miércoles, noviembre 29, 2006

Hormigas

Miré por la venta de la habitación de aquel hotel de cuatro estrellas, enorme como un gigante. Debajo, a cientos de metros, el mundo seguía girando. Las hormigas y sus coches mantenían su ritmo frenético. Volví a dejar caer la cortina y la estancia adquirió un nuevo juego de colores. El Director estaba sentado a la mesa. En uno de los laterales. En cada una de las cabeceras, dos sillas permanecían vacías. Me acerqué al botellero y me serví un whisky con hielo. Eché un vistazo a la puerta y me senté en el mullido sofá que presidía la pared este de la habitación. El Director leía el periódico ajeno a todo. Yo me sentía inquieto; tenía ganas de que todo aquello diera comienzo ya. Se estaba retrasando demasiado.
La puerta se abrió con un chirrido al que siguió un golpe sordo. Él entró en la habitación. Traje impecable, zapatos brillantes y sombrero de ala. Sin duda, verlo le hacía a uno replantearse sino sería mejor idea marcharse al zoo a ver a los monos. Se saludó cortesmente con el director levantando levemente su sombrero. Conmigo fue igual de educado.
Fuera, el cielo se cubrió repentinamente. De pie, otra vez mirando por la ventana, comprobé que la lluvia ya había empezado a caer y las hormigas corrían a refugiarse.
Me vino entonces a la cabeza una escena que había vivido por la tarde, hacía unas horas. Un hombre, bien vestido, probablemente un ejecutivo, comía solo en un banco. Pinchaba lechuga de una ensalada de ésas que vienen empaquetadas, como si fueran piezas para un motor. Pensé que yo nunca querría acabar así; tan solo. Fue la sensación que me dio. No sé por qué, imagine que él estaba comiendo solo porque no tenía con quién hacerlo, al igual que vivía en un piso de soltero en soledad y sacaba una sola entrada en la taquilla del cine. De nuevo, la cortina. Me estaban esperando.


Escuchando: The fear - Pulp

lunes, noviembre 27, 2006

De cine


Anoche, Jean Seberg se me apareció de esta guisa. No hay más que comentar.


Escuchando: My favourite things - John Coltrane

lunes, noviembre 20, 2006

Disfraz

Ocurría una vez al año y todos lo esperábamos con ilusión. Llegaba en primavera, cuando Mamá ya empezaba a ponerme ropa un poco más liviana. Lo recuerdo como en una nebulosa; aquellas cuatro paredes que encerraban un pequeño espacio plagado de pupitres. También me acuerdo de la pizarra, que separaba nuestra clase de otra en la que niños un poco más mayores –quizás un solo curso- hacían siempre mucho ruido. Yo llegaba a casa con una nota de la profesora en la que avisaba a mis padres de que pronto llegaría el día de la fiesta de disfraces. Todo un acontecimiento para nosotros, hastiados de jugar a la pelota en un minúsculo espacio rodeado de coches. Daba igual que no fueras rápido, ya que el espacio se te acababa pronto sino querías verte metido en medio de la carretera, entre pitos y frenazos.
Los dos días anteriores al evento no podía dormir. Imaginaba cómo sería la fiesta ese año y si mi disfraz seguiría gustando. Y es que yo siempre me disfrazaba de lo mismo. De payaso. Aquel día por la mañana, bien pronto, mi padre me despertaba y yo iba corriendo al armario en el que estaban las pinturas. Recuerdo que no eran unas pinturas normales. Antes de mi primera fiesta, yo nunca las había visto. Quizás, sólo las había imaginado. Eran como las plastidecor de toda la vida, pero más gordas y desprendían un aroma distinto, singular. Un olor muy característico que ya siempre iría unido a aquellos días de infancia. Las manos llenas de pintura mientras sentado en un taburete esperaba con paciencia que mi disfraz estuviera listo.
Recuerdo como mi padre, de manera minuciosa, pintaba mi cara de tres colores: rojo, azul y blanco. Yo había visto a los payasos en la tele y tenía claro cómo debía ir pintado. Pero mi padre siempre lo lograba. Me miraba en el espejo y tenía claro que mi disfraz volvería a gustar porque mi padre me había transformado a base de trazos con unas pinturas blanditas, como si fueran de plastilina.

