jueves, diciembre 28, 2006

Batalla

Yacías allí, a mi lado. Tan ausente. Tan triste. Y yo sabía por qué era. Porque aquellos pájaros negros con forma de manecilla de reloj se lo habían llevado todo. Encendí un cigarro, y las volutas de humo subieron hasta el techo, formando anillos como los que nunca rodearían ya nuestros dedos.
Por mucho que deambulé por los recuerdos no encontré ningún ansiolítico que detuviera ese llanto de sentimientos; profundos como sueños llenos de monstruos y manos gigantescas.
Mandé a mis ejércitos a la reserva, pues el armisticio ya era un hecho. Después de meses de batalla, la guerra había terminado en tablas. Como suele ocurrir, por otra parte. Nunca hay vencedores y vencidos. Sólo hay derrotados. Y tú y yo lo éramos.
Así que me levanté de la cama. Tú me dabas la espalda, ya en otra dimensión, en otro mundo distinto al mío. A partir de entonces ajeno, pero al que volveríamos demasiado a menudo, al menos yo, porque, como dice Benjamín Prado en uno de sus libros, la nostalgia es un monstruo de tres sílabas que devora la razón.


Escuchando: The mess we´re in - PJ Harvey

miércoles, diciembre 20, 2006

Bocas

"Esta noche, buscando tu boca en otra boca, casi creyéndolo, porque así de ciego es este río que me tira en mujer y me sumerge entre sus párpados, qué tristeza nadar al fin hacia la orilla del sopor sabiendo que el placer es ese esclavo innoble que acepta las monedas falsas, las circula sonriendo.
Olvidada pureza, cómo quisiera rescatar ese dolor de Buenos Aires, esa espera sin pausas ni esperanza. Solo en mi casa abierta sobre el puerto otra vez empezar a quererte, otra vez encontrarte en el café de la mañana sin que tanta cosa irrenunciable hubiera sucedido. Y no tener que acordarme de este olvido que sube para nada, para borrar del pizarrón tus muñequitos y no dejarme más que una ventana sin estrellas".


After such pleasures - Julio Cortázar


Escuchando: Atoms for peace - Thom Yorke

martes, diciembre 12, 2006

Justicia poética

Allí está ella. Días tras día. Mañana tras mañana. Sentada en el banco del parque; sobre el respaldo, con los pies apoyados en el asiento. Su silueta recortada contra el espacio acolchado, verde, sobre el que juegan los niños. Pequeños como el tuyo, ése al que llevas todos los días, al que te veo pasear hasta el parque en ese carrito galáctico, más propio de una película futurista. Luego, lo aparcas al sol y te sientas. A veces con un libro en la mano, otras sin nada, simplemente mirando al vacío, con esa mirada triste que tanto me caló la primera vez. Esa misma mirada que me sigue paralizando cuando te veo llegar, a través del cristal, mientras friego las tazas de café que todos esos ejecutivos grises se han bebido a primera hora. Y luego me es imposible barrer la zona de la barra, poner los servilleteros, los ceniceros. Allí me quedo mirándote y pensando si podría arrancarte una sonrisa regalándote unas flores quizás. Y entonces pienso en quién será el padre de tu criatura y en que debería estar encarcelado sólo por permitirte vestir esa sonrisa triste. Condenado de por vida por dejarte languidecer, porque nadie que es feliz se sienta al sol de un parque tan bonito con esa mueca, como si fuera un mimo imitando a un aspirante a suicida. Y luego pienso que sería bonito ser un Robin Hood de las sonrisas. Robárselas a los que le sobran y entregárselas a personas como tú. Ser el paladín de la justicia poética. ¿Por qué no?


Escuchando: Little girl blue - Nina Simone

lunes, diciembre 11, 2006

Pistola

Sopesó de nuevo el arma y comprobó que ya no era tan liviana como le había parecido en un primer momento. No en vano, ahora cargaba con el peso de un asesinato. En ese instante pudo comprobar que la leyenda era cierta. Las armas se hacen cada vez más pesadas según van cumpliendo con su misión. A cada muerte, más peso. Así es como funciona, y él tenía la prueba en su mano derecha, una mano que había perdido para siempre la inocencia.


