jueves, diciembre 18, 2008

Tokyo

Le encanta sentarse en el banco del parque. A media tarde, cuando el sol comienza a ponerse perezoso. Allí cierra los ojos y se imagina que está en Tokyo. Con sus miles de luces de neón en todas las esquinas de la ciudad; con sus enormes pantallas de televisión en las fachadas de los gigantescos edificios. Y canta canciones en un karaoke desde el que se divisa toda la ciudad. Todas las imágenes son como viñetas de un manga, como si alguien las pintara para ella. Lo vive, aunque nunca haya estado allí. Al menos físicamente. Acodada en la barra de un minúsculo bar disecciona con la mirada a la gente. Tan distinta a ella. Tan distinta a todos. Y siempre es de noche. En su Tokyo el sol no se encuentra en la ciudad. La luz está conformada a base de grandes destellos luminosos, de faros de miles de coches, de carteles de clubs y tiendas de todo tipo. Y hay mucha gente. Personas que recorren la urbe formando auténticas riadas. Es una ciudad en ebullición. Sin freno. Colecciona misterio. Al final abre los ojos y todo se desvanece tan despacio que puede paladearlo un instante más. Guardar las sensaciones para poder recobrarlas al día siguiente, en el mismo banco, desde ese punto y seguido.


Escuchando: Cigarettes - Russian Red

jueves, diciembre 11, 2008

Desaparecidos

Ahora fuma un fortuna tras otro en el cómodo sillón de una residencia de primera, con todas sus necesidades cubiertas. Pasa las horas muertas, masticando un secreto ya duro como una piedra. Nunca lo hubiera imaginado, más aún después de cómo sucedieron las cosas. Pasar sus últimos momentos en libertad, lejos de las acusaciones y los insultos. Libre. Olvidado. Nunca tuvo duda de la importancia que su trabajo tenía, y lo llevó a cabo con entrega y dedicación. Nada de contemplaciones. En aquel trozo de terreno, en aquel caserón, lejos de la ciudad. Algunos le llamaban mano de hierro. No puede evitar que una sonrisa aún se dibuje en su rostro.

Por aquella precaria instalación pasaron personas de todas las edades. A todas se les dio el mismo trato. Hombres, mujeres. Primero la habitación. Eficaces métodos para desmoronar resistencias subversivas. Llantos, gritos, vómitos. Él sereno, amenazador, pitillo en mano, pie en tierra. Elementos inservibles y dañinos. Un muro frío, aislado, comido por las malas hierbas. Salpicado por miles de pequeños agujeros. Una ráfaga y fin de la historia. Después a la fosa. Una cerilla. Otra vez ese olor tan desagradable. Capaz de retar a la conciencia. La idea fue suya. Un cuerpo, un neumático. Perfecto.

En la sala, con un ventanal hacía el campo, más de treinta años después, se recrea una vez más en la idea de que la impunidad es el premio concedido a su impagable tarea. El tronco de la conciencia, tieso como antaño. Inasequible a los ataques y a los intentos de convertir todo aquello en un crimen. ¿Un crimen? Sólo hizo lo que debía. De vez en cuando, una pequeña luz de arrepentimiento: debió usar una forma más efectiva. Hacer desaparecer para siempre los huesos. “Sos un boludo”.


Escuchando: Human - The Killers

martes, diciembre 02, 2008

Septiembre

Me enteré de que M había desaparecido justo en el momento en que la segunda torre se venía abajo. Quizás por ese motivo lo recuerdo todo con una tremenda claridad. Las sensaciones. La incredulidad. Llamó J cuando el presentador del telediario era incapaz de transformar en palabras lo que estaba sucediendo. Después de colgar, el plato de macarrones continuó ahí, sobre la mesa. En la pantalla, una y otra vez, puntos negros cayendo desde las alturas acristaladas, como si fuera un juego de consola. Hacía calor. Supe que ya no vería más a M. Corazonadas. El teléfono sonaba sin parar. Imaginé más de una vez que podía pasar. La falta de aire es el peor enemigo de las almas libres. Las cifras comenzaban a aumentar. Desconcierto. Ahora la isla era una nube de polvo en mis pupilas. A M siempre le gustaron los helados y las noches de otoño. Aquella tarde tuve claro que se había ido como llegó. En los canales, sólo muerte y rabia; en la calle, sol y niños jugando. R y S vinieron a casa, hicieron preguntas, bebieron vino, se marcharon. Yo no hice nada. M era como una de esas torres. Ninguno le volveríamos a ver. Probablemente conoceríamos a más gente, intentaríamos encontrarle en otros flequillos, en otros vaqueros, en otra pose de músico atormentado. Entonces, la imagen de aquel avión estrellándose contra el coloso hecho de espejos. Tan irreal. Y después, por fin, las lágrimas.


Escuchando: This modern love - Bloc Party
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