Sobre todo recuerda el olor. El mismo cada mañana. Todas las mañanas. Un aroma que, por suerte, nunca ha vuelto a oler y que ahora sería incapaz de describir. Para él es el olor del miedo, del terror, del infierno. Acurrucado en su litera, viendo como el cielo comenzaba a clarear, trataba de serenarse como cuando era niño y tenía un nudo en el estómago: si contaba hasta diez sin oír un ruido, era que esta vez tampoco le tocaba a él. Siempre contó hasta diez. Mañana tras mañana vio desfilar a grupos de hombres arrastrando los pies, como sombras desnutridas, temblando, en cuyos ojos se podía ver el miedo; en algunos casos, algo peor, el alivio al saber que todo tocaba a su fin. Y, al cabo de un rato, de nuevo ese olor característico inundándolo todo con la complicidad del viento gélido. Entonces, un llanto ahogado lleno de culpabilidad por seguir en esa litera, por haber deseado que fueran otros los elegidos una mañana más. Las primera órdenes a gritos, las primeras amenazas, y a pensar otra vez en seguir vivo un día más, en volver a amanecer acurrucado deseando poder llegar otra vez hasta diez.
Escuchando: The rip - Portishead
3 comentarios:
...todos en algún momento hemos sentido la misma sensación de culpabilidad por ese alivio momentáneo, por no ser ellos...
Me ha gustado mucho el blog los seguire bien de cerca.
¿Holocausto? Huele a esa clase de miedo.
un miau
congelado
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