jueves, diciembre 10, 2009

Rojo

El humo de su cigarro asciende hacia el techo después de juguetear entre sus rizos. No puede eliminar de su pensamiento ese vestido: rojo, entallado, palabra de honor. En él se concentra todo. Los momentos, las sensaciones, el vacío, la pérdida. Hace unas horas que, armada con todo el valor que la vida le ha permitido conservar, ha bajado los cuarenta y tres escalones y ha abierto la tapa del contenedor. En la acción, como pudo comprobar la atocinada vecina del primero, hubo una gran carga de dramatismo, de desgarro. Cuando la tapa volvió a su sitio, sepultando toda una historia vestida de rojo, la cotilla no lo pudo evitar, cortó una de las rosas que se erguían en su maceta y la dejó caer. El rojo también coronó el final del drama.

Ahora, en chándal y con unas Yumas del 89, devora chocolate con lágrimas frente al ventanal de su casa. No puede apartar la mirada de esa rosa sobre la acera. Aún intacta, reluciente entre pisadas de cientos de personas que ignoran lo que de verdad significa el rojo.


Escuchando: Supersonic - Oasis

miércoles, noviembre 11, 2009

Última bala

Por un momento parece elaborar sus palabras con meticulosidad mientras aprieta los labios. “Últimamente he pensado mucho en ti”.

El silencio es entonces una enorme tela de araña. Pegajoso. Él mira la cucharilla y entretiene el tiempo, que se hace eterno, dando vueltas a su tibio café. Ella mira a la calle a través del grueso vidrio mientras una manada de palabras se agolpan debajo de su paladar pidiendo paso. Calla.

“Es raro. Ha sido como cuando vas por una carretera y pasas por un lugar que te trae recuerdos bonitos”. Imposible fijar las pupilas. Mejor mirar los cuadros taurinos de las paredes. “Vaya, curiosa comparación. ¿Es un halago?”. Sus palabras salen sin pizca de resentimiento, al contrario de lo que ella quería.

Más silencio. La voz de un presentador televisivo, un café cortado, un par de avances en la vieja máquina, los vasos chocando al salir del lavavajillas, la gente hablando y hablando. Las manos de él golpeando las rodillas rítmicamente. En la calle alguien llama la atención de ella. Traje gris, corbata negra, pelo alborotado. Deja que su imaginación se dispare.

En su cabeza se escucha la última bala entrando en el cargador. “Me encantaría poder seguir visitando ese lugar”. Ahora sus pupilas son dos pistoleros armados, pero no encuentran el blanco deseado. Enfrente, descruza las piernas y desliza un billete sobre el mármol. “Llámame cuando quieras para tomar un café. Ahora, tengo que irme. He quedado”. La puerta se cierra tras dejar entrar una leve corriente de aire. Después, el casquillo hace una grieta en el suelo al caer.


Escuchando: Cuando estés en vena - Quique González

martes, noviembre 03, 2009

Polaroid

Sobre el pequeño mueble la televisión escupe imágenes del nuevo mesías a su llegada al edificio blanco. Un gran día para la humanidad, dicen. Pero no para mí, sin duda. Una tarde larga, polvorienta, por carreteras secundarias. Ni un alma. En realidad no importa si la curva gira a la derecha o a la izquierda. La habitación es un cuchitril sin ventilación. Las gotas de sudor resbalan por mi sien constantemente. Dudo por un instante que sea el calor. Después me pongo otro whisky. Una polaroid separa la página quince de la dieciséis. No sé si es casualidad o tiene algún significado. En la polaroid aparece un hombre y una mujer, abrazados. Una nausea se remueve en mi estómago. Bajo al parking iluminado por el neón rosa que anuncia otra vida. Abro el maletero y, tras escrutar esos ojos, arrojo dentro la polaroid. Le devuelvo el alma porque ya tengo su vida.


Escuchando: Munich - Editors

viernes, octubre 02, 2009

Doble rasero

Ray sigue sin entender muchas cosas. Claro que, como dirían sus viejos profesores, nunca ha sido demasiado espabilado. Le choca que haya mucha gente defendiendo a un hombre que violó con alevosía a una menor de edad hace 32 años. Se pregunta, no sin cierto aire dubitativo, cómo es posible que haya violadores buenos y violadores malos. Al fin y al cabo, agredir sexualmente debería ser lo mismo en Sebastopol que en Estados Unidos. Quizás el problema venga de otro sitio, piensa Ray, del lugar que ocupa cada uno en el universo social. Es decir, a lo mejor es que si un hombre de la cultura viola a una menor, eso no debe ser visto como un delito, sino como el fruto de una infancia desgraciada y dolorosa. Pero, al final de esta reflexión, a Ray le parece tremendamente injusto que a un violador corriente, digamos un panadero, se le quiera aplicar, y con razón, todo el peso posible de la ley y a otro, simplemente por dedicarse a otro oficio, no sólo no se le quiera aplicar la ley, sino que además se le defienda a capa y espada escudándose en las formas, en la procedencia de aquél que quiere hacer justicia.

Ray siente que algo se le escapa, que hay algún trasfondo que no ha captado y que, espera él, sirva para explicar que gente brillante, grandes personalidades de la cultura, defiendan a un hombre que violó a una niña de 13 años, que pongan ciertas razones por delante de la justicia. ¿Acaso la ley no es igual para todos?, más allá de la política, la religión, la nacionalidad. ¿No está la justicia por encima de absolutamente todo? A Ray las dudas le han vuelto a amargar el primer café de la mañana.


