a cientos de años luz de ti. Porque cuando consigues meterte de lleno en una canción, hacerla tuya, logras entrar en otro mundo, vivir más allá, sentir mucho más que nadie. Realmente, eres un sentimiento. Y es cuando te das cuenta de la cruda y anodina realidad que te rodea y, sobre todo, que ese estado artificial, esa maravilla que te transporta no suele pasar de los cuatro minutos y, aunque puedas repetir, la sensación de ahogo no decrece. Te gustaría quedarte a vivir dentro, quizás en un acorde o en un timbre de voz, para siempre, en la gloria. Pero por más que lo intentas no lo consigues, y los segundos van pasando, y la música va menguando hasta que, al final, sólo queda el silencio. El mismo silencio de siempre, el mismo escenario monótono de todos los días. El mismo gris.


Te daré
Todo lo que queda bajo mi piel
Cuatro versos de un poema esquimal
Y el sol invernal
Que brilla en tus veranos

Quédate
En la ciénaga para poder ver
Que las cosas que te quise decir
Y en la tierra grabé
Se borran entre agua y lodo

Hay flores de hielo en tu cuarto
Que arrancaste de mi jardín polar
Mi sangre helada se funde
Arropada en tu abrazo tropical

No pude dar
Un cielo para poder volar
Y tiraste alas por el balcón
Pero bajo el colchón
Ocultaste un par de plumas

Descúbreme
Que la máscara caiga a mis pies
Yo también quiero saber quién soy
Y a tus labios daré
Extraños besos de boca nueva

Hay restos de mí
En tu almohada
Migajas de recuerdos en tus ojos
Deslizándose por la escarcha
Noches, días y diamantes rotos



Escuchando: Jardín polar - Sidonie

martes, abril 15, 2008

París mon amour




Allí está ella, sentada en la cama de su hotel pensando en si de verdad es cierto. No acaba de creerse estar en esa situación y eso le genera ansiedad. ¿Cuántas posibilidades habían de volver a sentirse así y precisamente en esa ciudad? Así que piensa que todos los astros se han conjurado para darle por fin lo que le habían estado escondiendo durante demasiado tiempo. Se acomoda en la mullida cama y deja que sus sentimientos pueblen todos los rincones de la habitación. Está en París, la ciudad de las novelas, la de la imaginación más romántica, y ella siente de nuevo ese nido de avispas en su estómago, ése que creyó jamás volvería a aparecer. Nota como los sentimientos la van colmando y, después de mucho tiempo, se encuentra tan a gusto que tiene ganas de gritarle al Sena que por fin puede ser posible de nuevo. Entonces una punzada detiene el devenir del huracán de sensaciones. Un pequeño cristal que se le clava recordándole todo lo pasado, las noches en blanco y los días en negro, y entonces se estremece y una parálisis amenaza con estropear el momento. Pero en ese instante, una ráfaga de aire agita las cortinas trayendo un sonido conocido, una voz que le susurra desde un más allá con olor a Dos de Mayo que esté tranquila, que por qué no va a ser ésta. Que se deje llevar porque los merecimientos que uno hace acaban por tener recompensa. Una sonrisa llena su rostro mientras el sueño va ganando al miedo, un sueño, en verdad una realidad, que de una vez por todas le devuelve la esperanza, las ganas y la fe en seguir sintiendo.

(Dedicado a B, esa chica tan especial que siempre está, en lo bueno y en lo malo)


Escuchando: Rompeolas - Quique González

viernes, abril 11, 2008

Limbo

Lo cierto es que no entiendo muy bien por qué lo hago, ni para qué, pero aquí estoy, en esta oscura habitación, hablando contigo como si tú de verdad estuvieras frente a mí quitándote uno de tus finos mechones de negro pelo de tu frente. Déjame que te explique cómo sucedió todo, cómo fue que yo hace tiempo que no soy yo, sino que soy tú cubierto por mi piel. Y que mis pasos ya no resuenan igual, sino que tienen un eco diferente, como doble. No sé si alguna vez lo has sentido, pero yo sí, y se parece mucho a ser dos personas en una. En cierto modo es como comprender que a partir de un determinado momento ya no eres una entidad única, sino que te duplicas y pasas a tener claro que tu vida va a estar junto a alguien hasta el final. Entiendo que, probablemente, no sepas de lo que te hablo, que te suene a manido y hueco. Te comprendo porque sé que nunca serás capaz de aprender a hacerlo, jamás querrás ver las cosas de ese modo, nunca te dejarás complementar. Ese es el problema: que yo me he quedado en una especie de limbo porque me tocaste tú en suerte.


