martes, septiembre 28, 2010

Virtualidad

Enciende el ordenador y ahí está. Un correo electrónico con el destinatario esperado; el asunto, el de siempre. Todo el día fantaseando sobre qué contendrá hoy, qué palabras llenarán ese blanco. Comienza a leerlo con ansia, como si fuera el último mensaje que vaya a leer en su vida. No defrauda. Esta vez tampoco. Reflexiona entonces sobre lo fantástico de tener algo en casa que te espera, de que todos los días existan esas palabras en tu buzón, aunque sea virtual, aguardando para ser leídas. Letras que impulsan los pedales que mueven el día a día. Mientras da vueltas a cuál va a ser su respuesta, como va a superar la del día anterior, no puede evitar pensar que aquello es temporal, que más tarde o más temprano alguno de los dos perderá el interés, se decantará por lo material, por lo tangible. Así que decide, por primera vez, darle un título a su mensaje: La virtualidad del amor.

Pulsa el botón de enviar en el mismo momento en que una idea cruza su mente como una llamarada. Intenta detener el envío, pero es demasiado tarde, el mundo virtual no sabe de arrepentimientos. Y eso es lo que se ha instalado en su estómago como representante de un mal presagio. No espera contestación, puesto que nunca la ha habido la misma noche. Nada hasta el día siguiente. Así que si en los próximos minutos hay un mensaje suyo en la bandeja de entrada sabrá que se ha equivocado, que habrá malinterpretado otra vez.

La espera se hace eterna. Cada minuto que pasa es un triunfo, un alivio. Intenta centrar su atención en otras cosas, pero su mirada acaba siempre en el dibujo con forma de buzón mientras se pregunta si de nuevo ha ido más allá, si sólo ha creído lo que quería creer. Ya ha pasado casi media hora cuando se dispone a apagar el ordenador e irse a la cama con la sensación de no haber estropeado nada, quizás de haber acertado, cuando un sonido familiar resuena en el silencio del salón. Se acerca a la pantalla y ahí está el sobre cerrado, ése que por primera vez no quiere recibir. El asunto del mensaje destroza sus esperanzas: La desconfianza hacia la virtualidad.



Escuchando: The suburbs - Arcade Fire

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