
Aquí no hay televisiones. Al menos en la zona donde yo vivo. Así que se mata el tiempo mirando el horizonte. No creo que los haya mejores en ninguna otra parte del mundo. Tampoco he comido pasteles tan buenos. Y sí, hace frío. Aquí esa palabra tiene otra dimensión, y eso me gusta. En general, en este sitio todas las palabras tienen otra dimensión. No es fácil de explicar, pero se siente. Cuando el horizonte se pone oscuro, entro en casa y veo películas de cine negro. Esa es mi vida aquí. Ni más ni menos.
He dejado de ser una persona normal. Me explico. Sí que soy normal pero no en el sentido de rebaño. Trabajo en mi pequeño huerto, visto la ropa que se me antoja en cada momento, organizo la vida que más me interesa y bebo vino cuando tengo ganas. Es una manera de resumir que ya no me tengo que embutir en mi traje de chaqueta a las ocho de la mañana, sumirme en un atasco apocalíptico durante una hora, dedicar otras ocho diarias de mi vida a una actividad que aborrezco y que me sume en el tedio más abominable, y llegar a casa con el sol sobre la espalda, pintado de gris y con la sonrisa al revés.
El día que se lo expliqué a Mona no lo entendió. Para ella los rebaños son sólo de ovejas. Así que me costó mucho hacerle entender cómo hace la pena para meterse en tus huesos e irse soldando a ellos un poco más cada atardecer. Creo que la imagen que se hizo en su cabeza fue tremendamente ajustada a la realidad. Ella vio zombis caminando en fila, arrastrando los pies y con la mirada fija en el suelo, atravesando caminos lúgubres de su casa a un enorme edificio de espejos. Ocho horas después, desandar el camino y encerrarse de nuevo en una mazmorra. Me pareció una adaptación brillante.
(Texto y foto por Trapi)
Escuchando: Please please please - Shout out loud