Escuchando: For what it's worth - Placebo

martes, septiembre 22, 2009

Revelación

Lleva 25 años creyendo que un buen día se le presentará la solución de la manera más tonta, cuando menos lo espere. Así ha sido desde que la vida se le comenzó a enfrentar en cada esquina, en cada remanso. Aparecerá de repente, se decía, y será tan sencillo que me dará vergüenza no haberlo descubierto antes. El secreto de cómo vivir, la fórmula de cómo encarar cada dentellada. Siempre confió en que, como al resto, tarde o temprano se le revelaría una solución práctica.

Aquella mañana se levanta pronto, como siempre, y prepara café. Mientras espera a que el vapor avise siente el frío del mármol en sus pies, como cada día. Sube uno encima del otro, alternativamente, intentando espantarlo. Echa de menos los gruesos calcetines de lana que estarán al pie de la cama, donde los dejó anoche. Como siempre. Entonces mira al frente y los blancos azulejos de la pared le devuelven la mirada. Lo que ve es una punzada. Directa, rápida. Se le congela la sangre. No se mueve. Es sólo un instante. Permanece de pie mirando el hierro negro de la cafetera. Negro. Se sirve el oscuro líquido en una taza y se sienta en la mesa pequeña que preside la minúscula cocina con la mirada perdida. Todo vuelve a circular. Sigue sintiendo frío en los pies, pero, por primera vez, no echa de menos sus gruesos calcetines.


Escuchando: Skyscraper - Julian Plenti

jueves, septiembre 03, 2009

Olor

Sobre todo recuerda el olor. El mismo cada mañana. Todas las mañanas. Un aroma que, por suerte, nunca ha vuelto a oler y que ahora sería incapaz de describir. Para él es el olor del miedo, del terror, del infierno. Acurrucado en su litera, viendo como el cielo comenzaba a clarear, trataba de serenarse como cuando era niño y tenía un nudo en el estómago: si contaba hasta diez sin oír un ruido, era que esta vez tampoco le tocaba a él. Siempre contó hasta diez. Mañana tras mañana vio desfilar a grupos de hombres arrastrando los pies, como sombras desnutridas, temblando, en cuyos ojos se podía ver el miedo; en algunos casos, algo peor, el alivio al saber que todo tocaba a su fin. Y, al cabo de un rato, de nuevo ese olor característico inundándolo todo con la complicidad del viento gélido. Entonces, un llanto ahogado lleno de culpabilidad por seguir en esa litera, por haber deseado que fueran otros los elegidos una mañana más. Las primera órdenes a gritos, las primeras amenazas, y a pensar otra vez en seguir vivo un día más, en volver a amanecer acurrucado deseando poder llegar otra vez hasta diez.


Escuchando: The rip - Portishead

lunes, agosto 24, 2009

Sumisos

Por fin el cielo es azul aquí después de días de espesas columnas de humo y polvo en suspensión. No durará mucho, todos lo sabemos, pero de momento se puede pasear con tranquilidad contemplando las oscuras bóvedas. Ayer, mientras permanecía encerrado en mi apartamento, desenterré del baúl de los recuerdos algunos cds olvidados. El antiguo sonido me condujo a sendas que hacía mucho que no recorría. Fue agradable. Hoy intentaré volver a correr el riesgo, la música es una forma peligrosa de romper las reglas. Hace un rato me he cruzado con uno de los vecinos que teníamos cuando vivía en casa de mis padres. Su aspecto era el de siempre, salvo su cara, cubierta por un manto de tristeza claramente perceptible. Me ha reconocido y en su mirada he visto sus deseos de pararse, de hablar conmigo, de recordar aquellos maravillosos atardeceres en la puerta de nuestro bloque, todos juntos. Pero ha podido más el miedo, el suyo y el mío. Ha agachado la cabeza y ha continuado su camino sin levantar la vista, sumiso, obediente. Yo también. Esta noche volverá a reinar el humo en la ciudad.


Escuchando: Battle for the sun - Placebo

lunes, agosto 10, 2009

Humo


Cogió todos sus recuerdos, los de las fotos y los de su interior, todos, y los arrojó junto a la pila de hojas secas. El humo, que en un principio pareció burlarse, terminó ascendiendo. Tanto que, mientras hundía las manos en los bolsillos de su chaqueta de lana negra, pensó que aquello se vería tan lejos como estuviera dispuesto a desear. Y lo deseó con todas sus fuerzas mientras disfrutaba del olor a vida quemada.



Esta foto y este texto son mi aportación al nuevo y fantástico proyecto de Eme. Lo podéis ver en esta página www.pulsepause.blogspot.com

martes, julio 21, 2009

Fuga

Dos destinos cruzados en el punto más remoto.

