viernes, marzo 28, 2008

A Dios rogando...

Acaba de terminar de decir a toda esa gente que se arrodilla a escucharle que amasar riqueza es uno de los principales pecados de la era moderna, algo que encamina directamente a la condenación eterna, rodeado de unos fuegos fatuos justos y faltos de compasión. Tras la extenuante diatriba y después de quitarse los ropajes adecuados para oficiar, el padre Steal abandona el recinto y se dirige a la enorme circunferencia que forma la plaza. Camina solemne sobre los adoquines, bajo un sol de justicia, con la cabeza alzada hacia el monumental edificio que se eleva ante él. La Basílica de San Pedro, una colosal construcción. Un niño pasa delante de él y se arrodilla para besar su mano. Este gesto, muy habitual por otra parte, le hace detenerse por un instante preso de una idea que acaba de atravesar su cerebro, de manera intempestiva, como si hubiera derribado todas las presas artificiales que el se ha encargado de construir durante años. Y si estuviéramos cayendo en los mismos errores que condenamos, se pregunta. ¿No estaremos, por ejemplo, amasando nosotros mismos una ingente cantidad de riquezas desde hace siglos? ¿Con todas las propiedades que poseemos y los lujos que tenemos, por ejemplo en este estado nuestro que dispone hasta de ejército propio, no podríamos dar de comer a la inmensa mayoría de la gente que muere de hambre? ¿No estaremos colaborando a la podredumbre de este mundo dedicándonos a sermonear mientras seguimos poniendo la mano y engordando nuestras arcas? ¿Tiene sentido señalar la pederastia como pecado mortal a la vez que ocultamos en nuestro seno a compañeros que han realizado este acto tan deleznable? ¿No habremos caído presos de la hipocresía haciendo lo contrario de lo que pedimos a nuestros fieles? En ese momento, un rayo de sol cayó de lleno sobre su magnífico anillo reflejando una luz morada que calentó su rostro. ¿Y quién soy yo para juzgarlo?, se dijo tranquilamente mientras reanudaba el paso santiguando a una pareja que, con mirada de adoración, le había dedicado una reverencia.


Escuchando: Oh Mandy - The Spinto Band

miércoles, marzo 26, 2008

Tiempo muerto

“Lo veo todo desde fuera, como si en realidad no fuese mío, no me perteneciese. Ni mi trabajo, ni mi casa, ni siquiera mi propia existencia diaria. Sólo hay algo que sí reconozco y contemplo: el paso inexorable del tiempo. Y ahí estriba la principal razón por la que no termino de ser yo, de disfrutar, más o menos, de lo que me rodea, de lo que soy. A cada minuto que pasa soy consciente de que han sido sesenta segundos más en los que me he dedicado a observar, a ver avanzar todo ante mis ojos sin involucrarme, sin participar. Los días pasan idénticos, como los fotogramas de una película virgen, sin que me dejen huella, sin que me traigan nada reseñable o que me cambie, sobre todo que me cambie. Ni un solo estímulo; ni un aliciente. Y cuando parece que el punto de fuga ha llegado, no es más que otro débil espejismo que apenas dura lo suficiente como para crear en mí una leve ilusión. Nada ni nadie logra darme ese necesario pescozón, más bien al contrario, sólo consiguen que la vida me parezca cada vez más ajena e intangible".


Escuchando: Angel - Massive Attack

lunes, marzo 17, 2008

Irreversible

Estaba triste, como siempre. De hecho, no la recordaba de otra manera. Sentada en el sillón de orejas leía un libro y se le podía notar. Él se quedó quieto, sin hacer ni un ruido. Ella no le había oído y seguía absorta en la lectura. Desde su atalaya, pudo observar su pelo liso, que caía sobre sus hombros con una delicadeza que conmovía, al menos a él, que sintió un escalofrío a la vez que algo se removía en su interior. Cada vez que pasaba una página, se humedecía los labios con la lengua, en un gesto que levantó en él unas ganas irrefrenables de ir hasta ella y abrazarla durante años. Pero no, se quedó en el mismo sitio, incapaz de moverse, contemplando aquella escena que le hubiera gustado poder capturar en algún soporte eterno.
Desde su posición, casi acechando, vio cómo una lágrima comenzó a surcar su mejilla sin que ella hiciera nada por detenerla. Pensó entonces que le hubiera encantado ser esa gota que durante unos segundos había tenido el enorme privilegio de rozar su piel, de acariciarla, antes de precipitarse al vacío mullido por la alfombra. Le hubiera encantado volver a poder ser capaz de hacerlo.
Entonces ella, como si su olfato hubiera detectado los sentimientos de él, giró la cabeza y lo encontró allí, en la penumbra, ahora acurrucado en un esquina, gimiendo. Se acercó y se agachó para abrazarlo, para sentarse junto a él y pasarle su brazo por encima. Para comprobar que en el fondo siempre se habían querido y que en realidad nunca podrían volver a quererse.


