Cuando la casa se va quedando
vacía, cuando apenas quedan muebles, es el momento de salir y cerrar la puerta.
Uno se puede recrear en la estructura, en las habitaciones, ahora vacías y
silenciosas. Acaso te puedes sentar en el suelo, apoyar la espalda en la pared,
y recordar episodios vividos dentro de esas paredes. Dulces y agrios. Escuchar
el resonar del silencio. Observar el mapa de sus muros y techos. Pero la
realidad es que el ciclo está cerrado. Así que lo mejor es cerrar la puerta,
tirar la llave y comenzar a pensar que hay un millón de casas más con sus
respectivas vidas.
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