miércoles, junio 11, 2008

Sino

Se infla y se desinfla. Sin ninguna norma establecida, sin ningún ritmo marcado. Simplemente lo hace. Es lo que permite que una mañana me levante y quiera morir abrazado a tu cintura, pero que al caer la noche los párpados no se me cierren y sólo quiera perder de vista tu cara y tu espalda. Es así de incomprensible. Porque yo siempre quise ser un brazo firme y enamorado, sin fisuras, sin tembleques. Pero hoy soy el capitán de un ejército de dudas liderado por una certeza que se empeña en desobedecerme, una y otra vez. Una certeza dolorosa, puntiaguda. Una certeza siempre relacionada contigo, y contigo, y contigo, y contigo también… Unida a todo lo que sé que nunca podré tener, porque si algo aprendí en los libros de la escuela es que el sino es inmutable e irrompible. No hay más. Ahora, la sintonía que lo envuelve todo versiona de forma sobrecogedora, revelando el estado de mi yermo interior. Una imagen del Einstein de la música y su discípulo más aventajado sentados, ejecutando a la perfección. Ellos también son presa de su sino.


miércoles, junio 04, 2008

Sentidos opuestos

Mientras la luz se filtra por los listones de la persiana pienso en cómo dos tiempos pueden correr siempre en sentidos opuestos, como si se repudiaran. La diferencia entre tu mano y mi rechazo; entre mi lágrima y tu frialdad. Es el tiempo que se desliza siempre ocultándose de la felicidad, escondiéndose de ella mientras le hace burla y le saca la lengua. Es la desilusión y la daga voladora, afilada como el borde de tu rechazo. Es la imposibilidad de lograr acompasar los pasos: siempre que yo voy tu vuelves, y nunca viceversa. Como el caminar al sol sin que tu sombra te siga porque elige el camino contrario. Siempre. Tan desesperante como correr intentando alcanzar algo y no lograrlo nunca. Nunca. Porque tú eres nunca y yo soy siempre. Tú eres derecha y yo soy izquierda. Tú eres frío y yo soy llama. Tú eres yo y yo soy tú.


Escuchando: (El amor no es lo que piensas) - Deluxe

lunes, junio 02, 2008

Navegar

Nadé a deshoras sobre las sábanas, húmedas por el rocío de mis ojos. Y vi muchas cosas, quizás demasiadas. Es parte de la vida –y de la muerte- remar, hundirse, volver a remar y volver a hundirse. Y así en un círculo que amenaza con eternizarse y que al fin y al cabo termina consiguiéndolo. A uno le cuesta trabajo tomar cariño a ese sube y vuelve a bajar, a esa suerte de autopista del alma. Pero todo tiene una pequeña etiqueta pegada, con unos números que marcan el inicio de su futura -o ya presente- decadencia, y si uno sabe comprender esto terminará por dominar ese submundo de las ilusiones y los besos en callejones serenos como el sueño de un niño. Conviene, pues, coger la brújula y adentrarse definitivamente, no en vano, es el sino de todos. Y no hace falta cuchillo entre los dientes, ni botas de cuero negro, basta con ser uno mismo y no mirarse sólo el ombligo, sino también el corazón. A veces se verá preocupantemente azul, pero en el siguiente recodo rojo como la sangre más pura. Quise hacerme con ello sin entender que a las noches, como a los corazones, hay que dejarlos navegar.


Escuchando: Luces de neón - Lori Meyers
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