viernes, abril 01, 2011

Ernest

Después de certificar su tercer descubrimiento vital en los últimos cuatro meses, Ernest apaga la pequeña bombilla que ilumina su minúsculo laboratorio y cierra la puerta. Dentro quedan las probetas, los tubos de ensayo, el mechero Bunsen, las pinzas, la balanza… sumidos en el silencio más total. Qué curiosa metáfora, piensa Ernest mientras se sienta en la cafetería que está a la entrada del edificio. Saca un folio en blanco y se dispone a escribir otra carta a su amada Lorena:

Una vez más, y ya no sé cuántas veces he tenido esta sensación, me doy cuenta de lo inútil de mi trabajo. Quiero decir, sé que mis descubrimientos –y en especial el de hoy, del que ya te hablaré en otro momento- ayudarán a salvar vidas y, quizás, hagan evolucionar otras teorías que consigan salvar más vidas aún. Pero hace tiempo que eso no me llega. Reconozco ahora el error de mi elección. Por mi propia naturaleza y por las circunstancias que nos rodean. No es tiempo para humanistas ni para altruismos; ni yo, si te soy sincero, aprecié nunca estos valores. Me convencí a mí mismo –o me convencieron- en su momento de que debía aprovechar mis conocimientos para ayudar a los demás. Y tú dirás que fue una buena razón para elegir el camino que tomé. Pero te equivocas, no me convencieron en realidad aquellos razonamientos sino más bien la idea de que salvar vidas me haría un hombre reconocido, alabado, famoso. Me vi a mí mismo en lujosas cenas, en las portadas de las revistas más prestigiosas, ocupando minutos y minutos en los medios de comunicación. Qué terrible fue mi error.

Entenderás una vez más la profundidad de mi frustración. Soy presa de la contradicción más dolorosa: cuánto trabajo valioso, definitivo para la humanidad, y qué poco reconocimiento, qué poca fama. Ese preciado tesoro les es otorgado a los disolutos, a los despreocupados. Y lo más duro, mi querida Lorena, es que mi verdadera alma, mi auténtica vocación, pertenece a este grupo.

La ciencia, el trabajo sin descanso por los demás, son y han sido mi cárcel. Ahora lo veo claro. Ahora tengo la certeza de que nunca alcanzaré mis sueños metido en este triste laboratorio. La vida es ensayo y error, es cierto. Y yo ya tengo mi teoría definitiva.

Por aquí sigue haciendo el mismo frío de siempre. Espero que puedas venir lo antes posible. Deseo caminar de nuevo contigo por las heladas calles del centro y cenar en ese restaurante con vistas al río.

Junto a esta carta, te mando un recorte de una entrevista que me hicieron para el periódico de los alumnos de segundo curso del instituto del hijo de Erik, mi compañero.

Un abrazo y un beso enorme.

Tuyo siempre

Ernest.





Escuchando: Codex - Radiohead

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