Escuchando: Into my arms - Nick Cave

lunes, diciembre 04, 2006

Militares

“¿Alguna vez se ha sentido sitiado por el fuego y ha sabido que su vida en ese momento vale menos que un pedazo de mierda? ¿O se ha visto metido en un pueblo lleno de gente sin saber si quieren ayudarlo o matarlo? ¿Ha visto cómo sus amigos van cayendo en la batalla? ¿Ha almorzado con la gente sabiendo que quizá sea la última vez, que la próxima vez que los vea probablemente estén en un cajón? Cuando eso pasa, uno deja de tener amigos, porque sabe que los perderá. Uno se acostumbra al dolor de perderlos y se limita a evitar ser una de las sillas vacías que se van multiplicando en los comedores. ¿Sabe lo que es eso? No. Usted no tiene ni la menor idea de lo que es eso. Usted estaba en Lima, pues, mientras su gente moría. Estaba leyendo poemitas de Chocano, supongo. Literatura, ¿verdad? La literatura dice demasiadas cosas bonitas, señor fiscal. Demasiadas. Ustedes los intelectuales desprecian a los militares porque no leemos. Sí, no ponga esa cara, he escuchado sus bromas, he visto la cara de los viejos políticos cuando hablamos. Y las comprendo. Nuestro problema es que estamos hasta los huevos de la realidad, nunca hemos visto las cosas bonitas de las que hablan sus libros”.

Abril Rojo - Santiago Roncagliolo


Escuchando: Dance me to the end of love - Leonard Cohen

viernes, diciembre 01, 2006

Reglas

“Cariño, poco a poco, voy cogiendo el pulso a esta ciudad. ¿Sabes?, a ti te encantaría. Los atardeceres tienen ese tono anaranjado que siempre te ha hecho feliz. Además, los pájaros vuelan más lento. De verdad. Aquí da tiempo a reconocerlos. Es como si fueran más confiados.
El otro día me senté junto a un estanque. Había patos; cinco o seis. Yo, lentamente, les arrojaba migas de pan para ver cómo se arremolinaban frente a mí. Uno de ellos, el que parecía ser el jefe, batió las alas un par de veces y los demás, diligentes, se alejaron, dejando todo aquel manjar para el dominante. Supongo que esta ciudad se basa en esto. Son sus reglas.
Aquí comienza a hacer frío. Como allí.
Cuídate y abriga tus pies con la manta verde. Está en el armario”.


Escuchando: Substitute - The Who

miércoles, noviembre 29, 2006

Hormigas

Miré por la venta de la habitación de aquel hotel de cuatro estrellas, enorme como un gigante. Debajo, a cientos de metros, el mundo seguía girando. Las hormigas y sus coches mantenían su ritmo frenético. Volví a dejar caer la cortina y la estancia adquirió un nuevo juego de colores. El Director estaba sentado a la mesa. En uno de los laterales. En cada una de las cabeceras, dos sillas permanecían vacías. Me acerqué al botellero y me serví un whisky con hielo. Eché un vistazo a la puerta y me senté en el mullido sofá que presidía la pared este de la habitación. El Director leía el periódico ajeno a todo. Yo me sentía inquieto; tenía ganas de que todo aquello diera comienzo ya. Se estaba retrasando demasiado.
La puerta se abrió con un chirrido al que siguió un golpe sordo. Él entró en la habitación. Traje impecable, zapatos brillantes y sombrero de ala. Sin duda, verlo le hacía a uno replantearse sino sería mejor idea marcharse al zoo a ver a los monos. Se saludó cortesmente con el director levantando levemente su sombrero. Conmigo fue igual de educado.
Fuera, el cielo se cubrió repentinamente. De pie, otra vez mirando por la ventana, comprobé que la lluvia ya había empezado a caer y las hormigas corrían a refugiarse.
Me vino entonces a la cabeza una escena que había vivido por la tarde, hacía unas horas. Un hombre, bien vestido, probablemente un ejecutivo, comía solo en un banco. Pinchaba lechuga de una ensalada de ésas que vienen empaquetadas, como si fueran piezas para un motor. Pensé que yo nunca querría acabar así; tan solo. Fue la sensación que me dio. No sé por qué, imagine que él estaba comiendo solo porque no tenía con quién hacerlo, al igual que vivía en un piso de soltero en soledad y sacaba una sola entrada en la taquilla del cine. De nuevo, la cortina. Me estaban esperando.