Escuchando: Más de una vez - Iván Ferreiro

miércoles, abril 02, 2008

Instantaneas

(Foto: Roger Guaus)


Un parque lleno de niños jugando en atracciones metálicas, con abrigos fluorescentes y gorros de escalador. Todo bajo una luz intensa, como si el sol estuviera enfocando de manera especial ese cuadrado con suelo de arena, separado de una realidad lejana y violenta por barras verticales que antes eran color arco iris y ahora están ennegrecidas. En los bancos, fuera del recinto, las lánguidas madres leen revistas de esperpentos vestidos de princesas, prometiendo que nunca jamás dejarán escapar otro tren.

Una cocina pequeña, estrecha, con una claraboya que muestra el cielo nublado, gris, como en una fotografía en blanco y negro. Es el cielo de Praga y la mirada intenta atravesar el cristal y pasear por sitios que nunca ha visto y descubrir cosas que nunca verá y beber cerveza en bares oscuros e históricos. Pero no, sólo hay ese cubículo con muebles ajados, vasos y platos manchados y un lavadero que se ve mohoso pese a la falta de color del fotograma. Habrá que esperar para descubrir a Frank. Una vez más.

Y un pájaro muerto sobre la acera, encima de una pequeña y espesa mancha de sangre. A su alrededor pies vestidos con zapatos multicolores que lo esquivan. Un bosque de piernas que pasan observando la muerte alada, que en pocas horas será desahuciada de su trozo de ciudad por una pala metálica y herrumbrosa, junto a envoltorios y colillas de cigarros. Pero para entonces los pies calzarán ya suaves zapatillas de lana sobre alfombras mullidas, dentro de cajas de zapatos, tan idénticas como faltas de alma.

Sólo un vaso de plástico, aún con vino mezclado con cocacola, en la soledad del frío suelo de un apartamento céntrico. Un resto de una noche despreocupada y sin freno; diez horas de entrega y vicio dentro de treinta y ocho metros cuadrados con música envolvente. Dos cabezas dispuestas a triturar todo y no pensar en nada, al menos durante ese tiempo de aislamiento íntimo. Sólo dos cuerpos, dos sexos y el alcohol. Dulce paraíso en una isla en medio de la azarosa ciudad de neones sobre rascacielos de ojos rasgados. Tan hostil; tan ajena.

La cama revuelta, con sábanas marrones, en una habitación mínima y casi a oscuras. Alrededor, cajas selladas que guardan una vida y prometen otra distinta en un lugar desconocido. Ni un mueble, ni un alma, sólo cartón sujetando como un dique una realidad que se antoja difícil. En cada una, trazos azules que recuerdan los contenidos vitales aún por auscultar. Retazos de lo que fue, pudo haber sido y quizás pueda ser. Partes de un todo que no es indivisible sino un puzzle de lágrimas y sonrisas tristes.

Una foto a través de una ventana. Al otro lado, una calle cualquiera de una ciudad cualquiera. Coches aparcados en batería al lado de árboles cuyas copas llevan en guerra cientos de años. A un lado una cancha de baloncesto. Vacía. Donde antes había niños ahora hay mierdas de perro reblandecidas por la llovizna, que deja todo el escenario especialmente gris, especialmente desalentador. Al otro extremo, el centro de desintoxicación, rodeado de zombis erráticos que vagan entre la neblina sin ningún rumbo, salvo el que les marca su ansia artificial.



Escuchando: Roads - Portishead

viernes, marzo 28, 2008

A Dios rogando...