Escuchando: He war - Cat Power

lunes, noviembre 13, 2006

Ciclos

Como tengo esa extraña querencia por los moteles, a uno de ellos me dirigí aquella noche. Lo cierto es que, si se busca bien, se puede encontrar alguno relativamente cómodo, pero hay que poner interés y yo no estaba dispuesto a ello. Así que elegí el primero que se cruzó en mi camino. Un edificio sumido en la oscuridad; sólo arañado por la luz de dos farolas destartaladas.
Un cuaderno y un par de discos, todas mis posesiones aquella noche tormentosa del mes de noviembre. Así que, como no podía ser de otra forma, me puse a escribir sobre ti. Pero ya no eras una cara o un nombre. Ya no. Ahora eras todas las caras y todos los nombres de mujer. No había una única personalización porque, simplemente, ya no existía nadie para mí.
Me salió todo el texto sin pausa, a raudales. Mi mano movía el bolígrafo como si tuviera voluntad propia. De este modo, las hojas en blanco se vieron inundadas de una tinta que reproducía melenas rubias, ojos marrones, labios carnosos, tardes de domingo, besos bajo los árboles, lágrimas sentidas… En fin, todo un catálogo de relaciones a modo de recopilación. Al igual que algunos grupos o cantantes deciden, cuando llevan el suficiente tiempo creando y creen que ha concluido un ciclo, reunir sus mejores temas en un disco, yo había llevado a cabo un compendio de relaciones, convencido también de que un ciclo había terminado.
Ayer, me compré un cuaderno nuevo.


Escuchando: Tristeza - Iván Ferreiro

viernes, noviembre 03, 2006

'Sudacas'

De pie, al borde del acantilado, Lucas observó la inmensidad del mar. Siempre le había atraído esa infinitud . Aquella tarde de otoño, sus pensamientos le habían llevado hasta el final del paseo. A la parte a la que nadie llegaba. Allí terminaba la zona asfaltada y un sinuoso camino de tierra conducía hasta ese acantilado. Un balcón desde el que contemplar el enorme vaso de agua salada.
Observando el horizonte, Lucas intentó encontrarle explicación a todo. Su mente no era capaz de digerir aquella situación. ¿Cómo era posible que se sintiera un extranjero en la tierra de la que provenía su sangre? Por más vueltas que le daba no podía imaginar hacia dónde había derivado un mundo en el que un hijo de español era tachado de ‘sudaca’ cuando regresaba a su tierra paterna. Con esa simple palabra le bastaba a todo el mundo para cerrarle las puertas de cualquier trabajo o para cargarle con las culpas del desempleo, la inseguridad ciudadana o las listas de espera.
Él intentaba explicarse por qué todo el país había olvidado los días en que tuvieron que ser ellos los que emigraron a la Argentina para poder sobrevivir. Ahora, esos tiempos difíciles se encontraban sepultados por esa cegadora sociedad del bienestar. En lugar de intentar devolver el favor con agradecimiento, les recibían de uñas; son jodidos inmigrantes.
No le cabía ninguna duda. Su padre, un coruñés de pro, estaría avergonzado de todo esto. Se retorcería ante la falta de memoria histórica que reinaba de manera indiscriminada. Ante el hecho de que se habían olvidado de ellos. Los que lo sacrificaron todo y contribuyeron de manera impagable al crecimiento del país desde la distancia.
Pero como los pensamientos no sirven para nada, Lucas retrocedió hacia el paseo y, con la frente muy alta, volvió a su ardua y desesperante tarea de encontrar un empleo en algún sitio donde los ‘sudacas’ no fueran vistos como sanguijuelas.


Escuchando: She's a jar - Wilco
Licencia de Creative Commons
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.