lunes, marzo 26, 2007

El pianista

¿Y qué coño saben ellos de lo que es tocar el piano? Que si no sé elegir la melodía adecuada para cada momento, que si con estas pintas no se puede venir a hacer soñar al público, que no se puede tocar el piano bebido… ¡Pues claro que se puede viejos frustrados! Años y años de conservatorio para esto ¿Y si supieran que yo fui enseñado por los más grandes, que toqué con ellos por todo el mundo? ¿Qué dirían si se enteraran de que mis discos eran tan valorados que terminaron convirtiéndose en piezas codiciadas como un cuadro de Monet?

Pero no. A toda esta cuadrilla de falsos aristócratas les da igual. Viven exclusivamente de la imagen, pero están secos por dentro. Siempre con sus putitas de lujo, buscando impresionar, con sus trajes, sus anillos y sus andares de estrella. Falsedad. Todos ellos son una pose sin consistencia. Castillos en el aire. Fuera de este club, todos tienen una vida que les espera. Una gris oficina con una triste secretaria con gafas de concha. Una mujer que ha perdido la línea después de haber parido a tres monstruitos que les amargan al llegar a casa y que sólo les quieren para exprimir su billetera. El club es su oasis simulado; la vida que se han construido para poder tener dos, para poder seguir en pie.

En el fondo, me dan pena. Son unos pobres desgraciados que necesitan vivir dos veces para disfrutar. Cobardes que no han sido capaces de encarar sus problemas y cortar por lo sano; se han cagado en los pantalones cuando han visto que su vida no es la que querían, que su mujer les asquea y que no quieren cargar con descendencia egoísta. Y en lugar de ser valientes, de luchar por su existencia, han tomado el camino más fácil. Vivir como un agente doble. Y se confunden, no es divertido.


Escuchando: Prenzlaurberg - Beirut

miércoles, marzo 07, 2007

Matusalem

El señor azul se preguntaba cómo es posible enlazar tal cantidad de cagadas de manera consecutiva. Sentado en el taburete del Wilde, mirando la calle por aquel enorme ventanal, pensaba que nunca sería capaz de enderezarse, de conseguir mantener una historia en línea recta más allá de quince minutos. Pidió otro Matusalem con cola y se acodó en la barra. Quiso reconstruir todo lo ocurrido, pieza a pieza. Pero ya había llegado a un punto en que no conseguía distinguir lo que estaba bien y lo que no. Él, simplemente, actuaba. Pero su problema estaba en que nunca había querido aprender, y ahora lo veía. Nunca les había prestado atención. En ningún momento quiso saber por qué aquello o por qué lo otro.
A esa hora, el Wilde estaba lleno de individuos patibularios, sin más pensamientos que seguir bebiendo hasta que echaran el cierre. Eso le entristeció aún más. Aquéllos ya no eran tiempos para cartas, pero, aún así, el había escrito una y se la había mandado. Y, por primera vez en su vida, sí rellenó el remite. De aquello habían pasado días –aunque a él le había parecido años bisiestos- y no había obtenido respuesta. Lo que más le indignó fue que las disculpas hubieran perdido el peso, la aristocracia, que en otros días habían tenido. Ni reconociendo el error, asumiendo que había metido la pata hasta el fondo, logró enderezar el timón. ¿Qué más se puede hacer cuando una disculpa, un lo siento, no sirve? Sólo con imaginar que la respuesta a esa pregunta fuera un NADA rotundo sintió una tristeza insondable. Así que decidió que no había mejor opción que pedirse otro Matusalem. Pensar sólo hace daño. Al menos a él.


Escuchando: Keep it Amazed - French Kicks
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