Acaba de terminar de decir a toda esa gente que se arrodilla a escucharle que amasar riqueza es uno de los principales pecados de la era moderna, algo que encamina directamente a la condenación eterna, rodeado de unos fuegos fatuos justos y faltos de compasión. Tras la extenuante diatriba y después de quitarse los ropajes adecuados para oficiar, el padre Steal abandona el recinto y se dirige a la enorme circunferencia que forma la plaza. Camina solemne sobre los adoquines, bajo un sol de justicia, con la cabeza alzada hacia el monumental edificio que se eleva ante él. La Basílica de San Pedro, una colosal construcción. Un niño pasa delante de él y se arrodilla para besar su mano. Este gesto, muy habitual por otra parte, le hace detenerse por un instante preso de una idea que acaba de atravesar su cerebro, de manera intempestiva, como si hubiera derribado todas las presas artificiales que el se ha encargado de construir durante años. Y si estuviéramos cayendo en los mismos errores que condenamos, se pregunta. ¿No estaremos, por ejemplo, amasando nosotros mismos una ingente cantidad de riquezas desde hace siglos? ¿Con todas las propiedades que poseemos y los lujos que tenemos, por ejemplo en este estado nuestro que dispone hasta de ejército propio, no podríamos dar de comer a la inmensa mayoría de la gente que muere de hambre? ¿No estaremos colaborando a la podredumbre de este mundo dedicándonos a sermonear mientras seguimos poniendo la mano y engordando nuestras arcas? ¿Tiene sentido señalar la pederastia como pecado mortal a la vez que ocultamos en nuestro seno a compañeros que han realizado este acto tan deleznable? ¿No habremos caído presos de la hipocresía haciendo lo contrario de lo que pedimos a nuestros fieles? En ese momento, un rayo de sol cayó de lleno sobre su magnífico anillo reflejando una luz morada que calentó su rostro. ¿Y quién soy yo para juzgarlo?, se dijo tranquilamente mientras reanudaba el paso santiguando a una pareja que, con mirada de adoración, le había dedicado una reverencia.


Escuchando: Oh Mandy - The Spinto Band

miércoles, marzo 26, 2008

Tiempo muerto

“Lo veo todo desde fuera, como si en realidad no fuese mío, no me perteneciese. Ni mi trabajo, ni mi casa, ni siquiera mi propia existencia diaria. Sólo hay algo que sí reconozco y contemplo: el paso inexorable del tiempo. Y ahí estriba la principal razón por la que no termino de ser yo, de disfrutar, más o menos, de lo que me rodea, de lo que soy. A cada minuto que pasa soy consciente de que han sido sesenta segundos más en los que me he dedicado a observar, a ver avanzar todo ante mis ojos sin involucrarme, sin participar. Los días pasan idénticos, como los fotogramas de una película virgen, sin que me dejen huella, sin que me traigan nada reseñable o que me cambie, sobre todo que me cambie. Ni un solo estímulo; ni un aliciente. Y cuando parece que el punto de fuga ha llegado, no es más que otro débil espejismo que apenas dura lo suficiente como para crear en mí una leve ilusión. Nada ni nadie logra darme ese necesario pescozón, más bien al contrario, sólo consiguen que la vida me parezca cada vez más ajena e intangible".


Escuchando: Angel - Massive Attack

lunes, marzo 17, 2008

Irreversible

Estaba triste, como siempre. De hecho, no la recordaba de otra manera. Sentada en el sillón de orejas leía un libro y se le podía notar. Él se quedó quieto, sin hacer ni un ruido. Ella no le había oído y seguía absorta en la lectura. Desde su atalaya, pudo observar su pelo liso, que caía sobre sus hombros con una delicadeza que conmovía, al menos a él, que sintió un escalofrío a la vez que algo se removía en su interior. Cada vez que pasaba una página, se humedecía los labios con la lengua, en un gesto que levantó en él unas ganas irrefrenables de ir hasta ella y abrazarla durante años. Pero no, se quedó en el mismo sitio, incapaz de moverse, contemplando aquella escena que le hubiera gustado poder capturar en algún soporte eterno.
Desde su posición, casi acechando, vio cómo una lágrima comenzó a surcar su mejilla sin que ella hiciera nada por detenerla. Pensó entonces que le hubiera encantado ser esa gota que durante unos segundos había tenido el enorme privilegio de rozar su piel, de acariciarla, antes de precipitarse al vacío mullido por la alfombra. Le hubiera encantado volver a poder ser capaz de hacerlo.
Entonces ella, como si su olfato hubiera detectado los sentimientos de él, giró la cabeza y lo encontró allí, en la penumbra, ahora acurrucado en un esquina, gimiendo. Se acercó y se agachó para abrazarlo, para sentarse junto a él y pasarle su brazo por encima. Para comprobar que en el fondo siempre se habían querido y que en realidad nunca podrían volver a quererse.