Se mira el dorso de las manos y las arrugas de los nudillos le revelan la realidad, como los círculos en el árbol talado. Pero es esa pequeña sombra la que no debería esta ahí. Es la ciudad la culpable, ahora no tiene ninguna duda. No permite los pequeños detalles, no los acepta. Y ya vale. Cuando echó los cierres de la maleta, una enorme piedra cayó sobre el parquet. Ahora sigue mirándose las manos y es consciente que llevará tiempo, pero ya de otra clase, sin agujas. Siempre soñó con una tierra verde, tupida hasta la misma orilla del mar, donde el viento sopla con acento desconocido y los colores pasan de los tópicos. Se ha convencido a sí misma –primer paso- de que las manías desparecerán, que ya no le horrorizará nunca más mirar las manecillas de los relojes ni a los vendedores de cupones. La culpa es de la ciudad, está claro. Ya se podrá pintar las uñas de los pies por primera vez. Eso es vida.

El tiempo soy yo, resbalando por las cañerías de la ciudad. Derritiéndome en cada esquina, en cada apartamento, en cada motel. No vivo en ella, soy parte de ella, de sus calles, de sus bares, de sus tiendas, de sus parques. Estoy en todos esos sitios y en ninguno porque me paseo sin dejar huella. Nunca la he dejado, y mis pies lo agradecen. Pero creo que ya sólo soy un saco de huesos que suena a cada paso como si se tratara de un instrumento de percusión. Mi músculo se ha secado. Siempre he sentido su embrujo. Pesado, asfixiante. Ya es hora de soltarlo, de mirar a sitios abiertos, de huir de su ambiente depresivo. Torres de ladrillo se derrumban; paso a las orillas lamidas por espuma blanca. Al final creo que alguien, aunque sea solo uno, me recordará.


Escuchando: Copenhague - Vetusta Morla

jueves, julio 16, 2009

Vértigo

Mientras camina por las abarrotadas calles piensa que es una verdadera tragedia tener vértigo en esta ciudad. Habría preferido ser celiaco, hemofílico o alérgico a los gatos, pero no sufrir de vértigo. Levanta la mirada de sus zapatos y ante él vuelve a abrirse el skyline de la ciudad, vibrante y colorista en esa primera hora de la noche. Los hay de todo tipo, de todas las alturas, siempre con una antena coronada por su luz roja rascando el cielo. Nunca ha podido disfrutarlos y nunca podrá. Maldice su fobia. Muchas madrugadas, mientras intenta conciliar el sueño, se imagina de noche en la última planta de alguno de ellos observando las majestuosas vistas de toda la ciudad. Miles de luces multicolores y objetos en movimiento; incontables cuadrados blancos salpicando el escenario y escondiendo todo tipo de vidas. Una maqueta a sus pies. Puro espectáculo a medio camino entre lo irreal y lo desconocido. Incluso imagina las sensaciones: el viento moviendo su pelo y agitando su abrigo, el olor a lluvia, el frío estimulador. Y entonces se siente aún más frustrado, sabiéndose condenado a vivir siempre abajo, a pie de calle, con las puertas cerradas a los placeres que se desgranan por los últimos pisos de esos gigantes forrados de cristales opacos. Allí, en las cumbres, se firman importantes negocios, se desvelan turbios secretos, se organizan fiestas exclusivas. Mientras tanto, debe conformarse con los cafés a pie de calle, con los bares de siempre, los que están a nivel de suelo, como mucho un par de ellos más arriba. Así que vuelve a mirarse los pies y decide que lo mejor sería abrir una alcantarilla y disfrutar de los encantos del subsuelo.


Escuchando: To lose my life - White Lies

miércoles, julio 08, 2009

Nocturna

Es ya medianoche y a través de la ventana no se ve ni un alma por la calle. El silencio es casi absoluto. Delante del ordenador intento dar forma a algo pero parece que esta noche va a ser imposible. Me pongo a revisar los mails recibidos y, haciendo limpieza, comienzo a retroceder en el tiempo. Días, meses, hasta años. Entre todos ellos me llama la atención uno que lleva escrito en el asunto Vuela, cometa. Lo abro y una pequeña ráfaga de aire ha llegado desde la calle.

Se trata de un mensaje de respuesta. Las líneas son una contestación a otras que envié yo y que aparecen debajo. Todas, en conjunto, son puro sentimiento, pura conexión. Entonces empiezo a recordar y me parece increíble que esas líneas pudieran ser escritas por dos personas casi desconocidas, que no se habían visto nunca, que sólo habían compartido algún que otro texto y alguna que otra foto. Eso me lleva a plantearme si en muchas ocasiones no lo condicionamos todo demasiado, si no buscamos que todo suceda bajo ciertas circunstancias determinadas, idealizadas por nosotros, en lugar de afrontarlo con la mente abierta, sin miedo. Supongo que la vida nos va construyendo una coraza. Me pregunto si será necesaria o no mientras apago el ordenador y doy por finalizado el día.


Escuchando: Killing for love - José González

viernes, julio 03, 2009

Deriva

Yo lo vi venir. Como se ve venir el final de algo sin poder hacer absolutamente nada por evitarlo. Al fin y al cabo era como intentar frenar las olas que lamen esta playa. Cuando la deriva comenzó, nadie lo esperaba. Ni siquiera yo. Y no es que quisiera dejar al margen a nadie, simplemente cuando comienza es imposible de parar. Arena que se escurre entre tus manos mientras intentas conservarla, pero no lo consigues y tus manos vacías te muestran con toda crudeza lo que tuviste, ya no tienes y jamás volverás a tener, a sentir. Recuerdo el momento exacto en que la realidad me secuestró, como si un interruptor hubiera sido encendido dando luz al tablero en el que yo iba a dejar de jugar. Sentado en la orilla, con los pies descalzos, un mar en calma se confundía con el horizonte a través de una línea tan geométrica que parecía un decorado de película. Como colgado de esa línea, intentando no caer, el sol decía adiós provocando que todo se tiñera de violeta. La playa estaba casi desierta a esas horas, pero a unos metros de mí, un niño construía un castillo con una concentración que no correspondía mucho con su edad. Al terminar, se levantó y lo derribó poniendo su pie encima, con una sonrisa en la cara. Cogió su cubo, su pala, y corrió hacia el paseo.