Escuchando: The fear - Pulp

lunes, noviembre 27, 2006

De cine


Anoche, Jean Seberg se me apareció de esta guisa. No hay más que comentar.


Escuchando: My favourite things - John Coltrane

lunes, noviembre 20, 2006

Disfraz

Ocurría una vez al año y todos lo esperábamos con ilusión. Llegaba en primavera, cuando Mamá ya empezaba a ponerme ropa un poco más liviana. Lo recuerdo como en una nebulosa; aquellas cuatro paredes que encerraban un pequeño espacio plagado de pupitres. También me acuerdo de la pizarra, que separaba nuestra clase de otra en la que niños un poco más mayores –quizás un solo curso- hacían siempre mucho ruido. Yo llegaba a casa con una nota de la profesora en la que avisaba a mis padres de que pronto llegaría el día de la fiesta de disfraces. Todo un acontecimiento para nosotros, hastiados de jugar a la pelota en un minúsculo espacio rodeado de coches. Daba igual que no fueras rápido, ya que el espacio se te acababa pronto sino querías verte metido en medio de la carretera, entre pitos y frenazos.
Los dos días anteriores al evento no podía dormir. Imaginaba cómo sería la fiesta ese año y si mi disfraz seguiría gustando. Y es que yo siempre me disfrazaba de lo mismo. De payaso. Aquel día por la mañana, bien pronto, mi padre me despertaba y yo iba corriendo al armario en el que estaban las pinturas. Recuerdo que no eran unas pinturas normales. Antes de mi primera fiesta, yo nunca las había visto. Quizás, sólo las había imaginado. Eran como las plastidecor de toda la vida, pero más gordas y desprendían un aroma distinto, singular. Un olor muy característico que ya siempre iría unido a aquellos días de infancia. Las manos llenas de pintura mientras sentado en un taburete esperaba con paciencia que mi disfraz estuviera listo.
Recuerdo como mi padre, de manera minuciosa, pintaba mi cara de tres colores: rojo, azul y blanco. Yo había visto a los payasos en la tele y tenía claro cómo debía ir pintado. Pero mi padre siempre lo lograba. Me miraba en el espejo y tenía claro que mi disfraz volvería a gustar porque mi padre me había transformado a base de trazos con unas pinturas blanditas, como si fueran de plastilina.

Escuchando: He war - Cat Power

lunes, noviembre 13, 2006

Ciclos

Como tengo esa extraña querencia por los moteles, a uno de ellos me dirigí aquella noche. Lo cierto es que, si se busca bien, se puede encontrar alguno relativamente cómodo, pero hay que poner interés y yo no estaba dispuesto a ello. Así que elegí el primero que se cruzó en mi camino. Un edificio sumido en la oscuridad; sólo arañado por la luz de dos farolas destartaladas.
Un cuaderno y un par de discos, todas mis posesiones aquella noche tormentosa del mes de noviembre. Así que, como no podía ser de otra forma, me puse a escribir sobre ti. Pero ya no eras una cara o un nombre. Ya no. Ahora eras todas las caras y todos los nombres de mujer. No había una única personalización porque, simplemente, ya no existía nadie para mí.
Me salió todo el texto sin pausa, a raudales. Mi mano movía el bolígrafo como si tuviera voluntad propia. De este modo, las hojas en blanco se vieron inundadas de una tinta que reproducía melenas rubias, ojos marrones, labios carnosos, tardes de domingo, besos bajo los árboles, lágrimas sentidas… En fin, todo un catálogo de relaciones a modo de recopilación. Al igual que algunos grupos o cantantes deciden, cuando llevan el suficiente tiempo creando y creen que ha concluido un ciclo, reunir sus mejores temas en un disco, yo había llevado a cabo un compendio de relaciones, convencido también de que un ciclo había terminado.
Ayer, me compré un cuaderno nuevo.