Escuchando: Brandenburg - Beirut

miércoles, marzo 12, 2008

Destino y decepción

¿Qué le quieres pedir a la vida?, le preguntó Ana, sentados los dos en aquel puente sobre la autopista, los pies colgando en el vacío. Él esperó a ver un coche rojo para contestar. Que pase muy rápido, respondió entonces. Así se quedaron durante un largo rato, viendo pasar aquellos caramelos de mil colores por debajo de ellos. Algún día dejarás de pensar así, no te habrás dado cuenta, pero entonces verás que todo es diferente. Las palabras de Ana se entremezclaron con el ruido del tráfico y sólo unos pequeños fragmentos llegaron a los oídos de él. Tampoco le importó mucho, no pensaba contestar a nada de lo que dijera. ¿No te das cuenta que llevaba toda la vida esperándote?, soltó, mirándola a los ojos, temblando. ¿Te haces una idea de la decepción? La última pregunta planeó sobre ellos y descendió lenta, como una pluma, al igual que la cabeza de él, que miró al río de peces metálicos para sentenciar: tú eras mi destino.


Escuchando: Every you and every me - Placebo

lunes, marzo 10, 2008

Consecuencias

Suena Climbing up the walls mientras Paula está tumbada boca abajo en su cama. En la mano, que pende casi inerte a un lado del colchón, un bote de ansiolíticos a medio acabar. Sus ojos están abiertos, pero no parece que enfoquen a nada. Simplemente están así, abiertos. A través de la ventana, la leve brisa primaveral agita las cortinas e impregna la habitación de un aroma a césped recién cortado. Al lado de la cama, encima de la mesilla, hay un sobre abierto y un papel arrugado, hecho una bola.

A cien kilómetros de distancia, Eric alcanza el clímax tumbado sobre los turgentes pechos de una sueca que acaba de conocer. Ni siquiera sabe cómo se llama. En realidad no le importa. Él tiene una filosofía clara y no entra en sus planes cambiarla, por muchos corazones que rompa. Se levanta y se dirige al baño a darse una ducha, dispuesto a marcharse sin despedirse de su última presa, que duerme profundamente. Justo antes de comenzar a enjabonarse, una imagen pasa por su mente, rápida pero muy vívida. Es la cara de Paula, llorando desconsoladamente, tan real como si en ese momento la tuviera delante. Eric agita su cabeza mojada para espantar la visión con tanta rabia que resbala y cae hacia atrás, golpeándose la nuca de forma mortal.