Escuchando: My plan - The Sunday Drivers

jueves, junio 18, 2009

El mal

Su calva empieza a poblarse de pequeñas gotitas. Yo sé que no es fruto de los nervios o de la preocupación, sino del calor asfixiante que reina en este pequeño cuarto sin ventilación. Al otro lado de la mesa, su sonrisa serena me pone enfermo. Llevamos ahí más de tres horas y no he conseguido absolutamente nada. Todos sabemos que estamos en lo cierto, pero eso no vale para nada. Le miro a los ojos con la firme intención de encontrar algo que me sirva de explicación, que me ayude a entender. Pero esa sonrisa me lo pone muy difícil. Me pregunto una y otra vez – como le he estado preguntando a él a lo largo de estas tres horas- cómo puede existir eso; se ha convertido en una obsesión desde que descubrimos el cuerpo. Resultaría lógico pensar que a estas alturas ya debería tener callo, que de tanto ver lo peor ya debería de haber adquirido alguna suerte de insensibilidad. Pero no es así, al menos en este momento.

Tienes una mujer preciosa que te quiere y un hijo que te idolatra; vives en un bonito barrio del norte de la ciudad, en una casa con dos plantas y un patio para que tu hijo pueda jugar; trabajas en una gran empresa en la que ocupas un puesto de responsabilidad y muy bien remunerado; eres un miembro respetado de la comunidad, con mucho amigos que te consideran un ejemplo, como cabeza de familia y como hombre; conduces un precioso Audi negro y te puedes permitir caprichos siempre que quieres; veraneas en la costa, donde tienes un apartamento en primera línea, con acceso a una playa privada.

No sé en qué instante he comenzado a perder el norte, a permitir que todo aquello me superara como si pudiera permitirme que pasara. Me he levantado con un torrente de sangre batiendo mis sienes y le he golpeado, fuerte, con el puño. Después le he levantado apretándole del cuello y entonces lo he visto en sus ojos por primera vez. Le he visto con claridad una noche hace menos de un mes, secuestrando, torturando, abusando y asesinando a esa inocente niña de nueve años. Lo he visto. Se lo han llevado de allí mientras yo vomitaba en una de las esquinas de esta sauna.


Escuchando: I don't know - Sexy Sadie

miércoles, junio 03, 2009

Imágenes

Está deslucida. Quizás el tiempo. La ventana abierta enseña una noche oscura, sin luna. Muebles dispersos, sin orden aparente. Recuerdo de una noche en la que se escapó un tren, y no precisamente de una estación. Ve lo que no hay, siente lo que no se ve. Imagen que guarda tanto significado que querría romperla, pero el material no admite arrepentimientos. Sólo se va desluciendo, poco a poco, tomando un color amarillento. La vida atrapada en un simple trozo de papel satinado.

Debajo, su altura es onírica. Esa luz rojiza partiendo las nubes por la mitad. Gigante acristalado con pies de barro. Siempre quiere hablar, pero nadie le escucha. Ignorado por miles de personas que rozan sus pies y acarician sus entrañas. El rojo sigue luciendo, fantasmagórico entre la niebla a esas horas de la madrugada. Tan arriba. Quizás fue lo primero que vio al llegar. Maleta en mano; corazón en la boca. Tan pequeño bajo él. No ha crecido desde entonces, al contrario que los tipos deshilachados que quieren habitar en su interior. Nunca lo conseguirán, como él, que sigue conformándose con mantener el corazón en la boca bajo su sombra.

No deja de llover nunca. Siempre que se asoma es así. Gotas golpeando la barandilla metálica. Sonido hipnótico, persistente, desesperante. No ha dejado de hacerlo. Nunca. La esperanza mojada hasta el tuétano. Dispuesto a olvidar, se siente siempre entorpecido por ese goteo constante de recuerdos acuosos. Las nubes se burlan porque lo saben. A cada sonrisa, un trueno; a cada mueca, una tormenta. Las maldice una y otra vez mientras ve a la gente pasear en manga corta, con sus esperanzas secas.

El estanque cada vez más desierto. Agua negra rodeada por una valla mohosa. Un par de patos desnutridos flotan sobre la viscosidad. Pero allí acude él, tarde tras tarde, arrastrando los pies, con el poco pan que consigue guardar. Se lo arroja a los patos, aún sabiendo que ellos hace tiempo que han dejado de comer. Frente a él, un par de niños vestidos de soldados se carcajean de la escena. Sobre el único árbol, ningún pájaro. Con el bastón intenta agitar el fango, provocar a los patos. No hay respuesta. El mundo en una foto fija.

