martes, octubre 23, 2007

Una pesadilla

Era de noche y yo caminaba sin rumbo por la ciudad. Por una ciudad desierta e iluminada por la pálida luz de las farolas. Una ciudad desconocida porque, de improviso, me vi perdido entre calles que nunca antes había visto. El silencio era absoluto. Ni siquiera algún vehículo rompía esa calma que amedrentaba.
Con los nervios a flor de piel caminé con pasos decididos y firmes, mirando con cautela hacia los oscuros portales y los lúgubres garajes. Mis zapatos resonaban sobre el pavimento y producían un eco de película de miedo al ascender por los muros de los negros edificios.
Me sentía como dentro de un cuento de Poe, porque todo parecía estar fuera de la realidad. Cambiaba de acera, de calle, y no me cruzaba con nadie, ni siquiera encontré un bar abierto. Todo aparentaba estar congelado en el tiempo. Sin vida.
Finalmente, tanto silencio, tanta calma tensa, se me hicieron insoportables. Comenzaron a pesarme como una mochila llena de piedras. Con el vello erizado por una extraña sensación y el estómago en la garganta, decidí echar a correr. Desbocado. Sin una dirección marcada, ya que no lograba reconocer ni una sola calle.
Rápido el sudor empezó a correr por mi frente y el miedo comenzó a agarrotar mis piernas. Justo en el momento en que temía que tendría que parar, comencé a oír unos pasos tras de mí. Unos pasos cuyo eco se ajustó inmediatamente a la cadencia de la carrera de los míos. Los oía cerca, muy cerca. Sentía que me pisaban los talones cuando doblé una esquina y enfilé otra enorme avenida, con las mismas farolas y tan desierta como el resto.
Prácticamente exhausto, resolví girarme para ver si podía vislumbrar a mi perseguidor, al dueño de esos desquiciantes pasos, cuando doblase la esquina. Volví la cabeza como pude en plena carrera, con tan mala fortuna que tropecé con un saliente de la acera y caí de bruces contra el suelo.
Boca abajo, dolorido por el golpe, el miedo me presionaba contra los adoquines. Pese a todo, venciendo el pavor, logré incorporarme levemente apoyando las manos. Miré hacia la esquina y no vi nada. Ni un alma. Los pasos habían cesado. Aturdido, no lograba entender la situación. ¿Dónde se había metido? ¿Estaría acechándome?
En plena confusión sentí una mano tocando mi hombro y al girarme horrorizado una intensa luz me dejó ciego. Mi madre había levantado la persiana de mi habitación y aquella ciudad, sus desconcertantes calles, mi perseguidor y sus pasos, todo se diluyó como un azucarillo en el café.
Sólo fue una pesadilla, pero aquella noche, al salir del entrenamiento, mi padre vino a recogerme a petición mía. Durante un tiempo preferí no andar solo de noche. Uno no debe fiarse de las pesadillas que recuerda con tantos detalles.


Escuchando: Deshacer el mundo - Héroes del Silencio

jueves, octubre 04, 2007

El pasado

-¿Qué quieres tomar?
-¿Me estás diciendo que no te acuerdas?
-Perdona, ¿era con leche y sin azúcar, verdad?
-Estaba de broma, Rubén. Un botellín.
-¿Recuerdas las palomas?- terció él, tratando de esconder sus nervios.
-¿Estás con alguien ahora?
-No lo sé- los ojos de Rubén se perdieron dando saltos de alero en alero del edificio que abrazaba la plaza, como si estuvieran buscando la contestación en los balcones- Es una respuesta difícil.
-Es cierto que se nota el frío. Quiero decir, cuando llegas aquí, la temperatura es distinta, como si se metiera debajo de tu jersey y te estrujara fuerte.
-Ana, ¿vas a volver a estudiar?
-Quizás. No lo sé. Pedro me ha ofrecido trabajar con él en el puesto de la plaza.
-Vaya, Pedro.
-¿Qué pasa Rubén?
-Nada, pensaba en cómo hacen los niños para evitar siempre al hombre del saco.

Una ráfaga de viento barrió las hojas que tapizaban la plaza, al pie del banco en el que estaban sentados; ella, a horcajadas sobre el tablón; él, con la vista al frente.

-¿Por qué has vuelto Ana?
-Porque tengo que poner tiritas.
-Todo ha cambiado mucho- al soltar la última sílaba, los ojos de Rubén barrieron el suelo al igual que el viento.
-¿Sigue abierta la tienda de doña Virtudes?
-Aquel día se pudrió el poto. Supongo que él tampoco se lo esperaba.
-Aún me guardas rencor…
-Cambiaron los buzones, ¿sabes? Ahora no rebosan los folletos de publicidad. Son mucho más profundos.
-Creo que Quique toca esta semana en el barrio. Te has vuelto más triste.
-Deberíamos irnos. Este frío es capaz de congelarlo todo. También los recuerdos.


Escuchando: PDA - Interpol

lunes, octubre 01, 2007

Ojos

Él dijo "tengo muchas ganas de querer", pero su voz se difuminó víctima del ruido del tráfico. Fue entonces cuando, de manera violenta, comenzó a entender que todo cuadraba en su cabeza, y más aún en su corazón, pero que en los ojos de ella todo era distinto. En ellos, ni grandes ni pequeños, ni claros ni oscuros, ni brillantes ni apagados, simplemente especiales, se construía la realidad de una manera totalmente distinta, de una forma que quedaba tan lejos de su entendimiento que sintió el mareo del final.


Escuchando: Dakota - Stereophonics
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