Escuchando: Brandenburg - Beirut

miércoles, marzo 12, 2008

Destino y decepción

¿Qué le quieres pedir a la vida?, le preguntó Ana, sentados los dos en aquel puente sobre la autopista, los pies colgando en el vacío. Él esperó a ver un coche rojo para contestar. Que pase muy rápido, respondió entonces. Así se quedaron durante un largo rato, viendo pasar aquellos caramelos de mil colores por debajo de ellos. Algún día dejarás de pensar así, no te habrás dado cuenta, pero entonces verás que todo es diferente. Las palabras de Ana se entremezclaron con el ruido del tráfico y sólo unos pequeños fragmentos llegaron a los oídos de él. Tampoco le importó mucho, no pensaba contestar a nada de lo que dijera. ¿No te das cuenta que llevaba toda la vida esperándote?, soltó, mirándola a los ojos, temblando. ¿Te haces una idea de la decepción? La última pregunta planeó sobre ellos y descendió lenta, como una pluma, al igual que la cabeza de él, que miró al río de peces metálicos para sentenciar: tú eras mi destino.


Escuchando: Every you and every me - Placebo

lunes, marzo 10, 2008

Consecuencias

Suena Climbing up the walls mientras Paula está tumbada boca abajo en su cama. En la mano, que pende casi inerte a un lado del colchón, un bote de ansiolíticos a medio acabar. Sus ojos están abiertos, pero no parece que enfoquen a nada. Simplemente están así, abiertos. A través de la ventana, la leve brisa primaveral agita las cortinas e impregna la habitación de un aroma a césped recién cortado. Al lado de la cama, encima de la mesilla, hay un sobre abierto y un papel arrugado, hecho una bola.

A cien kilómetros de distancia, Eric alcanza el clímax tumbado sobre los turgentes pechos de una sueca que acaba de conocer. Ni siquiera sabe cómo se llama. En realidad no le importa. Él tiene una filosofía clara y no entra en sus planes cambiarla, por muchos corazones que rompa. Se levanta y se dirige al baño a darse una ducha, dispuesto a marcharse sin despedirse de su última presa, que duerme profundamente. Justo antes de comenzar a enjabonarse, una imagen pasa por su mente, rápida pero muy vívida. Es la cara de Paula, llorando desconsoladamente, tan real como si en ese momento la tuviera delante. Eric agita su cabeza mojada para espantar la visión con tanta rabia que resbala y cae hacia atrás, golpeándose la nuca de forma mortal.


Escuchando: Comfortably numb - Pink Floyd

lunes, marzo 03, 2008

Despertar

Estoy en este sofá, tan cerca que casi nos rozamos. Pero yo me siento más lejos de ella que nunca. Es como cuando tratas de encajar en un grupo y sólo consigues sentirte ajeno a todos.
-“¿Sabes? Mañana voy a ir a ver las cortinas. Creo que el mejor tono para el salón es un marrón clarito porque va a juego con las paredes…”.
Yo la oigo, pero no la escucho. Mi mente está en otro sitio. En otros lugares. En aquel viaje a Cádiz en el que éramos capaces de flotar sobre la arena de la playa y las sábanas de aquella preciosa habitación de hotel. En mi corazón saliéndose del pecho.
-“Hoy en el trabajo, Mónica me ha dicho que las chicas vamos a ir de cena el viernes, a ese restaurante tan mono que hay en Serrano. Ése al que fuimos un día y nos encontramos a mi jefe…”.
Mi mirada se pierde en la fotografía sobre uno de los estantes de la librería, encuadrada en un horrible marco de plástico. En ella, los dos miramos a la cámara embobados, con una cara de felicidad inigualable. En el jardín de casa de mis padres. Durante uno de aquellos veranos del amor. Tú con aquel vestido rojo, precioso en contraste con tu piel morena.
-“…y Sara cree que le ha puesto los cuernos, pero yo le digo que no sea mal pensada. Que primero hable con él, no vaya a ser que meta la pata, y tú ya sabes cómo son estas cosas…”.
Me esfuerzo, realmente lo hago, por ubicarme y volver a conectar todos los cables que me unen a esta realidad, a esta mujer. Pero los enchufes ya no sirven. Es parecido a lo que ocurre cuando vas a Estados Unidos y no puedes conectar ningún aparato de los que te has llevado hasta allí en la maleta. Y siento la misma rabia que entonces, cuando acabábamos de llegar a Nueva York y mi cargador del portátil no valía y tú me abrazaste e hicimos el amor frente a aquel ventanal sobre la gran ciudad.
-“…y creo, sinceramente, que deberíamos mirar lo de cambiar nuestra cuenta a ese otro banco que sale en la tele, ése que da más rentabilidad y no te cobra nada por las tarjetas de crédito. Además, tienen muy buenas ofertas por si queremos pedir otro crédito algún día para comprarnos un coche más grande, por lo que pueda venir…”.
Ahora, mis pensamientos van de pregunta en pregunta. Qué hago yo en esta casa tan alejada de lo que yo había soñado siempre para mí; por qué hay un elefante de cristal en esa esquina; cuándo ha sido la última vez que he sonreído de verdad, desde dentro, con ganas; por qué estoy sentado junto a una extraña a la que no me apetece hablar ni mirar; ¿por qué es una extraña?
-“…cariño, es que no me estás haciendo ni caso. ¿Dónde estás?”.
-No lo sé. De verdad que no lo sé.


Publicado en Magazine Diario Siglo XXI


Escuchando: Jigsaw falling into place - Radiohead
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