Escuchando: Comfortably numb - Pink Floyd

lunes, marzo 03, 2008

Despertar

Estoy en este sofá, tan cerca que casi nos rozamos. Pero yo me siento más lejos de ella que nunca. Es como cuando tratas de encajar en un grupo y sólo consigues sentirte ajeno a todos.
-“¿Sabes? Mañana voy a ir a ver las cortinas. Creo que el mejor tono para el salón es un marrón clarito porque va a juego con las paredes…”.
Yo la oigo, pero no la escucho. Mi mente está en otro sitio. En otros lugares. En aquel viaje a Cádiz en el que éramos capaces de flotar sobre la arena de la playa y las sábanas de aquella preciosa habitación de hotel. En mi corazón saliéndose del pecho.
-“Hoy en el trabajo, Mónica me ha dicho que las chicas vamos a ir de cena el viernes, a ese restaurante tan mono que hay en Serrano. Ése al que fuimos un día y nos encontramos a mi jefe…”.
Mi mirada se pierde en la fotografía sobre uno de los estantes de la librería, encuadrada en un horrible marco de plástico. En ella, los dos miramos a la cámara embobados, con una cara de felicidad inigualable. En el jardín de casa de mis padres. Durante uno de aquellos veranos del amor. Tú con aquel vestido rojo, precioso en contraste con tu piel morena.
-“…y Sara cree que le ha puesto los cuernos, pero yo le digo que no sea mal pensada. Que primero hable con él, no vaya a ser que meta la pata, y tú ya sabes cómo son estas cosas…”.
Me esfuerzo, realmente lo hago, por ubicarme y volver a conectar todos los cables que me unen a esta realidad, a esta mujer. Pero los enchufes ya no sirven. Es parecido a lo que ocurre cuando vas a Estados Unidos y no puedes conectar ningún aparato de los que te has llevado hasta allí en la maleta. Y siento la misma rabia que entonces, cuando acabábamos de llegar a Nueva York y mi cargador del portátil no valía y tú me abrazaste e hicimos el amor frente a aquel ventanal sobre la gran ciudad.
-“…y creo, sinceramente, que deberíamos mirar lo de cambiar nuestra cuenta a ese otro banco que sale en la tele, ése que da más rentabilidad y no te cobra nada por las tarjetas de crédito. Además, tienen muy buenas ofertas por si queremos pedir otro crédito algún día para comprarnos un coche más grande, por lo que pueda venir…”.
Ahora, mis pensamientos van de pregunta en pregunta. Qué hago yo en esta casa tan alejada de lo que yo había soñado siempre para mí; por qué hay un elefante de cristal en esa esquina; cuándo ha sido la última vez que he sonreído de verdad, desde dentro, con ganas; por qué estoy sentado junto a una extraña a la que no me apetece hablar ni mirar; ¿por qué es una extraña?
-“…cariño, es que no me estás haciendo ni caso. ¿Dónde estás?”.
-No lo sé. De verdad que no lo sé.


Publicado en Magazine Diario Siglo XXI


Escuchando: Jigsaw falling into place - Radiohead

jueves, febrero 28, 2008

Febrero

He llegado a la conclusión de que febrero se ha negado a dejarte. Así de sencillo. Algunos dirán que me engaño a mí mismo, que la única razón por la que no has venido es porque no quieres, porque te gusta jugar conmigo, ponerme la zanahoria e ir alejandola justo cuando estoy llegando. Pero yo no lo creo. Estoy convencido que ha sido febrero, cruel y malvado, el que ha evitado que vea tus ojos negros durante todos estos días bisiestos, tras otros muchos más sin contemplarlos. Fue él el que me tuvo esperando una hora en esa terraza del centro. Sentado, con aquella rosa en la mano, aguardando a verte doblar la esquina. Pero no lo hiciste porque febrero te agarró los tobillos y no te dejó salir de casa. Ni mucho menos fue porque tuvieras mejores planes o, simplemente, no te apeteciera verme. Y así el resto de veces, siempre ese segundón impidiendo que tú y yo fortaleciéramos nuestros lazos. Y no, no se confundan, no soy un crédulo, simplemente creo en ti, te tengo fe, por más febreros que se empeñen en lo contrario. Sé que algún día, en otro mes mucho más generoso y bueno, tú volverás.


Escuchando: Head home - Midlake

lunes, febrero 25, 2008

Se busca

Hace un tiempo que digo que sí sin pensarlo. Que avanzo arrastrando mi vida sin plantearme cómo podría aliviar el peso. Voy, vuelvo, voy, vuelvo. Y he dejado de pensar si aquello está bien o deja de estarlo. Simplemente, he decidido meter las manos en los bolsillos de mi abrigo largo, ajustarme el sombrero y dejarme llevar por las hostiles calles. Y no sé si este invierno con balas de fogueo durará una vida, o si por el contrario las hojas que vayan cayendo del calendario agitarán un viento frío y alentador que borre las bolas de espino que circulan ante mí. Mientras tanto, yo sigo rellenando su cargador con nuevos proyectiles que siempre acaban en mi pecho, por lo que, sí, reconozco que es una suerte de suicidio continuo. Pero, de momento, no se me ocurre una mejor manera de no pensar mientras se queman las horas. Con esas balas silbando a mi alrededor, tú no pasas de ser otro enemigo más al que ignorar o derribar. Ya sólo me detengo, muy de tarde en tarde, para colgar en alguna esquina un cartel con tu cara y un ‘wanted’ escrito con letras de vértigo.


