miércoles, abril 14, 2010

Dientes de soledad

En realidad el andén no es muy distinto de todo lo demás. Quizás sea esa pintura gris, tan impersonal, tan fría. Pero la sensación es la misma que fuera, donde los altos edificios dominan el paisaje y los coches aúllan por las amplias avenidas. Y también en esos oscuros y cómodos cafés en los que el olor hipnotiza y anestesia. Ese agujero en el estómago, ese vértigo continuo. Sentirse extraño en cualquier lugar, sentirse solo. Llegar en busca de que la vida comience de nuevo a andar, pero darse cuenta que todo permanece detenido, que nada arranca. Ni un solo camino nuevo. Nada en lo que abandonar al fin la ansiedad. No aparece ninguno de aquellos escenarios que te dibujaron cuando la vida aún fluía. De modo que el tiempo es una línea continua, sin curvas, sin saltos. Todo está amortiguado. La ciudad te devora con sus dientes de soledad mientras el único remedio que te queda es seguir esperando lo inesperado.


Escuchando: Tunic - Sonic Youth

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