domingo, octubre 29, 2006

Jazz

Allí, noche tras noche, un cuarteto de jazz ameniza las veladas. Cuatro hombres enjutos, trajeados, con corbatas negras sobre camisas blancas. Piano, trompeta, contrabajo y batería. El club, lejos de ser un lugar acogedor y placentero, no pasa de ser un agujero pequeño y oscuro. El humo de todos aquellos cigarros sujetos por labios ennegrecidos surca el espacio angosto hasta crear un densa cortina. La barra, siempre atestada, está regentada por Bill, un gordo malencarado famoso por no haber sabido encajar una broma en su vida. El único punto de belleza lo da Paula, la única camarera encargada de suministrar el alcohol a las mesas y de aceptar con media sonrisa las palmadas en el culo que le dan todos aquellos hampones. Aquella noche, al entrar por la puerta, el cuarteto estaba en plena actuación, y el maravilloso sonido de aquel solo de trompeta me dio la bienvenida. De inmediato me vino a la cabeza la primera vez que fui. Apenas llevaba unas semanas en la ciudad y recuerdo que me llevaste tú. Del brazo. Como se lleva a alguien que da palos de ciego en un lugar totalmente desconocido. Desde aquel día, y por encima de malos o buenos momentos, tengo que volver. Es como una adicción. Inevitable.


Escuchando: Lucky - Radiohead
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