Escuchando: Breathe - Depeche Mode

miércoles, febrero 20, 2008

Vertederos

Y será porque cuando llega a casa no estás tú. Ni nadie. O porque el día en que su garganta es un nudo, no hay nadie que lo desenrede. Tal vez sea porque cuando aparece el final de la semana sólo le espera el silencio y lo gris. El caso es que para él las horas son cubos de basura y los días vertederos idénticos, como clonados.
Así que imagina que dobla todo ese tiempo triste en pliegues muy pequeños y los esconde entre las páginas de sus libros favoritos, esperando que esas historias en las que quisiera estar limpien el basurero y cambien todos sus segundos. Mientras, seguirá viendo cómo la vida le absorbe toda su luz.


Escuchando: Carnaval y safari - Iván Ferreiro

jueves, febrero 14, 2008

Confesión

Yo no disparé. Lo prometo. Pero da igual. Ahora estoy aquí, encerrado entre estas cuatro paredes. En un cubículo con rejas oxidadas. Pero yo no lo hice. Tenéis que creerme. En la vida me hubiera comportado así. ¡Si no sé manejar una pistola! En mi vida he tenido una entre mis manos. Pero ellos sí lo creen. Han decidido cargarme el muerto. Y sólo creen lo que ellos quieren creer. Dicen que yo estaba allí, en aquel apartamento, esa noche. Y que disparé una pistola. Tres veces. Pero no es verdad. Yo no lo hice. Yo no estaba allí. No tengo testigos, pero tenéis que creerme. Yo no podría hacerle daño ni a una mosca. ¿Pero me habéis visto? ¿Creéis que yo podría disparar a alguien? Además a ella. Pero si yo la quiero. La quería. Cómo iba yo a matarla. Alguna vez me puse nervioso, sólo eso. Pero jamás la toqué un pelo, ni a ella ni a nadie. Bueno, un día se me fue un poco la mano. Pero eso ellos no lo saben. Y pese a todo han decidido cargarme las culpas. Lo han amañado todo para que me pudra en este agujero. Y me pegaron, me torturaron para que hablara. Me sentaron en una silla y me dieron todo tipo de golpes mientras me insultaban y me preguntaban a gritos. Pero yo no podía ayudarles. No podía contestar a sus preguntas. Porque yo no la maté. Pero no lo soportaba más. Me pusieron esas cosas en el pecho y sentí un dolor horrible cuando la electricidad atravesó mi cuerpo. Llegué a perder el juicio. Cuando de pequeño los curas me hablaban del infierno, yo siempre me imaginé algo parecido a lo que estaba viviendo. Yo sólo quería salir de esa habitación. Dejar de ver a esos cuatro hombres que me insultaban y me hacían sufrir. Así que lo dije. Tuve que decirlo. Me obligaron. Confesé.


Escuchando: Magenta - Bushido

martes, febrero 12, 2008

Moldes

Yo te habría escrito mil versos más. Habría ideado rimas y ritmos para ofrecértelos cada mañana, cuando tu pelo aún se enredaba en mi pecho. Una paseo por la Gran Vía al caer el sol aparece ahora en mi memoria, vívido y real, como si estuviera volviendo a echar esa moneda a aquel chico que tocaba el saxo como nadie. Y también está tu sonrisa, tu abrigo largo y negro como una noche de agosto. Y aquellos días en los que yo me podía comer el mundo por los pies porque tú estabas allí, a mi lado, en la plaza, al sol, con una cerveza y nada más. No hacía falta nada más. Quizás sólo un libro y aquel disco de Leonard Cohen. Insufrible es el vacío ahora cuando compruebo que todo eso no es más que pasado hecho jirones imposibles de coser. Y que tú llenarás los días y las tardes de otro que disfrutará como yo lo hacía entonces, como no lo volveré a hacer. Porque la evidencia de que contigo rompí el molde no admite discusión. Por ello paso los días invadido por la idea de que es una perdida de tiempo seguir buscando otros moldes, porque no sostendrían la comparación. Y sé que no se puede vivir comparando, pero qué se puede hacer cuando la realidad se presenta de una forma tan clara y dolorosa. Cuando te quita vendas y te abre los ojos para siempre. Sólo admitir la realidad y dejar de creer que, queramos o no, la vida sigue adelante con mil opciones abiertas.