En la fotografía está ella, pero distinta, con luz. Ahora todo está apagado en esa casa. Sombras deslizándose de esquina a esquina, acechando. Ni las vistas se parecen: donde había hierba y niños, ahora barro y yonquis. Todas las fotos salen veladas. Coloca altares sobre la encimera de la cocina. Polaroids rodeadas de velas de color negro junto a libros de Baudelaire. Rezos agónicos entre volutas de humo tóxico. Incluso ha pensado en el vudú. Y todo por haber puesto el dedo frente al objetivo en el peor momento.

Publicado en Magazine Siglo XXI


Escuchando: Wrong - Depeche Mode

lunes, mayo 25, 2009

Memoria

Si pudiera elegir, sería una fotografía, dijiste casi en un susurro. Aquel día yo ya sabía cuál era el futuro, así que no me pareció una idea tan descabellada. Serías una fotografía. Ahora, años después, lo eres. En algún sitio, quizás en ese libro de Hornby o en el cajón del mueble de la tele. En blanco y negro, en una calle del centro. No recuerdo el momento, pero sí el lugar, frente a aquel bar al que tanto solíamos ir porque ponían nuestra música. El resto apenas se dibuja en mi memoria. Quizás lo haga el día que, buscando algo, me tope con ella de nuevo y todo me parezca aún más extraño, más ajeno. Como si yo no hubiera enfocado y no hubiera apretado el botón. Como si yo no hubiera estado nunca allí, en esa calle, esa tarde, contigo, temblando. Quizás, en ese momento, llegue a la conclusión de que sólo se trata de una imagen recortada de una revista y conservada por azar.


Escuchando: Alive - Pearl Jam

miércoles, mayo 06, 2009

Suddenly

De pie, en mitad de la plaza, Pablo observa el cartel con una mezcla de melancolía y envidia. Este fin de semana tocan en el barrio. Levanta la vista y el sol le daña los ojos, tanto que necesita cerrarlos por un instante. Lo justo para que, desorientado, sienta un golpe seco en el brazo. Al abrirlos, frente a él, en el suelo, hay un niño tendido. A su lado una bicicleta a la que aún se le mueven las ruedas. A Pablo las fuerzas le abandonan y cae de rodillas muy cerca del niño, inerte sobre las gastadas baldosas. Un hilillo de sangre recorre su frente.

Sentados uno frente al otro, en el banco de siempre, en la plaza. César intenta retirar el mechón de la frente de Eva, como ha hecho siempre desde hace tanto tiempo que ni se acuerda. Sin embargo, esta vez no le deja y ladea su cabeza para esquivar su mano en un gesto inequívoco. Intenta encontrar sus ojos, pero ella los esconde mirando a un caniche blanco que ensucia con sus excrementos la estatua que domina la plaza. César toma aire y se dispone a lanzar los dardos que necesita la situación, pero un ruido metálico seguido de un golpe amortiguado le interrumpen.

Claire se levanta y cambia el CD. Ahora son Interpol quienes llenan el pequeño apartamento. Pone hielos en el vaso y se sirve otro vodka. Son las seis de la tarde. La mesa está llena de cartones de pizza, plásticos vacíos y ceniceros llenos de colillas. La luz se filtra con problemas a través de los listones de la persiana. Entonces un mal presentimiento se asoma a su cabeza como el reflejo de un arrepentimiento. Sube la persiana. En la plaza, un grupo de gente se arremolina formando un círculo. El vaso cae al suelo y se parte en mil pedazos. Por un instante, la voz de Paul Banks se convierte en una letanía.


Escuchando: Pedalpusher - Stereophonics

martes, abril 21, 2009

Flash

Aún era de noche cuando abrí los ojos. La habitación, en penumbra, se hallaba en un silencio absoluto que parecía no poder ser interrumpido por nada. Mi cabeza parecía moverse por dentro, como si miles de pájaros volaran en su interior. Me levanté y me dirigí hacia la puerta. Al abrirla, el mismo silencio. Ni un solo ruido procedente de las habitaciones que se dispersaban a izquierda y derecha. Me acodé en la barandilla y entonces te vi. Junto a la piscina, sentada en una silla de plástico, con una manta por encima de tus hombros. Tu mirada se perdía, como el humo de tu cigarro, en la superficie de la piscina. Agua negra, plagada de hojas y desperdicios abandonados allí por el crudo invierno. Fui a por la cámara de fotos y encuadre mis sueños. El fogonazo del flash te hizo girar la cabeza y entonces supe que había capturado tu alma.


Escuchando: The clock - Thom Yorke

lunes, abril 06, 2009

Recortes

Juan recuerda las nubes como manchas blancas espumosas. Hace mucho que no las ve, pero cuando cierra los ojos ahí están. En su celda no hay ventanas. Ni siquiera una de esas pequeñas en lo más alto del cubículo. Nada de luz, salvo la que da una bombilla desnuda durante un periodo de tiempo que el ha sido incapaz de calcular con exactitud. Porque para él todo es un continuo, no hay división entre noche y día, entre mañana y tarde. Así que espera su hora mientras se come las uñas. Es su única forma de medir el tiempo, el que tardan en crecerle. Ya lo han hecho tres veces. Debe de quedar poco.

