lunes, marzo 30, 2009

Comparaciones

En el parque, al calor de los primeros rayos del sol primaveral, Ray se pregunta el porqué de que los linces ibéricos no sean también bautizados. A él siempre le había parecido que las comparaciones debían ser lo más justas posibles, pero, en realidad, qué lo era en la sociedad actual. Y es que igual que se compara a un rubicundo niño con un majestuoso ejemplar ibérico, se regalan espacios públicos históricos y zonas verdes a la Iglesia, o miembros de dicha organización usan su puesto para hacer política e influir en sus seguidores. Ray cada vez entendía menos el uso indiscriminado del llamado doble rasero dependiendo de los intereses de cada uno. Nunca había comprendido cómo alguien podía opinar algo y lo contrario a la vez según en qué situación, lugar o circunstancia. Y, sobre todo, a él siempre le había gustado ponerse en la piel de los demás antes de enjuiciarles por alguna decisión tomada. Uno no decide igual sobre algo cuando su vida se tambalea que cuando se está comiendo unas bravas en el bar, concluyó Ray antes de reiniciar el camino.


Escuchando: High and dry - Radiohead

miércoles, marzo 25, 2009

Indignos

Ahí están todos ellos con sus trajes negros. Panda de enterradores. Sonríen bobaliconamente desde sus tristes asientos mullidos, gruñen, se pelean como buitres, defienden palabras vacías y se marchan a comer con el dinero ajeno. Así son esa cuadrilla de hipócritas al frente de nuestro futuro. Tal ha sido la degradación de su estirpe que ahora no pasan de ser unos vulgares trileros. Corruptos, mentirosos, estafadores. Si Alcalá-Zamora o Azaña os pudieran dar una lección dejarían en evidencia vuestra falta de autoridad, vuestra escasez de recursos, de cultura, de inteligencia, de valor. La total ausencia de compromiso que demostráis no es más que un reflejo de la falta de escrúpulos que os caracteriza. Qué nostalgia de verdaderas ideas, de discursos rebosantes de contenido, de retórica inteligente, de humor fino, de revoluciones, de compromiso. Avaros y vendidos, el tiempo os colocará en vuestro sitio, eso si vuestras calamidades permiten que haya tal futuro. Valientes cobardes…


Escuchando: Wandering star - Portishead

jueves, marzo 12, 2009

Tres

Tumbado en la cama te veía colocar pósters por la habitación iluminada por el sol de agosto. Chincheta y martillo en mano, fuiste llenando las paredes: Sonic Youth, Joy Division, John Coltrane, Pink Floyd, Radiohead… Siempre me llamó la atención ese gusto tuyo por todo tipo de música. Soy muy heterogénea, me decías siempre con esa sonrisa tuya tan vertical. Aquella habitación quedó perfecta. Pasamos en ella casi todo el verano, a base de calimochos, patatas fritas y música, siempre música. A menudo pasaban por allí todo tipo de gente; amigos tuyos, amigos míos, vecinos. Por aquel entonces tenías entre ceja y ceja a un tipo mucho mayor que tú y que te hacía llorar en silencio mientras oíamos alguna canción de Cohen. Nunca me atreví a preguntar, cruzaba y descruzaba las piernas, esperaba a que te limpiaras con el dorso de tu mano las lágrimas. Después siempre actuabas como si no hubiera pasado, sonrisa en picado y a pinchar otro disco.

Sacar adelante la tienda era muy complicado. Aquellos jodidos pijos traidores preferían irse a comprar los nuevos putos cds a sus horribles centros comerciales. Ya no querían vinilos, les resultaba muy cansado levantar la aguja. Hay que joderse. Así que aquellos días fueron muy duros porque, en el fondo, yo sabía que mi sueño estaba colándose por el sumidero y yo no tenían ningún tapón a mi alcance. Sí, supongo que por eso no tenía tiempo para ella y siempre encontraba algo mejor que hacer, más útil. Pero no nos confundamos, los sentimientos estaban ahí. No me daba igual que me contara que pasaba las horas muertas con ese maricón niño de papá. Pero, qué puedo decir, tenía cosas más importantes en las que pensar. Era mi vida, mi sueño, lo que estaba en juego, joder.