Escuchando: Passive aggressive - Placebo

martes, febrero 05, 2008

Amigo alado

Siempre que aparcaba el coche en aquel polvoriento descampado lo veía allí, sobre la letra H de hotel. Meciéndose adelante y atrás, con sus alas plegadas y el pico entreabierto. En un principio, su presencia me estremecía, como si fuera el mensajero de algo oscuro como sus plumas. Sin embargo, conforme fui fijando mi residencia en aquel gris y lúgubre agujero me acostumbré a verlo allí, inmutable. Curiosamente, su emplazamiento coincidía en altura con mi habitación. Si me asomaba a la ventana podía verle un poco más arriba, algo que los primeros días me turbó –e incluso me aterrorizó- pero que después se hizo imprescindible. Todas las tardes, al llegar de trabajar, me asomaba y me pasaba largos ratos hablando con él, contándole mi vida, agradeciendo tener un oído en el que volcar toda mi amargura. Cuando por la noche agitaba las alas, cosa que ocurría pocas veces, su sombra salpicaba la habitación de todo tipo de imágenes imposibles y desconcertantes. Con el tiempo, llegué a asociar esto con la tranquilidad. Él ya era parte de mi rutina, de mi vida. De una manera incomprensible le sentía como algo muy cercano.
Pero aquella infausta tarde, no estaba allí. La H aparecía vacía, sin duda extraña sin el elemento alado sobre ella. Miré hacía el cielo color plomo, buscando desesperadamente algún rastro de su presencia. Quizás unas alas negras en el horizonte. Nada. Así que, con el ánimo bastante afligido, me dirigí hacia el interior, no sin lanzar otra mirada al letrero que obtuvo el mismo resultado.
Entré en mi habitación. Oscura y vacía como siempre. Todavía con la extraña desaparición dando vueltas en mi cabeza me tumbé en la cama y decidí abrir un libro para espantar mis pensamientos. Uno de Vila-Matas. Me duró poco en las manos, ya que al ir a poner la almohada en la posición correcta, descubrí que bajo ella yacía mi alado amigo. Alguien le había abierto en canal, desde el cuello hasta la cola, y le había vaciado por dentro. En su interior había un papel ensangrentado en el que, a duras penas, pude leer: “El próximo serás tú”.


Escuchando: Wake up - Arcade Fire

viernes, febrero 01, 2008

Exposición

La sala no es muy grande. De paredes blancas y módulos separados, como marca la norma. A lo largo de ellas hay cuadros colgados. No más de tres por muro. Muy separados unos de otros. El ambiente es de un frío muy estudiado, a lo que ayuda mucho que los marcos sean del mismo blanco que la pared. El interior del cuadro ejerce de contraste. Ella pasea por la sala con su vaporoso vestido de flores. Un homenaje al verano. Camina a pasos lentos y delicados, como si flotara sobre el bruñido suelo. Sus sandalias de cuero lo acarician. Se detiene delante de todos y cada uno de los cuadros. Los estudia con mucha atención, torciendo su chata nariz cuando echa la cabeza hacia delante para no perder ni un detalle. En determinado momento se detiene más tiempo del que acostumbra delante de un cuadro, como si algo la hubiera fijado al suelo y no pudiera moverse. Es la fotografía del primer plano de un niño africano, rodeado de moscas, pero con una sonrisa absoluta, sin ningún tipo de concesión a la tristeza. Su rostro ilumina todo el blanco que le rodea. Los ojos de ella se clavan en los del niño durante un par de largos minutos, al cabo de los cuales, frunce el ceño, baja la cabeza y sale del recinto arrastrando los pies, con la espalda casi encorvada, como si sostuviera un peso que no es suyo.