Le gusta su vida de ahora. Más que la de antes, no hay duda. Se levanta bien pronto, se ducha, se viste y baja a la cafetería a desayunar. Después se dirige a pie a su trabajo. A la hora de comer, lo hace sola, siempre en el mismo bar. Por la tarde, al salir del trabajo, va al gimnasio. Regresa a casa antes del anochecer y escribe, lee, ve una película o escucha música. Esa es su rutina. Ahora, gracias a ella, se siente a salvo y mantiene a raya al miedo. Ése lobo que persiguió su carne durante un tiempo que a ella le gusta llamar muerto. Su vida es suya y de nadie más. Hace tiempo que no considera que compartir sea vivir.

Carlos encuentra en su buzón un catálogo de armas de fuego. No recuerdo haber pedido nada parecido, en gran parte porque nunca ha sentido ninguna inclinación hacia ese tema, que considera sólo del gusto de enfermos mentales o gente extremadamente peligrosa, que viene a ser lo mismo. Sin embargo, cuando se sienta en su sofá, con una cerveza en la mano, dispuesto a descansar, se deja llevar por la curiosidad y abre ese cuadernillo con una magnum del 45 ocupando toda la portada. Al mirar el reloj descubre que lleva más de una hora contemplando revólveres, escopetas, con y sin repetición, y alguna que otra metralleta. Tiene la sensación de llevar apenas un puñado de minutos, pero en realidad ha levantado la cabeza porque el sol casi se ha escondido y la oscuridad comienza a hacerse dueña del salón.

El lugar es oscuro y húmedo. Algo parecido a un garaje antiguo lleno de chatarra. Desde su posición, sentado en una de las esquinas más alejadas del portón de entrada, puede abarcar con la vista todo el vasto espacio. La hemorragia aún no le ha hecho perder el sentido, y él trata de presionarse con las fuerzas que le quedan, y con la ayuda de un pequeño trapo, la herida que le divide en dos el estómago. Por mucho que intenta pensar en su familia, sólo le viene a la cabeza la imagen de ese anuncio de helados. Ese en el que una chica joven, rubia, muy guapa, enseña un más que generoso escote mientras da un mordisco a un trozo de hielo rojo. Le parece una ironía que el color del helado sea el mismo que le encharca ahora las manos y discurre hacia sus piernas como un débil riachuelo de muerte.


Escuchando: The shock of the lightning- Oasis

lunes, marzo 30, 2009

Comparaciones

En el parque, al calor de los primeros rayos del sol primaveral, Ray se pregunta el porqué de que los linces ibéricos no sean también bautizados. A él siempre le había parecido que las comparaciones debían ser lo más justas posibles, pero, en realidad, qué lo era en la sociedad actual. Y es que igual que se compara a un rubicundo niño con un majestuoso ejemplar ibérico, se regalan espacios públicos históricos y zonas verdes a la Iglesia, o miembros de dicha organización usan su puesto para hacer política e influir en sus seguidores. Ray cada vez entendía menos el uso indiscriminado del llamado doble rasero dependiendo de los intereses de cada uno. Nunca había comprendido cómo alguien podía opinar algo y lo contrario a la vez según en qué situación, lugar o circunstancia. Y, sobre todo, a él siempre le había gustado ponerse en la piel de los demás antes de enjuiciarles por alguna decisión tomada. Uno no decide igual sobre algo cuando su vida se tambalea que cuando se está comiendo unas bravas en el bar, concluyó Ray antes de reiniciar el camino.


Escuchando: High and dry - Radiohead

miércoles, marzo 25, 2009

Indignos

Ahí están todos ellos con sus trajes negros. Panda de enterradores. Sonríen bobaliconamente desde sus tristes asientos mullidos, gruñen, se pelean como buitres, defienden palabras vacías y se marchan a comer con el dinero ajeno. Así son esa cuadrilla de hipócritas al frente de nuestro futuro. Tal ha sido la degradación de su estirpe que ahora no pasan de ser unos vulgares trileros. Corruptos, mentirosos, estafadores. Si Alcalá-Zamora o Azaña os pudieran dar una lección dejarían en evidencia vuestra falta de autoridad, vuestra escasez de recursos, de cultura, de inteligencia, de valor. La total ausencia de compromiso que demostráis no es más que un reflejo de la falta de escrúpulos que os caracteriza. Qué nostalgia de verdaderas ideas, de discursos rebosantes de contenido, de retórica inteligente, de humor fino, de revoluciones, de compromiso. Avaros y vendidos, el tiempo os colocará en vuestro sitio, eso si vuestras calamidades permiten que haya tal futuro. Valientes cobardes…


Escuchando: Wandering star - Portishead

jueves, marzo 12, 2009

Tres

Tumbado en la cama te veía colocar pósters por la habitación iluminada por el sol de agosto. Chincheta y martillo en mano, fuiste llenando las paredes: Sonic Youth, Joy Division, John Coltrane, Pink Floyd, Radiohead… Siempre me llamó la atención ese gusto tuyo por todo tipo de música. Soy muy heterogénea, me decías siempre con esa sonrisa tuya tan vertical. Aquella habitación quedó perfecta. Pasamos en ella casi todo el verano, a base de calimochos, patatas fritas y música, siempre música. A menudo pasaban por allí todo tipo de gente; amigos tuyos, amigos míos, vecinos. Por aquel entonces tenías entre ceja y ceja a un tipo mucho mayor que tú y que te hacía llorar en silencio mientras oíamos alguna canción de Cohen. Nunca me atreví a preguntar, cruzaba y descruzaba las piernas, esperaba a que te limpiaras con el dorso de tu mano las lágrimas. Después siempre actuabas como si no hubiera pasado, sonrisa en picado y a pinchar otro disco.

