martes, febrero 17, 2009

Fe

Si el alma pesa veintiún gramos, ¿cuánto pesa mi fe?, se preguntaba Ray sentado en el puente, balanceando los pies en el vacío. Y no se refería a ningún tipo de fe relacionada con asuntos teológicos, ni mucho menos. Sino más bien a una fe en lo que le rodea, en lo más cercano, en el día a día, en el seguir confiando. Ya apenas recuerda cuando empezó a sentarse al sol y a decirse vamos, las rachas no son eternas, algo bueno está a la vuelta de la esquina, todo termina por enderezarse. A tener fe. Ahora se siente dando un paso al otro lado de la línea, pasándose al ateísmo. Cada vez sale menos ese sol que le invita a pasear por cualquier calle, solo, con un libro bajo el brazo, desenterrando esperanzas para continuar equis días más. Así que pasa los días en su pequeño escondite, lo que reduce sensiblemente su contacto con el exterior, con otras personas. Algo que, por otra parte, no le resulta ningún problema dada la pereza que le supone tratar de tender puentes. La incomunicación es la religión de este nuevo siglo. A Ray, en estos momentos, no le cabe ninguna duda.


Escuchando: I'm outta time - Oasis

jueves, febrero 05, 2009

Estupor

Ray ha dejado de comprender muchas cosas y otras tantas le provocan un miedo atroz. Así, se pone a temblar como una hoja cada vez que piensa en el paso del tiempo y en cómo éste va desgastando a sus seres queridos, los días de vendaval sale a la calle con piedras en los bolsillos y huye de cualquier gato que se encuentre en su camino. Así se ha vuelto su vida y, por mucho que él lo intente, así ha de seguir hasta el final de sus días. Todo lo que le rodea, lo que oye, lo que ve, le deja aturdido. Por ejemplo, no entiende cómo una sacrosanta institución llena de faltas y abusos se autoproclama reguladora del bien y del mal. Trata de asimilar el hecho de que se catalogue a los muertos como de primera y segunda dependiendo de lo que a su interesada creencia le convenga. Para él es hipocresía, pero a quién le importa la opinión que pueda tener. Tampoco comprende que sus actitudes sean tan diametralmente opuestas a ese libro que les guía y que les ha convertido en lo que son. Redundantemente hipócrita según él, pero qué va a decir alguien a quien los truenos le hacen esconderse bajo la mesa. Se queda boquiabierto cuando ve que intentan poner su moral por encima de la de los demás guiados por una luz que han hecho exclusivamente suya, ignorando la basura que ellos acogen en su interior, que en muchos casos abraza la criminalidad. Para él es la mayor incoherencia que ha conocido. Pero quizás sólo sea cuestión de su cabeza, que últimamente no funciona demasiado bien. De este modo pasa los días Ray, a medio camino entre el temor y el estupor, pensando que todo ha terminado por moverse demasiado rápido. Al menos para él.


Escuchando: A place called home - PJ Harvey
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