Escuchando: Tristeza - Iván Ferreiro

viernes, noviembre 03, 2006

'Sudacas'

De pie, al borde del acantilado, Lucas observó la inmensidad del mar. Siempre le había atraído esa infinitud . Aquella tarde de otoño, sus pensamientos le habían llevado hasta el final del paseo. A la parte a la que nadie llegaba. Allí terminaba la zona asfaltada y un sinuoso camino de tierra conducía hasta ese acantilado. Un balcón desde el que contemplar el enorme vaso de agua salada.
Observando el horizonte, Lucas intentó encontrarle explicación a todo. Su mente no era capaz de digerir aquella situación. ¿Cómo era posible que se sintiera un extranjero en la tierra de la que provenía su sangre? Por más vueltas que le daba no podía imaginar hacia dónde había derivado un mundo en el que un hijo de español era tachado de ‘sudaca’ cuando regresaba a su tierra paterna. Con esa simple palabra le bastaba a todo el mundo para cerrarle las puertas de cualquier trabajo o para cargarle con las culpas del desempleo, la inseguridad ciudadana o las listas de espera.
Él intentaba explicarse por qué todo el país había olvidado los días en que tuvieron que ser ellos los que emigraron a la Argentina para poder sobrevivir. Ahora, esos tiempos difíciles se encontraban sepultados por esa cegadora sociedad del bienestar. En lugar de intentar devolver el favor con agradecimiento, les recibían de uñas; son jodidos inmigrantes.
No le cabía ninguna duda. Su padre, un coruñés de pro, estaría avergonzado de todo esto. Se retorcería ante la falta de memoria histórica que reinaba de manera indiscriminada. Ante el hecho de que se habían olvidado de ellos. Los que lo sacrificaron todo y contribuyeron de manera impagable al crecimiento del país desde la distancia.
Pero como los pensamientos no sirven para nada, Lucas retrocedió hacia el paseo y, con la frente muy alta, volvió a su ardua y desesperante tarea de encontrar un empleo en algún sitio donde los ‘sudacas’ no fueran vistos como sanguijuelas.


Escuchando: She's a jar - Wilco

domingo, octubre 29, 2006

Jazz

Allí, noche tras noche, un cuarteto de jazz ameniza las veladas. Cuatro hombres enjutos, trajeados, con corbatas negras sobre camisas blancas. Piano, trompeta, contrabajo y batería. El club, lejos de ser un lugar acogedor y placentero, no pasa de ser un agujero pequeño y oscuro. El humo de todos aquellos cigarros sujetos por labios ennegrecidos surca el espacio angosto hasta crear un densa cortina. La barra, siempre atestada, está regentada por Bill, un gordo malencarado famoso por no haber sabido encajar una broma en su vida. El único punto de belleza lo da Paula, la única camarera encargada de suministrar el alcohol a las mesas y de aceptar con media sonrisa las palmadas en el culo que le dan todos aquellos hampones. Aquella noche, al entrar por la puerta, el cuarteto estaba en plena actuación, y el maravilloso sonido de aquel solo de trompeta me dio la bienvenida. De inmediato me vino a la cabeza la primera vez que fui. Apenas llevaba unas semanas en la ciudad y recuerdo que me llevaste tú. Del brazo. Como se lleva a alguien que da palos de ciego en un lugar totalmente desconocido. Desde aquel día, y por encima de malos o buenos momentos, tengo que volver. Es como una adicción. Inevitable.


Escuchando: Lucky - Radiohead
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