Sacar adelante la tienda era muy complicado. Aquellos jodidos pijos traidores preferían irse a comprar los nuevos putos cds a sus horribles centros comerciales. Ya no querían vinilos, les resultaba muy cansado levantar la aguja. Hay que joderse. Así que aquellos días fueron muy duros porque, en el fondo, yo sabía que mi sueño estaba colándose por el sumidero y yo no tenían ningún tapón a mi alcance. Sí, supongo que por eso no tenía tiempo para ella y siempre encontraba algo mejor que hacer, más útil. Pero no nos confundamos, los sentimientos estaban ahí. No me daba igual que me contara que pasaba las horas muertas con ese maricón niño de papá. Pero, qué puedo decir, tenía cosas más importantes en las que pensar. Era mi vida, mi sueño, lo que estaba en juego, joder.

Con él todo era distinto. Era otro mundo, era como haber encontrado a alguien que entendía lo que yo sentía, lo que me atrapaba. No me había ocurrido con nadie, con ningún de los chicos de mi edad con los que había salido. A su lado yo era completa. Pero las cosas se le empezaron a torcer con la tienda y, claro, comenzó a tener menos tiempo y nos veíamos cada vez menos y eso me destrozaba. Así que me refugiaba en Marc. Era un encanto de chico. Nos sentábamos y escuchábamos a Dylan mientras bebíamos. Aguantaba mis bajones y escuchaba mis problemas. Me escuchaba. Me daba compañía. Todo lo que necesitaba en esos momentos. Nos llevábamos bien, eso era todo. Usé a Marc alguna vez para intentar darle celos. Supongo que es algo que hacemos sin querer, nos sale de dentro, más aún en aquel momento en el que me hacía sentir tan lejos de él. Hablaba sobre Marc y nuestras tardes sentados en mi habitación. Las recuerdo con cariño.


Escuchando: Coast to coast - Elliott Smith

lunes, marzo 02, 2009

Las palabras sobran

Ella escribe con su dedo en el cristal cubierto de vaho “yo te enseñaré a ser feliz”. La frase adquiere una rotundidad inapelable en ese formato. Él se levanta, va hacia la barra y vuelve con un par de cervezas. Bebe más de la mitad de una de ellas de un trago y agacha la cabeza, como si estuviera concentrado buscando algo junto a sus pies. Le gusta hacer eso, actuar como si fuera el personaje de una película. Ella mira a través de la empañada ventana la llanura mojada por la lluvia, atravesada violentamente por una vena asfáltica. Con la manga de su bonito jersey amarillo –por lo menos una talla más grande que la suya- borra las palabras antes escritas dejando el vidrio transparente, lo que le permite ver la verdadera intensidad de esa llanura y su interminable herida. Le mira y no parpadea, durante segundos, tal vez un minuto. Pero no encuentra sus ojos, demasiado ocupados en seguir desarrollando su papel, el que se ha preparado para este drama. Escrito y dirigido por él. De nuevo la vista en la ventana. Un perro vagabundo, empapado, mordisquea una lata de refresco; dos hombres con enormes sombreros cambian la rueda de un coche herrumbroso bajo la fina lluvia; una mujer con una minifalda, bajo el pequeño tejado de un viejo cobertizo, contonea sus caderas mostrando su género caduco.

Comienza a sonar en la máquina de discos una canción de Pearl Jam cuando la cerveza se queda vacía. Ella no ha dejado de mirar a través de la ventana, comprobando cómo el vidrio volvía a empañarse, convirtiendo poco a poco a la llanura en una suerte de paisaje fantasmagórico. Pero ahora ya no habría podido ni escribir su propio nombre. La cafetera se escucha por encima de la música, por encima de todo. Ese chirrido estridente. Vuelve a levantarse a por cerveza a la barra. Allí, de pie, un hombre sorprendentemente pequeño devora un bocadillo mientras con el pie sigue el ritmo de la música. Le mira con ojos desafiantes y a él le viene a la mente una honda disparando una piedra. Al volver, ella ya no esta allí, sólo su jersey doblado sobre el asiento. El gesto de contrariedad quiere ser de Sean Penn, pero se queda en Jim Carrey. Se sienta de nuevo, da un largo y solemne sorbo a la botella y, con todo el dramatismo que puede acumular, escribe en la ventana empañada “es tan difícil saber ser feliz...”.

Publicado en Magazine Siglo XXI

Escuchando: Pesadilla en el parque de atracciones - Los Planetas

martes, febrero 17, 2009

Fe

Si el alma pesa veintiún gramos, ¿cuánto pesa mi fe?, se preguntaba Ray sentado en el puente, balanceando los pies en el vacío. Y no se refería a ningún tipo de fe relacionada con asuntos teológicos, ni mucho menos. Sino más bien a una fe en lo que le rodea, en lo más cercano, en el día a día, en el seguir confiando. Ya apenas recuerda cuando empezó a sentarse al sol y a decirse vamos, las rachas no son eternas, algo bueno está a la vuelta de la esquina, todo termina por enderezarse. A tener fe. Ahora se siente dando un paso al otro lado de la línea, pasándose al ateísmo. Cada vez sale menos ese sol que le invita a pasear por cualquier calle, solo, con un libro bajo el brazo, desenterrando esperanzas para continuar equis días más. Así que pasa los días en su pequeño escondite, lo que reduce sensiblemente su contacto con el exterior, con otras personas. Algo que, por otra parte, no le resulta ningún problema dada la pereza que le supone tratar de tender puentes. La incomunicación es la religión de este nuevo siglo. A Ray, en estos momentos, no le cabe ninguna duda.


