miércoles, abril 30, 2008

There will be blood

La habitación es pequeña y apenas cuenta con una cama, una mesilla y un mueble sobre el que descansa una minúscula televisión que no tiene pensado emitir ni un guiño en forma de imagen. El suelo está cubierto por una alfombra que parece ser roja, aunque es difícil saberlo. Las paredes, de un desagradable amarillo, sólo están adornadas por un cuadro que representa una cacería de zorros, escopeta en mano. Las cortinas, rojas y gruesas como una manta, sólo dejan entrar un leve rayo de luz en el punto que se unen sus dos alas.

Allí, tumbado sobre una cama que rechina como si fuera a romperse en mil pedazos repasa los retales que aún permanecen en su memoria. Todo está bastante gris, pero los salivazos no. Lo que le recibió nada más volver a ver aquel cielo azul y tremendamente cegador. No es que él hubiera esperado aplausos y palmadas en el hombro. Sólo quería descansar, pero más mental que físicamente. Y aquello fue peor que volver a las trincheras, peor que ver a niños desangrados por las cunetas.


De repente lo que consideraba pasajero ya no lo era. Su cabeza había desconectado y las noches eran pesadillas realistas. Las granadas y ametralladoras hacían vibrar el suelo una y otra vez, de nuevo, y la sangre de aquel niño goteando inundaba sus ojos. Mientras, en la calle, la gente clamaba contra él, sólo contra él. Y por qué, lograba preguntarse en los pocos momentos luminosos. ¿No debería ser un héroe? Un héroe.

Y, ahora, su cabeza ya no distingue nada. Ante sus ojos sólo ve un punto negro que obedece a una voz que le acompaña siempre, allá donde va. Así que está en esa lúgubre habitación, con una pistola en la mano, para llegar a un acuerdo con su compañera: quitarse de en medio o, por el contrario, vengarse de todos los desagradecidos. There will be blood.


Escuchando: Rebellion (lies) - Arcade Fire

jueves, abril 24, 2008

Mesas

Una mesa de metal negro, al lado de un ventanal con vistas a la gran plaza llena de viejos con bastones de madera que acuchillan el tiempo como puñales oxidados. Ella los mira mientras da vueltas a la cucharilla que remueve el azúcar dentro de su negro café hasta que se disuelve por entero, pasando a convertirse en la misma cosa: un café dulce. Curiosa metáfora, piensa, mientras guarda de nuevo la foto en su cartera.

La mesa está fría, mármol blanco. El libro descansa sobre ella, robusto, sabio como pocos. Lo subraya distraídamente, al igual que el obrero coloca la masa sobre el ladrillo. Ocupando las hojas, integrales, variaciones, con y sin repetición. Fuera, el afilador toca su flautilla inconfundible. Se pregunta qué pasaría si saliera a que ese hombre roñoso le afilara el lápiz. Quizás con esa punta fuera capaz de derrotar de una vez por todas toda aquella maraña de números, de domesticarlos para convertirlos en poemas de amor o cartas sin remite.

Se ve igual aquí que allí. Es lo mismo. Igual material, igual forma, igual tamaño. Una mesa. No importa que ahora las paredes que la rodean sean de color salmón. Antes eran blancas y su aspecto era el mismo. Tampoco el aire es igual. Aquí pesa más, quizás sea por el mar, o simplemente por el mal humor. Nunca se sabe. Aquí nada es lo mismo y la nostalgia es capaz de nublar cualquier ambiente. Pero los muebles no saben de sentimientos. Si ellos pudieran hablar… Si esta mesa pudiera hacerlo.

Cuando Roads llena mi atmósfera me da igual que a través de esta podrida ventana se vean sólo tipos grises y coches de policía. Cuando Beth se lanza yo me contraigo sobre la mesa en un ovillo que no tiene nada que ver con este mundo. Ni con esta habitación. Ni con esta jodida y horrible ciudad, tan opresiva. Simplemente cuando ella canta, yo no estoy. Al menos aquí. Estoy con ella, bailando las dos en un café de aquel otro sitio. Al que me llevaste ese día y en el que, después de relatarme la teoría del caos, me hablaste de ella y me dijiste que me la ibas a presentar, aunque fuera a través de los altavoces. Sólo fue otra promesa más no cumplida. Ahora Beth es mi compañera, mi aliada. Se alistó en el ejército que formé para liquidarte, para anexionarme tu vida y dejarte fuera de cualquier cosa, para derrotarte sin concesiones. Ella me está ayudando a conseguirlo. Así que, tío, échate a temblar.