Con él todo era distinto. Era otro mundo, era como haber encontrado a alguien que entendía lo que yo sentía, lo que me atrapaba. No me había ocurrido con nadie, con ningún de los chicos de mi edad con los que había salido. A su lado yo era completa. Pero las cosas se le empezaron a torcer con la tienda y, claro, comenzó a tener menos tiempo y nos veíamos cada vez menos y eso me destrozaba. Así que me refugiaba en Marc. Era un encanto de chico. Nos sentábamos y escuchábamos a Dylan mientras bebíamos. Aguantaba mis bajones y escuchaba mis problemas. Me escuchaba. Me daba compañía. Todo lo que necesitaba en esos momentos. Nos llevábamos bien, eso era todo. Usé a Marc alguna vez para intentar darle celos. Supongo que es algo que hacemos sin querer, nos sale de dentro, más aún en aquel momento en el que me hacía sentir tan lejos de él. Hablaba sobre Marc y nuestras tardes sentados en mi habitación. Las recuerdo con cariño.


Escuchando: Coast to coast - Elliott Smith

lunes, marzo 02, 2009

Las palabras sobran

Ella escribe con su dedo en el cristal cubierto de vaho “yo te enseñaré a ser feliz”. La frase adquiere una rotundidad inapelable en ese formato. Él se levanta, va hacia la barra y vuelve con un par de cervezas. Bebe más de la mitad de una de ellas de un trago y agacha la cabeza, como si estuviera concentrado buscando algo junto a sus pies. Le gusta hacer eso, actuar como si fuera el personaje de una película. Ella mira a través de la empañada ventana la llanura mojada por la lluvia, atravesada violentamente por una vena asfáltica. Con la manga de su bonito jersey amarillo –por lo menos una talla más grande que la suya- borra las palabras antes escritas dejando el vidrio transparente, lo que le permite ver la verdadera intensidad de esa llanura y su interminable herida. Le mira y no parpadea, durante segundos, tal vez un minuto. Pero no encuentra sus ojos, demasiado ocupados en seguir desarrollando su papel, el que se ha preparado para este drama. Escrito y dirigido por él. De nuevo la vista en la ventana. Un perro vagabundo, empapado, mordisquea una lata de refresco; dos hombres con enormes sombreros cambian la rueda de un coche herrumbroso bajo la fina lluvia; una mujer con una minifalda, bajo el pequeño tejado de un viejo cobertizo, contonea sus caderas mostrando su género caduco.

Comienza a sonar en la máquina de discos una canción de Pearl Jam cuando la cerveza se queda vacía. Ella no ha dejado de mirar a través de la ventana, comprobando cómo el vidrio volvía a empañarse, convirtiendo poco a poco a la llanura en una suerte de paisaje fantasmagórico. Pero ahora ya no habría podido ni escribir su propio nombre. La cafetera se escucha por encima de la música, por encima de todo. Ese chirrido estridente. Vuelve a levantarse a por cerveza a la barra. Allí, de pie, un hombre sorprendentemente pequeño devora un bocadillo mientras con el pie sigue el ritmo de la música. Le mira con ojos desafiantes y a él le viene a la mente una honda disparando una piedra. Al volver, ella ya no esta allí, sólo su jersey doblado sobre el asiento. El gesto de contrariedad quiere ser de Sean Penn, pero se queda en Jim Carrey. Se sienta de nuevo, da un largo y solemne sorbo a la botella y, con todo el dramatismo que puede acumular, escribe en la ventana empañada “es tan difícil saber ser feliz...”.

Publicado en Magazine Siglo XXI

Escuchando: Pesadilla en el parque de atracciones - Los Planetas
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