jueves, septiembre 30, 2010

Bordillo

Venías a casa por las tardes y te quedabas en la acera de enfrente, sentado en el bordillo. Jugueteabas con los pies, la cabeza gacha, y de vez en cuando levantabas la mirada hacia mi ventana. Yo, detrás de la cortina, fantaseaba con que eras ese chico de tercero, rubio, alto, tan guapo. Cuando volvía a asomarme y el sol comenzaba a marcharse, te ponías de pie y tonteabas con las piedras, cada vez más cerca de nuestra verja. Pero tú eras moreno, y siempre estabas solo, en el recreo, al salir de clase. Con la oscuridad engullendo las calles, volvías a bajar la cabeza y arrastrabas tus pies hacia la calle principal, hacia tu casa, sin levantar la mirada. Y yo volvía a pensar que era una lástima que no fueras popular y que llevarás siempre aquellos jerseys de lana en lugar de una cazadora de cuero y unas deportivas, así que siempre desparecías rápido de mi mente. Una tarde el bordillo se quedó desierto, y a mí me dio la impresión que toda la calle se había vaciado, que sólo existían mi ventana y el bordillo, nada más. Desde aquella tarde de verano, esta historia ha definido mi vida.



Escuchando: Paint it black - The Rolling Stones

martes, septiembre 28, 2010

Virtualidad

Enciende el ordenador y ahí está. Un correo electrónico con el destinatario esperado; el asunto, el de siempre. Todo el día fantaseando sobre qué contendrá hoy, qué palabras llenarán ese blanco. Comienza a leerlo con ansia, como si fuera el último mensaje que vaya a leer en su vida. No defrauda. Esta vez tampoco. Reflexiona entonces sobre lo fantástico de tener algo en casa que te espera, de que todos los días existan esas palabras en tu buzón, aunque sea virtual, aguardando para ser leídas. Letras que impulsan los pedales que mueven el día a día. Mientras da vueltas a cuál va a ser su respuesta, como va a superar la del día anterior, no puede evitar pensar que aquello es temporal, que más tarde o más temprano alguno de los dos perderá el interés, se decantará por lo material, por lo tangible. Así que decide, por primera vez, darle un título a su mensaje: La virtualidad del amor.

Pulsa el botón de enviar en el mismo momento en que una idea cruza su mente como una llamarada. Intenta detener el envío, pero es demasiado tarde, el mundo virtual no sabe de arrepentimientos. Y eso es lo que se ha instalado en su estómago como representante de un mal presagio. No espera contestación, puesto que nunca la ha habido la misma noche. Nada hasta el día siguiente. Así que si en los próximos minutos hay un mensaje suyo en la bandeja de entrada sabrá que se ha equivocado, que habrá malinterpretado otra vez.

La espera se hace eterna. Cada minuto que pasa es un triunfo, un alivio. Intenta centrar su atención en otras cosas, pero su mirada acaba siempre en el dibujo con forma de buzón mientras se pregunta si de nuevo ha ido más allá, si sólo ha creído lo que quería creer. Ya ha pasado casi media hora cuando se dispone a apagar el ordenador e irse a la cama con la sensación de no haber estropeado nada, quizás de haber acertado, cuando un sonido familiar resuena en el silencio del salón. Se acerca a la pantalla y ahí está el sobre cerrado, ése que por primera vez no quiere recibir. El asunto del mensaje destroza sus esperanzas: La desconfianza hacia la virtualidad.



Escuchando: The suburbs - Arcade Fire

lunes, septiembre 20, 2010

Objetivos del Milenio

Reunirse está muy bien. Y si es en Nueva York, rodeado de rascacielos y Starbucks, mucho mejor. Alojarse en un hotel de lujo, que te venga a buscar una limusina y te lleve por las épicas calles de la Gran Manzana al lugar de la reunión, no tiene precio. Y si allí te esperan cientos de cámaras y micrófonos que te hacen sentir un tío importante es ya el acabose. En realidad, el tema que se vaya a tratar en la reunión es lo de menos. Lo importante es volver a juntarse con los compañeros, con ese sentimiento de ver otra vez a los amigos tras el verano, charlar amistosamente con ellos, preguntarles que tal la mujer y ese hijo que estudia en el extranjero, reírse alegremente y palmotearse los hombros como jovenzuelos. Cuanto más rimbombante sea el lema de la parodia mejor que mejor, ya que así siempre se tiene la excusa de estar colaborando para mejorar el mundo. Así que si el título es Objetivos del Milenio, está totalmente justificado el desembolso económico que conlleva tanto coche oficial, hoteles de lujo, comidas y cenas con los alimentos más sofisticados… No en vano, están discutiendo entre ellos para salvarnos a todos nosotros, para reducir el hambre en el mundo, para que todos los niños tengan derecho a serlo, para disminuir la contaminación… Todo esto para 2015. Así que, agradecidos por su altruismo, por su firmeza para lograr una hazaña de tal calibre en sólo cinco años, es mejor que ignoremos y después olvidemos que durante los tres días que el grupo internacional de coleguitas está de excursión en Nueva York morirán 70.000 niños, la mayoría de ellos víctimas de la hambruna y de enfermedades prevenibles. Algunos dirán que es demagogia, pero no, no nos confundamos, la verdadera demagogia viste traje de dos mil euros, se aloja en hoteles de lujo y viaja por todo el mundo con sus amiguetes a nuestra costa. Quizás habría que plantearse otros objetivos para este milenio…



Escuchando: Death bells - Soulsavers

martes, septiembre 07, 2010

Tormenta

Me costó tanto decir aquellas palabras, que ahora me encuentro vacío, hueco. Sentado detrás de la cristalera, viendo como las gotas se estampan y comienzan su último descenso, no puedo formar una simple imagen en mi cerebro. De nuevo un lugar extraño, frío, sin ningún asidero. Días de extravío y pérdida ante mis ojos. Conforme el agua va arreciando, la visión a través del cristal se vuelve como una suerte de lienzo surrealista. Azules, grises, blancos, retorcidos, difuminados, rotos. Una cruel copia de mi realidad. A mi alrededor, protegido por los gruesos cristales, sólo se escucha el motor del mueble bar, un zumbido que tiene algo de animal agazapado. Como yo, oculto entre las sombras esperando que cese de nuevo el temporal, preparándome para comenzar otra vez el mismo ciclo, ese bucle que me atrapa desde el principio, desde la primera tormenta. Armándome de valor para volver a reunir las palabras.



Escuchando: Don't go down - Elliott Smith
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