miércoles, abril 13, 2011

Vukovar

Los amaneceres en Vukovar son limpios, transparentes. Parece imposible que aquí, no hace mucho tiempo, la maldad hubiera encontrado su sitio. Tú aún no eras mi sueño cuando yo escuchaba ese nombre en la televisión, siempre acompañado de la palabra guerra. Frente a mí están los agujeros en las fachadas a modo de negro recuerdo. Tú juegas a meter los dedos en todos los que encuentras y finges oír voces atormentadas a través de esa conexión. La voz de Jelena sí es real cuando nos cuenta como un soldado del ejército serbio violó ante sus ojos a sus dos hijas antes de cortarles el cuello. A ella la dejó viva, para que el resto de su vida pudiera recordar aquello. Su voz es firme, su semblante sereno, en paz. El silencio cae pesado en mi interior.

La barbarie aún retumba en las esquinas más recónditas de la ciudad. Tú y yo la escuchamos. Es claramente reconocible para los forasteros, no para la gente de aquí, que ha cerrado sus heridas lo más rápido posible pensando que han pasado por el infierno y han podido sobrevivir. El dolor ya no les preocupa, sólo el recuerdo de aquellos que perdieron, pese a que cada edificio, cada calle, cada trozo de cielo guarda la memoria de lo atroz. Las nuevas generaciones revitalizan poco a poco el espacio. Jelena dice ver cada noche las almas vagando por su barrio, buscando consuelo. Las mismas almas que aquellas frías noches de noviembre sembraron de rojo las calles y caminos. Jelena nos despide con un gesto amargo y una frase: sólo nos tenemos a nosotros mismos. Vukovar apaga los últimos rayos de sol de otro día más.




Escuchando: Beatles and Stones - Beady Eye

viernes, abril 01, 2011

Ernest

Después de certificar su tercer descubrimiento vital en los últimos cuatro meses, Ernest apaga la pequeña bombilla que ilumina su minúsculo laboratorio y cierra la puerta. Dentro quedan las probetas, los tubos de ensayo, el mechero Bunsen, las pinzas, la balanza… sumidos en el silencio más total. Qué curiosa metáfora, piensa Ernest mientras se sienta en la cafetería que está a la entrada del edificio. Saca un folio en blanco y se dispone a escribir otra carta a su amada Lorena:

Una vez más, y ya no sé cuántas veces he tenido esta sensación, me doy cuenta de lo inútil de mi trabajo. Quiero decir, sé que mis descubrimientos –y en especial el de hoy, del que ya te hablaré en otro momento- ayudarán a salvar vidas y, quizás, hagan evolucionar otras teorías que consigan salvar más vidas aún. Pero hace tiempo que eso no me llega. Reconozco ahora el error de mi elección. Por mi propia naturaleza y por las circunstancias que nos rodean. No es tiempo para humanistas ni para altruismos; ni yo, si te soy sincero, aprecié nunca estos valores. Me convencí a mí mismo –o me convencieron- en su momento de que debía aprovechar mis conocimientos para ayudar a los demás. Y tú dirás que fue una buena razón para elegir el camino que tomé. Pero te equivocas, no me convencieron en realidad aquellos razonamientos sino más bien la idea de que salvar vidas me haría un hombre reconocido, alabado, famoso. Me vi a mí mismo en lujosas cenas, en las portadas de las revistas más prestigiosas, ocupando minutos y minutos en los medios de comunicación. Qué terrible fue mi error.

Entenderás una vez más la profundidad de mi frustración. Soy presa de la contradicción más dolorosa: cuánto trabajo valioso, definitivo para la humanidad, y qué poco reconocimiento, qué poca fama. Ese preciado tesoro les es otorgado a los disolutos, a los despreocupados. Y lo más duro, mi querida Lorena, es que mi verdadera alma, mi auténtica vocación, pertenece a este grupo.

La ciencia, el trabajo sin descanso por los demás, son y han sido mi cárcel. Ahora lo veo claro. Ahora tengo la certeza de que nunca alcanzaré mis sueños metido en este triste laboratorio. La vida es ensayo y error, es cierto. Y yo ya tengo mi teoría definitiva.

Por aquí sigue haciendo el mismo frío de siempre. Espero que puedas venir lo antes posible. Deseo caminar de nuevo contigo por las heladas calles del centro y cenar en ese restaurante con vistas al río.

Junto a esta carta, te mando un recorte de una entrevista que me hicieron para el periódico de los alumnos de segundo curso del instituto del hijo de Erik, mi compañero.

Un abrazo y un beso enorme.

Tuyo siempre

Ernest.





Escuchando: Codex - Radiohead
Licencia de Creative Commons
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.