Se acabó como se acaban todas las cosas: de repente. El
viento azotó mi abrigo. Cientos de hojas secas se arremolinaron alrededor mío,
como si me hubiera convertido en una suerte de árbol hecho carne. Y no hubo
nada más. Ningún signo que avisara del comienzo de una nueva era o del final de
otra. Las nubes siguieron bailando en el cielo y la noche llegó como
ocultándose tras las esquinas. Quedo entonces una sensación de incredulidad
ante el hecho de que nada se alterase, que el reloj de aquella enorme fachada
continuara disparando segundos. Siempre pensé que cuando llegara el momento
algo se rompería para siempre. Pero no ocurrió. Simplemente no pasó nada. Y
eso, incluso ahora mismo, me pone los pelos de punta.
Escuchando: A million little pieces - Placebo
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