Escuchando: Krafty - New Order

viernes, abril 18, 2008

Música

Sólo es cuestión de ajustarse bien los auriculares. Entonces el mundo es otro. Las mesas, los ordenadores, el jefe, la mierda que te corroe por dentro pasan a estar fuera, a cientos de años luz de ti. Porque cuando consigues meterte de lleno en una canción, hacerla tuya, logras entrar en otro mundo, vivir más allá, sentir mucho más que nadie. Realmente, eres un sentimiento. Y es cuando te das cuenta de la cruda y anodina realidad que te rodea y, sobre todo, que ese estado artificial, esa maravilla que te transporta no suele pasar de los cuatro minutos y, aunque puedas repetir, la sensación de ahogo no decrece. Te gustaría quedarte a vivir dentro, quizás en un acorde o en un timbre de voz, para siempre, en la gloria. Pero por más que lo intentas no lo consigues, y los segundos van pasando, y la música va menguando hasta que, al final, sólo queda el silencio. El mismo silencio de siempre, el mismo escenario monótono de todos los días. El mismo gris.


Te daré
Todo lo que queda bajo mi piel
Cuatro versos de un poema esquimal
Y el sol invernal
Que brilla en tus veranos

Quédate
En la ciénaga para poder ver
Que las cosas que te quise decir
Y en la tierra grabé
Se borran entre agua y lodo

Hay flores de hielo en tu cuarto
Que arrancaste de mi jardín polar
Mi sangre helada se funde
Arropada en tu abrazo tropical

No pude dar
Un cielo para poder volar
Y tiraste alas por el balcón
Pero bajo el colchón
Ocultaste un par de plumas

Descúbreme
Que la máscara caiga a mis pies
Yo también quiero saber quién soy
Y a tus labios daré
Extraños besos de boca nueva

Hay restos de mí
En tu almohada
Migajas de recuerdos en tus ojos
Deslizándose por la escarcha
Noches, días y diamantes rotos



Escuchando: Jardín polar - Sidonie

martes, abril 15, 2008

París mon amour




Allí está ella, sentada en la cama de su hotel pensando en si de verdad es cierto. No acaba de creerse estar en esa situación y eso le genera ansiedad. ¿Cuántas posibilidades habían de volver a sentirse así y precisamente en esa ciudad? Así que piensa que todos los astros se han conjurado para darle por fin lo que le habían estado escondiendo durante demasiado tiempo. Se acomoda en la mullida cama y deja que sus sentimientos pueblen todos los rincones de la habitación. Está en París, la ciudad de las novelas, la de la imaginación más romántica, y ella siente de nuevo ese nido de avispas en su estómago, ése que creyó jamás volvería a aparecer. Nota como los sentimientos la van colmando y, después de mucho tiempo, se encuentra tan a gusto que tiene ganas de gritarle al Sena que por fin puede ser posible de nuevo. Entonces una punzada detiene el devenir del huracán de sensaciones. Un pequeño cristal que se le clava recordándole todo lo pasado, las noches en blanco y los días en negro, y entonces se estremece y una parálisis amenaza con estropear el momento. Pero en ese instante, una ráfaga de aire agita las cortinas trayendo un sonido conocido, una voz que le susurra desde un más allá con olor a Dos de Mayo que esté tranquila, que por qué no va a ser ésta. Que se deje llevar porque los merecimientos que uno hace acaban por tener recompensa. Una sonrisa llena su rostro mientras el sueño va ganando al miedo, un sueño, en verdad una realidad, que de una vez por todas le devuelve la esperanza, las ganas y la fe en seguir sintiendo.

