jueves, junio 18, 2009

El mal

Su calva empieza a poblarse de pequeñas gotitas. Yo sé que no es fruto de los nervios o de la preocupación, sino del calor asfixiante que reina en este pequeño cuarto sin ventilación. Al otro lado de la mesa, su sonrisa serena me pone enfermo. Llevamos ahí más de tres horas y no he conseguido absolutamente nada. Todos sabemos que estamos en lo cierto, pero eso no vale para nada. Le miro a los ojos con la firme intención de encontrar algo que me sirva de explicación, que me ayude a entender. Pero esa sonrisa me lo pone muy difícil. Me pregunto una y otra vez – como le he estado preguntando a él a lo largo de estas tres horas- cómo puede existir eso; se ha convertido en una obsesión desde que descubrimos el cuerpo. Resultaría lógico pensar que a estas alturas ya debería tener callo, que de tanto ver lo peor ya debería de haber adquirido alguna suerte de insensibilidad. Pero no es así, al menos en este momento.

Tienes una mujer preciosa que te quiere y un hijo que te idolatra; vives en un bonito barrio del norte de la ciudad, en una casa con dos plantas y un patio para que tu hijo pueda jugar; trabajas en una gran empresa en la que ocupas un puesto de responsabilidad y muy bien remunerado; eres un miembro respetado de la comunidad, con mucho amigos que te consideran un ejemplo, como cabeza de familia y como hombre; conduces un precioso Audi negro y te puedes permitir caprichos siempre que quieres; veraneas en la costa, donde tienes un apartamento en primera línea, con acceso a una playa privada.

No sé en qué instante he comenzado a perder el norte, a permitir que todo aquello me superara como si pudiera permitirme que pasara. Me he levantado con un torrente de sangre batiendo mis sienes y le he golpeado, fuerte, con el puño. Después le he levantado apretándole del cuello y entonces lo he visto en sus ojos por primera vez. Le he visto con claridad una noche hace menos de un mes, secuestrando, torturando, abusando y asesinando a esa inocente niña de nueve años. Lo he visto. Se lo han llevado de allí mientras yo vomitaba en una de las esquinas de esta sauna.


Escuchando: I don't know - Sexy Sadie

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay quien dice que en todas las casas hay cadáveres escondidos en los armarios...

... por eso tal vez suelo tirar mi ropa sobre la cama.

El caso es que comparto esa inquietud por no comprender cómo alguien que lo tiene, aparentemente, todo puede llegar a cometer tales brutalidades.

Un fuerte abrazo desde el Otro Lado.

Txe Peligro dijo...

que vaya agobio, no?

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