martes, agosto 12, 2008

Fácil

Cuando llegó a esta ciudad, estaba huyendo y lo sabía. Pero no le importaba porque no tenía duda de que era la única opción que le quedaba, o que quizás le habían permitido tener. Así que, y ahora lo tenía más claro que nunca, fue la mejor opción, pese a lo que hubiera podido ocurrir si no lo hubiera hecho. Ahora, sabe bien que todo lo que tiene es un regalo: su pequeño apartamento céntrico, sus zapatillas amarillas con los cordones blancos, la americana algo raída pero elegante, el monótono trabajo vendiendo fruta en la tienda del barrio. Sí, no hay duda, es un privilegiado. Así que prefiere no complicarse la vida. Lee y escucha música a todas horas. Todo lo que cae en sus manos. A veces lo comparte con su vecino de portal, dos pisos más abajo. Es con el único con el que pasa algo de tiempo, casi siempre en el bar, o en los bancos de la plaza, bebiendo cerveza y despellejando a los modernos que se creen que han inventado todo esto. Nada más, porque huye de las complicaciones como el que se esconde en un bunker a la espera de que pase el ataque. Y sabe perfectamente en que forma se presentan, sabe muy bien cuáles son sus nombres y su tipo de oratoria. La vida es mucho más fácil y hace mucho tiempo que se dio cuenta.


Escuchando: No puedo más contigo - Niños Mutantes

lunes, agosto 04, 2008

Fragmentos

Mientras cepilla sus botas negras, Andy piensa en los trenes y en la idea de que el bueno sólo pasa una vez y, cuando lo hace, nunca vuelve. Hace tiempo que él ha admitido que el suyo lo perdió, pero también tiene claro que ya no hay arreglo, por lo que desestimó desde el primero momento ir buscándolo por estaciones desconocidas. Así que cogió sus cosas y se lanzó a la carretera a hacer autostop. El imprevisible destino, o quizás el azar, le llevaron hasta Ucrania. Ahora, mientras cepilla sus botas, ve a través de la ventana la helada estepa, tan distinta a lo que dejó atrás.


Parada frente al espejo, desnuda, se coloca y descoloca el pelo. Tiene en la mente cómo era y ahora trata de conseguir ese peinado que solía llevar, aquél con el que se paseaba por el campus o con el que consiguió acostarse con el chico más deseado por todas. Pero no lo consigue. Lo estira, lo riza, lo vuelve a soltar. Le provoca rabia, angustia. La edad. Sus pechos ya no son turgentes, se desmoronan como dos calcetines secándose al sol. Se abraza a sí misma, se aprieta fuerte, se araña, se retuerce, trata de volver a sentirse ella. Después se masturba con más ganas que acierto y se queda tumbada en el suelo, sintiendo sus muslos húmedos, pensando que quizás fue por ahí por donde se le escapó todo.


Escuchando: Ballas en Dallas - Manos de Topo
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