Escuchando: Space between bodies - We are Balboa

miércoles, enero 30, 2008

Aviones de papel

“No funcionó”. Ella me lo había dejado pegado en la puerta del frigorífico, escrito en uno de esos papelitos amarillos y cuadrados. Lo despegué de allí, cogí una cerveza y me senté en el sofá. Empecé por mero aburrimiento. Arranqué una hoja del cuaderno azul, escribí “no funcionó” y fabriqué un avión. Al cabo de una hora tenía todo un escuadrón de aviones fracasados. Así que abrí la ventana y comencé a lanzarlos. Poco a poco el cielo se cubrió de pequeños objetos blancos que planeaban en todas direcciones. La mayoría perdió altura rápidamente tras un vuelo torpe, salvo uno que planeó y planeó, directo y con rumbo fijo, hasta que lo perdí de vista.

Escuchando: New born - Muse

lunes, enero 28, 2008

En línea

Estás al otro lado de la línea. Lo sé. Oigo tu respiración. Entrecortada, como siempre. Sé lo que estás pensando y también lo que quieres decir y no te atreves. Aprieto el auricular contra mi oído, intentando percibir algún sonido que me dé alguna pista. Pero no se oye nada. Sólo tu respiración, cada vez lindando más con el llanto. Los dos permanecemos en silencio, como manda nuestro ritual. Durante minutos. Largos como siglos. Al final, lo de siempre. Las lágrimas inundan la línea telefónica y, después, los tonos que marcan el final de la llamada. Yo me quedo sentado, aún con el auricular en la mano, durante unos minutos. Después cuelgo y calculo cuándo volverás a llamar, en qué momento escenificarás de nuevo esta pantomima. Cuándo darás un paso más en tu decisión de convertir la incomunicación en tu forma de vida.

Escuchando: Smokers outside the hospital doors - Editors

lunes, enero 21, 2008

Involución

"Cuando te conocí, yo escuchaba a Radiohead. Ahora, una vez separados, y tras compartir mi vida contigo durante cinco años, escucho a La Oreja de Van Gogh".
-Anónimo-


Escuchando: An honest mistake - The Bravery

lunes, enero 14, 2008

Nostalgia puntual

Esta noche, al acabar, me he dado cuenta de que ya no toco las viejas canciones. Y, mientras terminaba la botella de whisky en el camerino, me he preguntado por qué. No ha sido precisamente la lucidez del alcohol la que me ha dado la respuesta, sino una terrible punzada del recuerdo que te ha presentado delante de mí como una aparición. Me ha parecido mentira el tiempo que ha pasado desde entonces, de aquellos días en que yo me subía a pequeños escenarios para dedicarte las canciones que había escrito en tu regazo, metidos en esa cama que crujía como los escalones de aquella buhardilla. Simplemente esos acordes y esas palabras, que habían sido pura vida, se habían ido evaporando como tú. He sentido entonces una nostalgia terrible que me ha hecho agachar la cabeza para ocultar las lágrimas al resto. He querido abrazarte, como entonces, y me he dicho que mañana, en otra ciudad, bajo otro cielo, voy a rescatar algunas de aquellas canciones, algunas de aquellas letras que tanto supusieron y que quiero rescatar del olvido más absoluto. Y sé que tu no vas a leer esto, igual que sé que tú piensas que no te dedico ni un segundo de mi tiempo. No te culpo. Fui un cabrón y ahora no hay día que no me arrepienta de todo aquello. Así que te lo debo. Voy a tocar esas canciones. Lo haré mañana, o quizás la semana que viene, si los chicos las recuerdan. Sino un poco más adelante. Te lo debo, y lo haré. Debo tener por ahí las partituras. En algún sitio, en algún cajón. O en el estudio, no sé. Pero seguro que están en algún lugar. Tienen que estar. Estoy convencido. Ahora voy a seguir con el alcohol. Espero acordarme mañana…

Escuchando: Los olvidados - Sidonie
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