Escuchando: I'm outta time - Oasis

jueves, febrero 05, 2009

Estupor

Ray ha dejado de comprender muchas cosas y otras tantas le provocan un miedo atroz. Así, se pone a temblar como una hoja cada vez que piensa en el paso del tiempo y en cómo éste va desgastando a sus seres queridos, los días de vendaval sale a la calle con piedras en los bolsillos y huye de cualquier gato que se encuentre en su camino. Así se ha vuelto su vida y, por mucho que él lo intente, así ha de seguir hasta el final de sus días. Todo lo que le rodea, lo que oye, lo que ve, le deja aturdido. Por ejemplo, no entiende cómo una sacrosanta institución llena de faltas y abusos se autoproclama reguladora del bien y del mal. Trata de asimilar el hecho de que se catalogue a los muertos como de primera y segunda dependiendo de lo que a su interesada creencia le convenga. Para él es hipocresía, pero a quién le importa la opinión que pueda tener. Tampoco comprende que sus actitudes sean tan diametralmente opuestas a ese libro que les guía y que les ha convertido en lo que son. Redundantemente hipócrita según él, pero qué va a decir alguien a quien los truenos le hacen esconderse bajo la mesa. Se queda boquiabierto cuando ve que intentan poner su moral por encima de la de los demás guiados por una luz que han hecho exclusivamente suya, ignorando la basura que ellos acogen en su interior, que en muchos casos abraza la criminalidad. Para él es la mayor incoherencia que ha conocido. Pero quizás sólo sea cuestión de su cabeza, que últimamente no funciona demasiado bien. De este modo pasa los días Ray, a medio camino entre el temor y el estupor, pensando que todo ha terminado por moverse demasiado rápido. Al menos para él.


Escuchando: A place called home - PJ Harvey

jueves, enero 29, 2009

Conciencia

Tumbado en la cama, la habitación en penumbra, forma con su cigarro aros de humo que ascienden hasta confundirse con la negrura. El silencio sólo es levemente roto por la respiración del cuerpo que duerme a su lado. Ahora tan extraño, tan ajeno. No se siente cómodo ahí, un cuarto que, de buenas a primeras, se ha tornado deprimente. Pero, en el fondo, él sabe que no es el lugar. No. Que lo que oprime sus sienes no es la ausencia de luz o el cuadro que a duras penas vislumbra en la pared, sino un sentimiento creciente y despiadado que comienza a rajarle el disfraz. La conciencia, más devastadora que nunca, de que es un traidor, de que todo aquello que elevó a la categoría de máxima yace ahora bajo sus pies, pisoteado. Apaga el cigarro y, al desparecer el pequeño punto rojo de su ascua, se sume en una tristeza total, incapaz no sólo de encontrar el camino, sino de ver alguno. Y todo porque ha abandonado el que trazó, se ha salido de él en pos de algo que sabe que es momentáneo y caprichoso. Egoísta. Algo que, además, le dejará sin brújula y, lo que es peor, vacío por dentro.


Escuchando: Down in the past - Mando Diao

jueves, enero 15, 2009

Mensajes

¿Qué dirían si supieran que sigo guardando todos aquellos mensajes tuyos en el móvil, y que de vez en cuando los repaso con el ansia del primer día? Pues es verdad, y también lo es que los contesto, más de una vez, aunque no los mande. Les cambio las palabras a los que sí envié, el sentido, haciendo que dejen de significar lo que significaron, convirtiéndolos en otra cosa. E imagino lo que hubiera pasado con estas nuevas letras en lugar de las que mandé. Porque una frase, una palabra, es un arma cargada, como decía aquél, y una vez disparada no tiene marcha atrás. Eso es algo que todos deberíamos tener en cuenta siempre. Y es que después sólo queda la oportunidad de fantasear y retorcer los recuerdos hasta el infinito, convirtiendo el pasado en un presente enfermizo.


Escuchando: Street spirit (Fade out) - Radiohead

lunes, enero 12, 2009

Adicción

Acurrucada contra un muro, la cabeza entre las piernas. Llora, siempre llora, porque la pena le atenaza una vez desaparecido el orgasmo inicial. Sombras que se deslizan desde una cuchara calentada a duras penas por un mugriento mechero. Pequeñas burbujas metálicas que se derraman en su interior descontándole vidas, sonrisas, abrazos. Siempre el arrepentimiento, la conciencia de la caída, el saberse incapaz de no volver a precipitarse al vacío. Y la certidumbre de que en unas horas volverá a enloquecer, regresará la obsesión por saciar ese ansia compulsiva. Pero en esos pocos minutos de lucidez, sentada en cualquier acera, de cualquier barrio, aterida de frío, en los huesos, recuerda cuando nada era así. Los momentos en que aún no le había jodido la vida a nadie, cuando su madre todavía no se había consumido en lágrimas y búsquedas desesperadas por toda la ciudad. Cuando aún le daban miedo las jeringuillas.


Escuchando: Más de una vez - Iván Ferreiro
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