jueves, octubre 23, 2008

Bloqueo

La culpa de todo la tuvo la corbata. ¿Qué hacía ahí, colgando de su cuello, flácida, de ese ridículo color naranja salmón? ¿Qué sentido tenía? Es difícil imaginar cómo se puede pasar de la incomprensión del sentido de una simple corbata a la desorientación vital más absoluta. Pero eso fue lo que le ocurrió a Ray mientras terminaba de rellenar de palomitas uno de esos combos de cartón. Se quedó parado, con la pala de metal en la mano, perdido en un punto intermedio entre su sitio y el de la cuarentona con gafas que le observaba perpleja desde el otro lado del mostrador. Ni siquiera el empujón de su jefe, alertado por la mujer, y por toda la cola de gente, que ya alcanzaba la puerta y, por extensión, la plaza en la que desembocaba, le movió ni un ápice (mentalmente, se entiende). Era como si algo en su interior se hubiera desconectado, dejándolo sin alimentación. La gente comenzó a arremolinarse alrededor del mostrador, curiosos, como si estuvieran ante la jaula de un animal en el zoo. El jefe, con ojos de alucinado, comenzó a zarandearle mientras le gritaba órdenes cada vez más atropelladas que no obtuvieron ninguna respuesta, ni física ni verbal. En el momento en que la situación comenzaba a parecerse a una escena de una película de Berlanga, Ray abrió la boca para decir algo. El silencio se hizo absoluto y todos contuvieron la respiración mirándole con los ojos como platos a la espera de una explicación. Lo que escucharon a continuación no se le olvidará a más de uno en el resto de su vida: “Las quieres con sal o sin sal”.


Escuchando: Bujías para el dolor - Enrique Bunbury

viernes, octubre 17, 2008

Coyote

La paciencia es un bien valioso pero escaso. Eso piensa mientras se tumba en la cama y aprieta el botón de encendido del mando a distancia. En la televisión aparece un viejo episodio del Coyote y el Correcaminos que no ha visto. Encuentra gracioso que, como en su propia vida, eso importe poco porque, al fin y al cabo, ya conoce el final. Mientras apura el vaso de whisky desea con todas sus fuerzas que el dichoso bicho con alas se rompa una pata o tropiece con una de esas rocas que salpican el camino y, de una vez por todas, el Coyote consiga comérselo, sin concesiones, con violencia, haciendo justicia por fin. Pero sabe que no será así porque hay finales escritos que no se pueden cambiar, que son invariables pase el tiempo que pase. Así que se levanta y se sirve otra copa. Ya conoce el final.


Escuchando: Standing next to me - The Last Shadow Puppets
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