(Dedicado a B, esa chica tan especial que siempre está, en lo bueno y en lo malo)


Escuchando: Rompeolas - Quique González

viernes, abril 11, 2008

Limbo

Lo cierto es que no entiendo muy bien por qué lo hago, ni para qué, pero aquí estoy, en esta oscura habitación, hablando contigo como si tú de verdad estuvieras frente a mí quitándote uno de tus finos mechones de negro pelo de tu frente. Déjame que te explique cómo sucedió todo, cómo fue que yo hace tiempo que no soy yo, sino que soy tú cubierto por mi piel. Y que mis pasos ya no resuenan igual, sino que tienen un eco diferente, como doble. No sé si alguna vez lo has sentido, pero yo sí, y se parece mucho a ser dos personas en una. En cierto modo es como comprender que a partir de un determinado momento ya no eres una entidad única, sino que te duplicas y pasas a tener claro que tu vida va a estar junto a alguien hasta el final. Entiendo que, probablemente, no sepas de lo que te hablo, que te suene a manido y hueco. Te comprendo porque sé que nunca serás capaz de aprender a hacerlo, jamás querrás ver las cosas de ese modo, nunca te dejarás complementar. Ese es el problema: que yo me he quedado en una especie de limbo porque me tocaste tú en suerte.


Escuchando: Más de una vez - Iván Ferreiro

miércoles, abril 02, 2008

Instantaneas

(Foto: Roger Guaus)


Un parque lleno de niños jugando en atracciones metálicas, con abrigos fluorescentes y gorros de escalador. Todo bajo una luz intensa, como si el sol estuviera enfocando de manera especial ese cuadrado con suelo de arena, separado de una realidad lejana y violenta por barras verticales que antes eran color arco iris y ahora están ennegrecidas. En los bancos, fuera del recinto, las lánguidas madres leen revistas de esperpentos vestidos de princesas, prometiendo que nunca jamás dejarán escapar otro tren.

Una cocina pequeña, estrecha, con una claraboya que muestra el cielo nublado, gris, como en una fotografía en blanco y negro. Es el cielo de Praga y la mirada intenta atravesar el cristal y pasear por sitios que nunca ha visto y descubrir cosas que nunca verá y beber cerveza en bares oscuros e históricos. Pero no, sólo hay ese cubículo con muebles ajados, vasos y platos manchados y un lavadero que se ve mohoso pese a la falta de color del fotograma. Habrá que esperar para descubrir a Frank. Una vez más.

Y un pájaro muerto sobre la acera, encima de una pequeña y espesa mancha de sangre. A su alrededor pies vestidos con zapatos multicolores que lo esquivan. Un bosque de piernas que pasan observando la muerte alada, que en pocas horas será desahuciada de su trozo de ciudad por una pala metálica y herrumbrosa, junto a envoltorios y colillas de cigarros. Pero para entonces los pies calzarán ya suaves zapatillas de lana sobre alfombras mullidas, dentro de cajas de zapatos, tan idénticas como faltas de alma.

Sólo un vaso de plástico, aún con vino mezclado con cocacola, en la soledad del frío suelo de un apartamento céntrico. Un resto de una noche despreocupada y sin freno; diez horas de entrega y vicio dentro de treinta y ocho metros cuadrados con música envolvente. Dos cabezas dispuestas a triturar todo y no pensar en nada, al menos durante ese tiempo de aislamiento íntimo. Sólo dos cuerpos, dos sexos y el alcohol. Dulce paraíso en una isla en medio de la azarosa ciudad de neones sobre rascacielos de ojos rasgados. Tan hostil; tan ajena.

La cama revuelta, con sábanas marrones, en una habitación mínima y casi a oscuras. Alrededor, cajas selladas que guardan una vida y prometen otra distinta en un lugar desconocido. Ni un mueble, ni un alma, sólo cartón sujetando como un dique una realidad que se antoja difícil. En cada una, trazos azules que recuerdan los contenidos vitales aún por auscultar. Retazos de lo que fue, pudo haber sido y quizás pueda ser. Partes de un todo que no es indivisible sino un puzzle de lágrimas y sonrisas tristes.

Una foto a través de una ventana. Al otro lado, una calle cualquiera de una ciudad cualquiera. Coches aparcados en batería al lado de árboles cuyas copas llevan en guerra cientos de años. A un lado una cancha de baloncesto. Vacía. Donde antes había niños ahora hay mierdas de perro reblandecidas por la llovizna, que deja todo el escenario especialmente gris, especialmente desalentador. Al otro extremo, el centro de desintoxicación, rodeado de zombis erráticos que vagan entre la neblina sin ningún rumbo, salvo el que les marca su ansia artificial.



Escuchando: Roads - Portishead
Licencia de Creative Commons
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.