martes, julio 21, 2009

Fuga

Dos destinos cruzados en el punto más remoto.

Se mira el dorso de las manos y las arrugas de los nudillos le revelan la realidad, como los círculos en el árbol talado. Pero es esa pequeña sombra la que no debería esta ahí. Es la ciudad la culpable, ahora no tiene ninguna duda. No permite los pequeños detalles, no los acepta. Y ya vale. Cuando echó los cierres de la maleta, una enorme piedra cayó sobre el parquet. Ahora sigue mirándose las manos y es consciente que llevará tiempo, pero ya de otra clase, sin agujas. Siempre soñó con una tierra verde, tupida hasta la misma orilla del mar, donde el viento sopla con acento desconocido y los colores pasan de los tópicos. Se ha convencido a sí misma –primer paso- de que las manías desparecerán, que ya no le horrorizará nunca más mirar las manecillas de los relojes ni a los vendedores de cupones. La culpa es de la ciudad, está claro. Ya se podrá pintar las uñas de los pies por primera vez. Eso es vida.

El tiempo soy yo, resbalando por las cañerías de la ciudad. Derritiéndome en cada esquina, en cada apartamento, en cada motel. No vivo en ella, soy parte de ella, de sus calles, de sus bares, de sus tiendas, de sus parques. Estoy en todos esos sitios y en ninguno porque me paseo sin dejar huella. Nunca la he dejado, y mis pies lo agradecen. Pero creo que ya sólo soy un saco de huesos que suena a cada paso como si se tratara de un instrumento de percusión. Mi músculo se ha secado. Siempre he sentido su embrujo. Pesado, asfixiante. Ya es hora de soltarlo, de mirar a sitios abiertos, de huir de su ambiente depresivo. Torres de ladrillo se derrumban; paso a las orillas lamidas por espuma blanca. Al final creo que alguien, aunque sea solo uno, me recordará.


Escuchando: Copenhague - Vetusta Morla

jueves, julio 16, 2009

Vértigo

Mientras camina por las abarrotadas calles piensa que es una verdadera tragedia tener vértigo en esta ciudad. Habría preferido ser celiaco, hemofílico o alérgico a los gatos, pero no sufrir de vértigo. Levanta la mirada de sus zapatos y ante él vuelve a abrirse el skyline de la ciudad, vibrante y colorista en esa primera hora de la noche. Los hay de todo tipo, de todas las alturas, siempre con una antena coronada por su luz roja rascando el cielo. Nunca ha podido disfrutarlos y nunca podrá. Maldice su fobia. Muchas madrugadas, mientras intenta conciliar el sueño, se imagina de noche en la última planta de alguno de ellos observando las majestuosas vistas de toda la ciudad. Miles de luces multicolores y objetos en movimiento; incontables cuadrados blancos salpicando el escenario y escondiendo todo tipo de vidas. Una maqueta a sus pies. Puro espectáculo a medio camino entre lo irreal y lo desconocido. Incluso imagina las sensaciones: el viento moviendo su pelo y agitando su abrigo, el olor a lluvia, el frío estimulador. Y entonces se siente aún más frustrado, sabiéndose condenado a vivir siempre abajo, a pie de calle, con las puertas cerradas a los placeres que se desgranan por los últimos pisos de esos gigantes forrados de cristales opacos. Allí, en las cumbres, se firman importantes negocios, se desvelan turbios secretos, se organizan fiestas exclusivas. Mientras tanto, debe conformarse con los cafés a pie de calle, con los bares de siempre, los que están a nivel de suelo, como mucho un par de ellos más arriba. Así que vuelve a mirarse los pies y decide que lo mejor sería abrir una alcantarilla y disfrutar de los encantos del subsuelo.


Escuchando: To lose my life - White Lies

miércoles, julio 08, 2009

Nocturna

Es ya medianoche y a través de la ventana no se ve ni un alma por la calle. El silencio es casi absoluto. Delante del ordenador intento dar forma a algo pero parece que esta noche va a ser imposible. Me pongo a revisar los mails recibidos y, haciendo limpieza, comienzo a retroceder en el tiempo. Días, meses, hasta años. Entre todos ellos me llama la atención uno que lleva escrito en el asunto Vuela, cometa. Lo abro y una pequeña ráfaga de aire ha llegado desde la calle.

Se trata de un mensaje de respuesta. Las líneas son una contestación a otras que envié yo y que aparecen debajo. Todas, en conjunto, son puro sentimiento, pura conexión. Entonces empiezo a recordar y me parece increíble que esas líneas pudieran ser escritas por dos personas casi desconocidas, que no se habían visto nunca, que sólo habían compartido algún que otro texto y alguna que otra foto. Eso me lleva a plantearme si en muchas ocasiones no lo condicionamos todo demasiado, si no buscamos que todo suceda bajo ciertas circunstancias determinadas, idealizadas por nosotros, en lugar de afrontarlo con la mente abierta, sin miedo. Supongo que la vida nos va construyendo una coraza. Me pregunto si será necesaria o no mientras apago el ordenador y doy por finalizado el día.


Escuchando: Killing for love - José González

viernes, julio 03, 2009

Deriva

Yo lo vi venir. Como se ve venir el final de algo sin poder hacer absolutamente nada por evitarlo. Al fin y al cabo era como intentar frenar las olas que lamen esta playa. Cuando la deriva comenzó, nadie lo esperaba. Ni siquiera yo. Y no es que quisiera dejar al margen a nadie, simplemente cuando comienza es imposible de parar. Arena que se escurre entre tus manos mientras intentas conservarla, pero no lo consigues y tus manos vacías te muestran con toda crudeza lo que tuviste, ya no tienes y jamás volverás a tener, a sentir. Recuerdo el momento exacto en que la realidad me secuestró, como si un interruptor hubiera sido encendido dando luz al tablero en el que yo iba a dejar de jugar. Sentado en la orilla, con los pies descalzos, un mar en calma se confundía con el horizonte a través de una línea tan geométrica que parecía un decorado de película. Como colgado de esa línea, intentando no caer, el sol decía adiós provocando que todo se tiñera de violeta. La playa estaba casi desierta a esas horas, pero a unos metros de mí, un niño construía un castillo con una concentración que no correspondía mucho con su edad. Al terminar, se levantó y lo derribó poniendo su pie encima, con una sonrisa en la cara. Cogió su cubo, su pala, y corrió hacia el paseo.


Escuchando: My plan - The Sunday Drivers
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